La supremacía de todos los Borges
Fue un ritual que tuvimos durante algunos años, con amigos editores, escritores y periodistas: una vez al mes nos reuníamos en la casa de uno de ellos, alrededor de una parrilla, para ponernos al día y hablar de la vida. La literatura lo rondaba todo, pero lateralmente. Todos tienen obra, todos leen, todos escriben de forma profesional, así que la literatura estaba ahí, como una presencia fantasmal, pero siempre como excusa para hablar de la vida y no de libros o de autores. Salvo una vez, en la que no recuerdo a seña de qué, alguien preguntó, de manera un poco temeraria (ya que a la mesa estaba sentada una de las grandes lectoras de Borges de todos los tiempos), cuál era el texto favorito de cada uno de la vasta obra borgeana: las respuestas fueron todas distintas, no hubo uno que mencionara el texto que había elegido otro. ¿Qué autor podría haber suscitado una reacción semejante?
La maravilla de Borges reside, precisamente, en eso: impacta en cada lector de una manera distinta. No hay un Borges sino decenas, cientos de Borges. No sería raro, incluso, que dentro de dos o tres siglos, cuando la virtualidad borre definitivamente las fronteras entre ficción y realidad, se dude de la existencia de Borges como entidad unívoca, como hoy se sospecha de Shakespeare o de Balzac. Hay un Borges para cada quien: el de la poesía, el de los ensayos, el de los prólogos, el de los artículos periodísticos, el de la tradición oral, el de las clases, el de las traducciones, el de las entrevistas. Y uno para cada gusto dentro de la columna vertebral de su obra, los cuentos: el Borges policial, el arrabalero, el metafísico, el metafórico, el conceptual. Incluso hay un Borges humano, cuyas chanzas y malicias en lugar de socavar su imagen, la agigantan por semejanza con el resto de los mortales: el que durante décadas registró en sus diarios su amigo Adolfo Bioy Casares. El del "Come en casa Borges", que se repite como una letanía.
Este carácter multifacético, que ofrece una variedad de abordajes para las celebraciones que se realizarán en todo el mundo alrededor del 14 de junio, cuando se cumplan los treinta años de su muerte, también podría ser una pesadilla para los curadores. ¿Por dónde encarar un homenaje a su obra y a su figura? Estén atentos a la muestra que se está preparando en el Centro Cultural Kirchner, donde su legado será visto a través de las letras, los objetos, la fotografía, la música y las proyecciones, pero sobre todo del arte contemporáneo y las instalaciones.
Hace poco volví a agarrar los tomos de sus Obras completas de manera improvisada y azarosa, como cualquiera navega sin rumbo por Internet. Leí artículos y críticas literarias que no conocía, encargos que Borges liquida en apenas unos cientos de caracteres, con erudición pero sobre todo con un infalible sentido del humor. No hay caso: aún cuando creemos estar siendo medianamente ingeniosos o creativos, seguimos siendo una mala copia de Borges, que parece haberlo escrito todo de una vez y para siempre.
Fue un ritual que tuvimos durante algunos años, con amigos editores, escritores y periodistas: una vez al mes nos reuníamos en la casa de uno de ellos, alrededor de una parrilla, para ponernos al día y hablar de la vida. La literatura lo rondaba todo, pero lateralmente. Todos tienen obra, todos leen, todos escriben de forma profesional, así que la literatura estaba ahí, como una presencia fantasmal, pero siempre como excusa para hablar de la vida y no de libros o de autores.
Salvo una vez, en la que no recuerdo a seña de qué, alguien preguntó, de manera un poco temeraria (ya que a la mesa estaba sentada una de las grandes lectoras de Borges de todos los tiempos), cuál era el texto favorito de cada uno de la vasta obra borgeana: las respuestas fueron todas distintas, no hubo uno que mencionara el texto que había elegido otro. ¿Qué autor podría haber suscitado una reacción semejante?
La maravilla de Borges reside, precisamente, en eso: impacta en cada lector de una manera distinta. No hay un Borges sino decenas, cientos de Borges. No sería raro, incluso, que dentro de dos o tres siglos, cuando la virtualidad borre definitivamente las fronteras entre ficción y realidad, se dude de la existencia de Borges como entidad unívoca, como hoy se sospecha de Shakespeare o de Balzac. Hay un Borges para cada quien: el de la poesía, el de los ensayos, el de los prólogos, el de los artículos periodísticos, el de la tradición oral, el de las clases, el de las traducciones, el de las entrevistas. Y uno para cada gusto dentro de la columna vertebral de su obra, los cuentos: el Borges policial, el arrabalero, el metafísico, el metafórico, el conceptual. Incluso hay un Borges humano, cuyas chanzas y malicias, en lugar de socavar su imagen, la agigantan por semejanza con el resto de los mortales: el que durante décadas registró en sus diarios su amigo Adolfo Bioy Casares. El del "Come en casa Borges", que se repite como una letanía.
Este carácter multifacético, que ofrece una variedad de abordajes para las celebraciones que se realizarán en todo el mundo alrededor del 14 de junio, cuando se cumplan los 30 años de su muerte, también podría ser una pesadilla para los curadores.
¿Por dónde encarar un homenaje a su obra y a su figura? Estén atentos a la muestra que se está preparando en el Centro Cultural Kirchner, donde su legado será visto a través de las letras, los objetos, la fotografía, la música y las proyecciones, pero sobre todo del arte contemporáneo y las instalaciones.
Hace poco volví a agarrar los tomos de sus Obras completas de manera improvisada y azarosa, como cualquiera navega sin rumbo por Internet. Leí artículos y críticas literarias que no conocía, encargos que Borges liquida en apenas unos cientos de caracteres, con erudición pero sobre todo con un infalible sentido del humor. No hay caso: aun cuando creemos estar siendo medianamente ingeniosos o creativos, seguimos siendo una mala copia de Borges, que parece haberlo escrito todo de una vez y para siempre.
El autor es crítico literario y periodista
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