Más de cinco décadas en carne viva
"Sería temerario aventurar una hipótesis sobre el origen puntual de la violencia que afecta a nuestro país. Sólo existe la certeza de su emergencia continua por conflictos irresueltos", afirma Ana María Battistozzi en el texto curatorial de Los vencedores y los vencidos. Marcas de violencia en la colección del Museo de Arte Moderno.
Esta historiadora, crítica y gestora cultural investigó el patrimonio del museo y seleccionó obras relacionadas con todos los tipos de violencia que la sociedad argentina ejerce sobre sí misma. El título de la muestra evoca la expresión pacificadora del general Eduardo Lonardi, "ni vencedores ni vencidos", que pronunciara en su discurso de 1955 luego de la Revolución Libertadora, aparentemente inspirada en una frase de Justo José de Urquiza después de la batalla de Caseros, más de cien años antes. Poco después de dicha revolución, en 1956, se creó por decreto el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba).
El recorrido de la muestra se inicia cronológicamente con una obra de 1961, Los vencedores, un díptico de Jorge de la Vega. En la década del 60 se comenzaron a cuestionar los museos, y los artistas de vanguardia ocuparon espacios públicos y alternativos. O, directamente, atacaron a los legitimadores: Juan Pablo Renzi "asaltó" una conferencia de Jorge Romero Brest en Amigos del Arte, en Rosario, y cuando el simulacro de "baño público" que había presentado Ricardo Plate en el Instituto Di Tella fue censurado, sus colegas lo apoyaron al retirar sus obras de las salas y quemarlas luego en la calle Florida.
"La idea era ingresar la violencia que proliferaba en las calles y que un gobierno surgido de las urnas estaba lejos de sofocar", señala Battistozzi.
Los vencedores y los vencidos recorre más de cincuenta años de historia nacional. Arranca con la violencia de Estado y no soslaya la de los últimos años entre los ciudadanos. Si la sociedad parece haber avanzado en ciertos aspectos, como la condena a la discriminación, a la violencia de género o al bullying, la realidad cotidiana muestra que siguen existiendo formas crueles e inconcebibles de barbarie.
Hay fotografías, videos, instalaciones, objetos y pinturas de casi cuarenta artistas argentinos (Oscar Bony, Dalila Puzzovio, Silvia Rivas, Gabriel Valansi, Florencia Rodríguez Giles y Mónica Van Asperen, entre otros). Una muchedumbre enardecida, representada en una proyección de la rosarina Graciela Sacco, recibe al público arrojándole piedras.
Es posible revisitar obras clásicas del arte nacional, como la escalofriante Crucifixión (1983), de Norberto Gómez, esa figura esquelética y decapitada tratando de liberarse de la cruz de un asador. O El parto (1982), de Alberto Heredia, que muestra una figura amarrada de pies y manos a una cama mientras una araña en su telaraña aguarda la salida del niño por nacer.
Homo homini lupus, "el hombre es el lobo del hombre", escribía Plauto para tratar de explicar las guerras, genocidios y luchas fraternas. Si bien Los vencedores y los vencidos se ciñe a la escena argentina, cuesta pensar que la violencia es un patrimonio nacional. Basta recordar que la historia de la humanidad -por lo menos desde el lado simbólico judeo-cristiano- comenzó con el asesinato de un hermano a otro. Caín no amó a Abel, lo envidió y lo asesinó. ¿Qué se puede esperar de su descendencia, es decir, de nosotros?
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