La faltade clases complica a los padres
Tres de la tarde en Llavallol. Cristian Quiroz, un chico de 10 años, corta con vehemencia el pasto de la entrada de su casa. Se nota que lleva un largo rato sumido en la tarea. Su madre, Graciela de Quiroz, lo mira desde la puerta de la casa. “Desde que no tiene clases por los paros se la pasa arreglando el jardín, cortando el pasto e inventando qué más hacer. Está aburrido y no sabe cómo matar el tiempo desde que no va al colegio”, explica Graciela a La Nacion.
Su hijo es uno de los 2,5 millones de alumnos de las escuelas bonaerenses que, desde hace tres semanas, no tienen clases a raíz del prolongado paro docente.
“Sí, la verdad es que quiero volver a la escuela y reencontrarme con mis compañeros”, agrega Cristian interrumpiendo su labor. Más lejos, un grupo de cinco adolescentes juega a la pelota al rayo del sol en una calle de tierra. A la vuelta, en un bar restaurante, se ve otro a grupo de quinceañeros tomando cerveza y charlando, y, más lejos, otros andan en bici a gran velocidad.
Escenas poco comunes para las calles de Llavallol en día hábil, aseguran los vecinos. Pero, desde que los gremios comenzaron con los paros en la provincia de Buenos Aires, al concluir las dos semanas de las vacaciones de invierno, el ritmo de las familias bonaerenses cambió.
Buenos Aires es una de las provincias más afectadas por los conflictos. Y esto es particularmente relevante, ya que allí se concentra a más del 40% del alumnado del país. Unos 2,5 millones de estudiantes, sobre un total de 3,5 millones, se vieron afectados por la interrupción.
Hoy habrá un paro total en las escuelas, que se extenderá a todo el país. Los docentes reclaman por atrasos en el pago de los sueldos, el medio aguinaldo y el incentivo docente y ante la disposición de pagar con tickets o bonos Patacón parte de sus remuneraciones, medidas tomadas por los gobiernos provinciales para enfrentar la emergencia económica.
En las últimas semanas, como informó LA NACION, unos cinco millones de alumnos del país quedaron afectados por la huelga. La cifra incluye a un millón de universitarios.
Inventar otras rutinas
Miles de familias se vieron obligados, de repente, a cambiar sus rutinas, a organizar la "inactividad de sus hijos" y a hacer malabarismos para encontrar alguien que cuidara de sus menores mientras ellos trabajan.
Varios padres, también, optaron por "dictar" clases en el hogar. Juegan a la oca o a la escoba del 15 para que los chicos no olviden lo que aprendieron de matemática en el primer cuatrimestre.
"Le leo un cuento por noche a mi hijo mayor, que cursa primer año de la EGB. La maestra nos pidió que los estimulemos y les pidamos al día siguiente que realicen un ejercicio escrito", explica Marcela Rosales, madre de tres menores de 6, 5 y 2 años, que asisten a la Escuela Anexa de la Universidad Nacional de La Plata.
Otro caso bastante particular se registra en la Escuela N° 71 Manuel Belgrano, de Llavallol. Allí un grupo importante de padres, docentes y directivos, comprometidos con la educación, decidieron garantizar el dictado de clases de instrucción cívica para los chicos. "Lo importante es que las puertas de la escuela están abiertas y los chicos aprenden sobre la realidad social por la que está atravesando el país y se involucran en la problemática que están viviendo los docentes", señala Gladys Varga, madre de Laura, que está en primer grado.
"Me aburro"
Según testimonios de los alumnos, las opciones preferidas en estas "vacaciones" son variadas: aferrarse a la TV o la computadora, acompañar a sus padres al trabajo y ayudarlos en sus tareas, dormir hasta tarde, jugar en la plaza con amigos del barrio.
Casi todos los que conversaron con LA NACION confesaron que a estas alturas están aburridos. "Ya no sé que más hacer. Como me harté, organicé un gabinete de emergencia en la escuela con algunas compañeras para pelear por el pago a los maestros", dice Laura Varga, de siete años, de la Escuela N° 71, que tiene sus puertas abiertas todo el día.
Los padres no esconden su preocupación por la situación. "Entiendo a los maestros y su reclamo es justo, porque no les están pagando los sueldos. Pero la medida perjudica a los chicos", expresa Cristina de Quiroz.
A lo largo y a lo ancho de la provincia la situación es parecida. Teresa Bogado (35), por ejemplo, vive en Monte Grande con su hija Yoanna (13). Teresa se levanta cada día a las 7, deja a su hija en la Escuela N° 5 Esteban Echeverría y luego parte para la ciudad de Buenos Aires, donde trabaja en el servicio doméstico. Regresa a su hogar por la noche para preparar la comida para ella y su hija, que cursa el 8° año del EGB.
Lleva un mes haciendo malabarismos para encontrar alguien que cuide a su hija que no va a clases. "Finalmente encontré una persona que se quede con Yoanna mientras trabajo. Pero tengo que pagarle y eso es un sacrificio para mí", confiesa Bogado, frustrada por la inactividad.
"La gorda está perdiendo todo lo que aprendió en matemática y ciencias sociales. Y esto es una pena porque estaba avanzando. A ella también le preocupa", explica su madre.
La realidad de Alejandra Valenti, madre de Ignacio (9) y Brenda (6) no es muy distinta. La nueva penuria que se agregó a la ya complicada realidad de esta mujer de 36 años, divorciada y empleada en un estudio jurídico, en Mar del Plata, es dónde dejar a sus hijos cada mañana.
"Entiendo que los maestros defiendan sus derechos con la huelga, que parece interminable; pero de los míos, ¿quién se ocupa?", pregunta Alejandra en la vereda de su escuela, cuyas puertas están cerradas.
Teresa Chianeli, madre de Matías, alumno de primer año del polimodal en la Escuela Media N° 3, también de Llavallol, tomó el toro por las astas: "Si la situación no mejora en este tiempo, lo saco a Matías de la escuela pública y el año que viene lo inscribo en una privada", afirma.
"Es una pena. Personalmente creo en la educación pública", agrega Chianeli, quien entiende la actitud de los maestros de parar, pero pide a gritos que se solucione el conflicto.
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