Federico Andahazi: "Creo que la guerra por la Conquista todavía no terminó"
En su nueva obra, ganadora del Premio Planeta, un joven azteca llega a Europa antes de los viajes de Colón
lanacionarLa literatura puede ser, entre otras cosas, premonitoria. Cuando el flamante ganador del Premio Planeta 2006, Federico Andahazi, decidió que el joven Quetza (El resucitado) fuera el personaje central de su novela El Conquistador , lejos estaba de saber que Blas, su bebe entonces por nacer-que hoy tiene siete meses- padecería un grave problema de salud, similar al de su protagonista.
Recuerda Andahazi, en su silenciosa casa de Villa Crespo durante la charla con LA NACION, que lo conmocionó descubrir la simetría de sino entre Quetza y su hijito, a quien le dedicó su libro: "A Blas, de quien aprendí que la épica no es sólo un género poético, sino el modo cotidiano de enfrentar los espantajos de la existencia luchando con belleza y dignidad" .
El Conquistador se lee como un libro juvenil, de aventuras. Cuenta, a partir de historias, creencias y leyendas aborígenes de México, que hubo un mexica que se anticipó a Colón, y que conquistó Europa antes de que los españoles llegaran al Nuevo Mundo. En el Viejo Continente encontró bárbaros guerreros, peores que los de su propio mundo. Aquella cultura, sus costumbres y ciudades desaparecidas en el tiempo alimentan una historia recogida en el imaginario mexicano.
El autor viajó e investigó para la escritura de esta novela, cuya leyenda originaria también ha servido de sustrato a trabajos literarios de otros escritores latinoamericanos.
-¿Cómo transcurrió el proceso de investigación previo a la escritura del libro?
-Fue muy complejo decidir qué material quedaba en la novela y qué se descartaba. Se trataba de no atosigar al lector con toda esa información. Estuve en México y España, y lo que me pareció impresionante es descubrir que la Ciudad de México (conocida también como el DF mexicano) está construida sobre las ruinas de la desaparecida ciudad de Tenochtitlán. El DF se está hundiendo por el peso de la culpa de haber nacido sobre Tenochtitlán, una especie de Venecia muy avanzada para su época. Lo que más me impactó fue que en México conviven dos culturas, a una de las cuales se le ha extirpado la memoria. México está habitada por los hijos de Tenochtitlán , que son los aztecas. Uno habla con ellos y la mayoría ignora que son hijos de Tenochtitlán , ignoran su lengua, el náhuatl . Creo que el proceso de conquista de los españoles fue muy escrupuloso, pues no quedan huellas de aquella memoria.
-¿Cuál es la intención del narrador detrás de la historia?
-Intentar que el lector mire con otros ojos, que procure despojarse de la visión eurocéntrica para ponerse en el lugar de quien viene de otro mundo, donde existe otro sistema de pensamiento, de creencias; otra subjetividad. Hay un contraste entre esos mundos, pero también muchas cosas en común. Para Quetza , los actos de la Inquisición en Europa son el modo de sacrificio ritual de aquellos salvajes, porque lo ve desde su sistema de creencias. Por otra parte, creo que la guerra por la Conquista no terminó. Me permito dudar de que lo que vivimos es el fin de la historia. En América latina las luchas sociales se confunden con las étnicas, y esto es consecuencia de la guerra de la Conquista.
-Esta leyenda fue recogida por otros escritores...
-Tomé esta historia de una cierta tradición oral. Hay un mural de Diego Rivera, en un edificio público del DF mexicano, que tiene unas imágenes preciosas. Hay un barco mexica , con un azteca que navega en el aire hacia el Este, y en el fondo un sol invertido. Esa imagen resume esta creencia de que pudo existir un mexica que, antes de que llegaran los españoles, descubrió el Viejo Continente. El libro toma las creencias, de las que no se sabe cuánto tienen de cierto. Hice un esfuerzo para que esto fuese verosímil. ¿Por qué no iban a poder llegar los aztecas al Viejo Mundo si tenían los medios para hacerlo? Eran excelentes navegantes; la navegación era su medio natural de transporte, porque Tenochtitlán fue una ciudad fundada en medio de un lago. Los aztecas tenían una concepción del universo superior a la de los europeos. A ese pueblo no le faltaron recursos para llevar a cabo esa epopeya. Me gusta rescatar a aquellos personajes que han pasado inadvertidos para la historia. En El Anatomista exhumé a Mateo Colón, el tipo al que se le atribuye el descubrimiento del órgano de placer de la mujer. En este libro rescato a Quetza , un azteca que es la contrafigura de Colón, de Hernán Cortés... Según esas creencias, Quetza fue el primer hombre que diseñó un mapa celeste, antes que Copérnico, y el primero en descubrir un continente nuevo.
-¿Tu novela es histórica?
-Me pregunto si existe la novela histórica. Me parece que, por un lado, si está ambientada en el pasado, es histórica. Pero creo que la novela tiene que ver más con la verosimilitud que con lo verdadero. No tengo ninguna intención de reconstrucción fiel de la historia. En ese sentido, no es histórica. Por mucho que la literatura no se proponga ser fiel a la historia, al final, de una u otra forma, termina construyéndola. Del mismo modo que, por ejemplo, en otro campo contribuyó a construir el psicoanálisis, porque Freud tuvo que recurrir a la literatura para ello. Esta dimensión literaria no puede excluirse a la hora de hablar de historia. Toda novela es un aporte a la historia.
-¿Y también se cruza con la vida del autor?
-Es la parte de misterio de la literatura. Cuando estaba escribiendo esta novela y ya tenía al personaje Quetza salvado de la muerte, nació mi hijo Blas, que tuvo que luchar de la misma forma por su vida. Eso merecería una explicación que no tengo. Escribí esta novela con el propósito escribirle un destino a Blas.
-¿Por qué un escritor consagrado como vos se presenta a un premio como el Planeta, lo que alimenta la suspicacia en algunos espacios del mundo cultural?
-Primero, creo que hay que sustraerse a la dimensión editorial para escribir y pensar en el lector. Presentarme al Premio Planeta fue casi una travesura. Siendo autor inédito gané con un cuento casi pornográfico un concurso del Instituto Santo Tomás de Aquino, elegido por un jurado integrado, entre otros, por Marco Denevi y María Granata. Eso fue otra travesura. Y cuando me presenté en el Fondo Nacional de las Artes y gané con El anatomista contra la opinión de Amalia de Fortabat, yo me había presentado también al Premio Planeta, pero tuve que retirar la obra. Había quedado finalista. Luego supe que tenía muchas posibilidades de haberlo ganado. Me quedó una asignatura pendiente. Siempre que gané lo hice con seudónimo. No creo que me hubiera ayudado presentarme con mi nombre.
-¿El proceso de pérdida de la memoria histórica puede extrapolarse al resto de América latina?
-En México es más elocuente y distinto de lo que ocurre en Bolivia o Perú, porque los pueblos originarios en estos países tienen una relación estrecha con sus antepasados y su cultura. En México eso se ha borrado. Por ejemplo, no ha quedado nada de la fantástica literatura de los aztecas, que en realidad son mexicas . Ellos tuvieron una literatura fantástica y una de las escrituras más avanzadas, el náhuatl (lengua del imperio mexicano), que era multidimensional y con ideogramas, donde no se perdía la temporalidad del pasado, presente y futuro. Sólo quedan unos pocos escritos, que son los códices que están en Florencia. Allí es donde se comprende que los pueblos pierden su memoria cuando pierden su literatura.
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