La llegada de Handke al cine de la mano de Wim Wenders
"Cuando el niño era niño / andaba con los brazos colgados / quería que el arroyo fuese un río, / que el río fuese un torrente / y que este charco fuese el mar". Con estos versos, dichos en alemán por una voz en off, comienza Las alas del deseo, con toda seguridad la película que llevó a que muchos descubrieran desde el cine la figura de Peter Handke. Por entonces (estamos en 1987) el flamante ganador del Nobel de literatura ya había establecido una fecunda asociación creativa con el reconocido director Wim Wenders.
Wenders contó alguna vez que gracias al influjo de Handke comenzó a escribir textos críticos. "Y Peter ha sido el único que me ha comprado cuadros, dos cuadros", graficó. En un texto recopilado hace unos años por la revista especializada en cine El amante, Wenders define a Handke como un autor inspirado "en la consigna de responder a una subjetividad inexorable". Y dice que ninguna de sus frases escapa a esa impronta, que decidió llevar a sus peliculas. "Desde el comienzo supe que poseía el derecho y casi el deber de no hacer imágenes neutras, sino de encontrar algo más, y así producir películas extremadamente subjetivas".
La unión creativa entre Handke y Wenders se extendió a lo largo de cinco proyectos. Era tan fuerte la comunión entre ambos que ellos mismos admitieron más de una vez que las fronteras entre el trabajo del director y el autor desaparecían casi por completo en ese trabajo conjunto.
Ese vínculo tan estrecho respondía a una preocupación común. El tema de Handke, también en cine, siempre atravesó las grandes preguntas que el hombre se hace sobre su propio destino. Y también los grandes interrogantes de todo autor. "El problema de escribir, de describir, de narrar", según apunta Handke en un fragmento de La tarde de un escritor, bello y pequeño texto narrando en primera persona.
De la unión entre Handke y Wenders surgieron un par de notables títulos de la mejor época del realizador, La angustia del arquero ante el tiro penal (1972) y, sobre todo, la extraordinaria Movimiento falso (1975), crónica del viaje de un aspirante a escritor que funciona a la vez como travesía de iniciación y búsqueda existencial. Esa idea de plantearse interrogantes en movimiento se transformó en una constante inicial de la colaboración creativa entre autor y director.
En Las alas del deseo, ese viaje alcanza otros contornos. Un grupo de ángeles ("espíritus biempensantes", en palabras de Wenders) tratan de entender y ayudar a las personas al punto de lograr que uno de ellos (Damiel, encarnado por Bruno Ganz) decida transformarse en mortal. Una película escrita a cuatro manos por Handke y Wenders que dejó una gran huella en su tiempo y para muchos marcó a la vez el comienzo de la etapa más despareja y errática de la carrera del realizador. Handke, vale decirlo, no tuvo nada que ver con la flojosima adaptación de este film que Hollywood hizo en 1998: Ciudad de ángeles.
Handke y Wenders se reencontraron en 2016 con The Beautiful Days of Aranjuez, testimonio de una charla entre un hombre y una mujer sobre grandes y pequeños temas de la vida en el jardín de una bucólica vivienda, mientras un escritor procura volcar al papel todas esas conversaciones. La película solo se exhibió en la Argentina durante el Bafici 2017.
De resultas seguramente de esa fecunda asociación con Wenders surgieron las tres películas que Handke dirigió. Una de ellas es una adaptación de El mal de la muerte (1985), la novela de Marguerite Duras. Las otras dos surgieron de textos propios, La mujer zurda (1978) y La ausencia (1992), ambas protagonizadas por Bruno Ganz.
En 1989 integró el jurado oficial del Festival de Cannes que tuvo como presidente...a Wim Wenders.