Harold Pinter, el traidor
El ciclo sobre la obra del autor inglés que se desarrolla en el Bristih Art Center de Buenos Aires coincide con la aparición de The Life and Work of Harold Pinter de Michael Billington, una biografía que revela la nostalgia del pasado y el ansia de libertad que lo animan.
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Todo comenzó en el East End, en Londres, nueve años antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. The Life and Work of Harold Pinter, la flamante biografía escrita por Michael Billington y publicada por Faber y Faber, revela la extraña mezcla de culpa, nostalgia, rebeldía, violencia y pasión que fue creciendo lentamente en el alma de un niño en un hogar judío y que habría de ser el origen, años más tarde, de una de las obras más importantes del teatro contemporáneo.
El autor de La vuelta a casa, de El cuidador, de Viejos Tiempos, de Traición nació el 10 de octubre de 1930 en Hackney, un barrio humilde en el que su padre, Jack, era un sastre de damas; y su madre, Frances Moskowitz, un ama de casa de espíritu muy amable. En ese ambiente más bien gris, alegrado por la risa de Frances, Harold empezó a tener contactos con el mundo de la cultura a través de su padre. Porque los Pinter, judíos de origen polaco, no sefaradí como muchas veces se dijo, alardeaban de ser leídos y amaban la música.
Pinter fue hijo único. Su madre lo adoraba. A pesar de que Hackney, donde residían, distaba mucho de ser un lugar agradable, para Pinter fue algo así como la ubicación terrenal del Paraísoporque allí transcurrió su niñez..
Cuando se declaró la Segunda Guerra, la vida de los Pinter no se modificó sustancialmente, hasta que llegó la terrible campaña de bombardeos de Londres. Los niños fueron evacuados al campo, a regiones donde no corrieran peligros. Ese fue también el destino del pequeño Harold. Le tocó vivir con otros chicos en un castillo de la costa de Cornwall.
Aunque los pasajes de tren eran caros para los Pinter, el padre y la madre, con bastante frecuencia, se iban hasta Cornwall para visitar a Harold. No muchos padres lo hacían; no sólo por cuestiones económicas, sino también por las incomodidades y los peligros que debían afrontar. En una oportunidad, Frances, a la vista de los otros chicos, le dio casi toda la porción de un postre que les habían servido y del que Harold gustaba especialmente. Eso fue suficiente para que sus compañeros lo detestaran.Eso le reveló la crueldad y el mundo tenebroso que cada uno de nosotros alberga en su corazón.
Con la paz, volvieron los buenos tiempos y, sobre todo la lectura. En la biblioteca de Hackney, Harold comenzó a devorar al azar todo loque encontraba. Se hizo de un grupo de amigos, la banda de Hackney. Iban a todas partes juntos, leían los mismos libros, se apasionaban por la misma música.
Apenas comenzada la adolescencia, la belleza de las mujeres se convirtió en uno de los temas preferidos de conversación de la banda. De todos modos, se daba por supuesto que ninguna chica justificaba ausentarse de una reunión programada por el grupo. La primera vez que Harold abandonó a sus amigos porque tenía una cita con una muchacha, los demás adoptaron una actitud ofendida y reprobadora. Mucho más tarde, en sus obras, las mujeres aparecen precisamente como el elemento que rompe la camaradería de los hombres.
En la banda del barrio, había un muchacho, Ron Pecival, alto, rubio, extraordinariamente apuesto, con el que Harold entabló una relación de amistad y de competencia. Los dos, por inteligencia, por madurez, y, en el caso de Percival, por su apostura, eran los líderes del grupo. Rivalizaban como hermanos. Percival simpatizaba con la violencia, con los grupos fascistas que habían surgido en la posguerra y que hostilizaban a los judíos, aunque, por cierto, jamás se le habría ocurrido tratar a Harold como alguien racialmente inferior, ya que era su amigo y, por el contrario, más bien temía reconocer su superioridad intelectual. Hasta que apareció Jennifer Mortimer, la única mujer que aceptó esa banda masculina. Ron y Harold se disputaban el amor de Jennifer que, en verdad, se aprovechaba de la situación y prefería alternativamente al uno o al otro. Pinter descubrió su vocación por el teatro cuando uno de sus maestros de inglés, al que la banda de Hackney adoraba, Joe Brearley, lo llevó a ver a Donald Wolfit interpretando a Shakespeare. Harold quedó deslumbrado. Pinter se dijo que la escena sería su campo de batalla y se anotó en la Royal Academy of Dramatic Art de Gower Street. Pronto se desilusionó. Se aburría allí. Por lo tanto, empezó a faltar a las clases. Se iba a la biblioteca de Hackney y leía vorazmente.
Cuando le llegó, como a todos los jóvenes de su edad, la citación para incorporarse al ejército, Harold decidió convertirse en un objetor de conciencia. Fue su primer acto político. En esa época, escribió su primer poema, Kullus, en el que aparece el tema de un extraño que invade la casa del protagonista. Hay en ese texto, un profundo sentido de la territorialidad, del poder, de la traición entre hombres a causa de la mujer, la serpiente bíblica.
Como actor, Pinter comenzó a ganarse la vida en la BBC y haciendo giras por el interior de Inglaterra. Finalmente lo contrató la compañía del actor-empresario Anew MacMaster. Recorrían Irlanda interpretando las obras de Shakespeare. Durante esa gira, Harold se enamoró de otra actriz, Pauline Flanagan. Escribió entonces una serie de poemas en las que el amor está concebido como una lucha entre hombres, en la que no hay ni vencedores ni vencidos porque el objeto de la pasión, la mujer, es enigmático, inconquistable, impredecible.
Esa vida de actor errante continuó por un tiempo. De la compañía de MacMaster pasó a la de Donald Wolfit. Pero como no le iba bien como intérprete, por un período, Pinter se cambió el nombre: decidió llamarse David Baron. Las cosas no mejoraron mucho. Hasta que entró en la compañía de Guy Vaesen. Allí encontró a una mujer que lo deslumbró, Vivien Merchant. Era una espléndida actriz, con piernas aún más espléndidas. Ella, al principio, lo despreciaba como colega, pero terminó aceptándolo y enamorándose de él. Se casaron el 14 de setiembre de 1956.
Empezó a escribir obras en las que siempre aparecía el misterioso personaje Kullus. En todas ellas, las relaciones humanas son encaradas como vínculos de poder. Esto lo desarrollaría más tarde en Viejos tiempos, en los guiones de El sirviente, de The Comfort of Strangers, en la que una pareja de jóvenes es devorada pasionalmente en Venecia por un matrimonio maduro y siniestro. Ya entonces, Pinter analiza la sumisión bajo todas sus formas, la individual, la política, la sexual.
Harold escribió al comienzo de su carrera una novela autobiográfica, Los enanos, en la que hace una descripción de la amistad masculina traicionada. Una vez más se trata de dos amigos que se ven separados por una mujer.
Por esa época, Pinter estrenó una obra corta The Room, la historia de una mujer casada que no quiere bajar al sótano de su casa en el que está viviendo un extraño, un hombre que, sin embargo, la llama por otro nombre, como si la conociera de otros tiempos, como si ella hubiera vivido otra existencia, que ha tratado de olvidar. Por último, el esposo de la mujer mata al intruso. El misterio casi metafísico que envuelve la historia y, al mismo tiempo, el suspenso de la historia, están magistralmente mantenidos y llamaron la atención de quienes vieron la pieza.
Después de The Room comenzaron los buenos tiempos, Vivien quedó embarazada. Pinter escribió La fiesta de cumpleaños y, poco después, El mozo sordo. En la primera, aparece el tema de los que se rebelan contra el establishment y de los que lo defienden. Hábilmente Pinter muestra cómo los defensores del establishment son sus víctimas inconscientes. También está esbozada la idea del pasado como un lazo que ata, como una esclavitud.
Los años 50 y los 60 fueron un momento de mucha creación para Pinter. Casi sin poder parar escribió Shlight Ache, The Hothouse. The Birthday Party se dio por televisión y lo convirtió de la noche a la mañana en una celebridad. Pero la consagración definitiva llegó con The Caretaker (El cuidador). Es la historia de tres hombres, dos hermanos, Mick y Aston, y un vagabundo al que hospedan, Aston. Una vez más, Pinter desarrolla el tema de la invasión de un espacio por un intruso y el de la lucha por el poder entre los hombres.
Vivien Merchant, la esposa de Harold se convirtió en la década de los 60 en la intérprete por excelencia de sus obras. Pinter escribió para ella sus mejores papeles femeninos,. Lo curioso es que, mientras ella se trasformaba en algo así como en su musa, el había comenzado una relación adúltera que duró siete años con Joan Bakewell, una presentadora de televisión, casada a su vez con el mejor amigo de Pinter. La historia de esa relación, casi sin modificaciones, fue trasladada a la escena y a la pantalla como Traición, una de las obras más hermosas y originales, por su estructura, de Pinter, que se representa en estos días en el Bristish Art Center de Buenos Aires.
Cuando se hicieron ricos y famosos, Vivien y Harold se fueron a vivir a una casa lujosísima, vacía y terriblemente desolada en Hannover Terrace. Eran algo así como la pareja reinante del teatro inglés. Todos los admiraban y los envidiaban. Creían que vivía en un mundo dorado e inaccesible.
Pero la verdadera naturaleza de esa relación salió a la luz, cuando Pinter se enamoró de Antonia Fraser, la famosa historiadora, esposa de un miembro del Parlamento. Antonia era una mujer muy culta, interesada en política. Cuando Pinter resolvió decirle a Vivien que quería a Antonia y que se iría a vivir con ella, Vivien armó un escándalo en los medios, se mostró como una víctima ante los medios. Abandonada, fue devorada por una atroz angustia hasta que, víctima de su alcoholismo crónico, murió en 1982.
El hijo de Vivien y Harold, Daniel, después de haber sido un alumno brillante en Oxford, empezó a publicar algunos poemas en los que mostraba un talento infrecuente, pero repentinamente se convirtió en un ermitaño. Ahora vive aislado en el campo, no tiene contacto con nadie, escribe, no trabaja, no publica, se deja mantener por Harold, ya que no tiene ingresos propios, pero mantiene con él una relación hostil.
Desde el casamiento con Antonia Fraser, Pinter se comenzó a interesar por la política y por las grandes causas. Atacó, por ejemplo, la dictadura de Pinochet; se hizo un defensor acérrimo de los derechos humanos; es uno de los que más ha luchado por la vida de su amigo Salman Rushdie, además enfrentó abiertamente al gobierno de Thatcher y al neoliberalismo.
Si bien las últimas obras de Pinter parece estar más relacionadas con temas políticos, en verdad, desde el mismo comienzo, el autor de El cuidador no hizo sino indagar en la naturaleza del poder, en los riesgos de que el fascismo penetre aun en los vínculos más íntimos como si no se tratara tan sólo de un movimiento político, sino de un aspecto del alma. Y, en ese sentido, hasta el pasado, ese pasado que él evoca, a veces como el paraíso perdido, puede ser la cadena impuesta de la tradición, de la culpa. Porque cualquier rasgo o conquista individual, en el fondo, se logra, traicionando, ya sea a los amigos, o a una sociedad establecida. Y esa traición no es, a menudo, sino la defensa de la libertad. Todo paraíso como decía Proust es un paraíso perdido. Y no debe olvidarse de que Pinter, gran admirador de Proust, llegó a escribir el guión, nunca filmado, de En busca del tiempo perdido. Pero una vez abandonado el Edén, sólo queda conquistar, como él ha intentado hacerlo en sus obras, la comarca de la libertad.
Por Hugo Beccacece
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