Murió el profesor, crítico literario y poeta Ángel Núñez
El autor de “El canto del quetzal” y “La construcción de la selva” falleció a mediados de mes, a los 84 años; tras el golpe de Estado de 1976, debió exiliarse con su hija en Brasil, donde se destacó como investigador
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El martes 17, a los 84 años, falleció el crítico literario, ensayista y poeta Ángel Núñez; así lo informaron su esposa, la arquitecta Liliana Scovenna, y su hija Elsa Núñez. Había nacido en Buenos Aires el 3 de agosto de 1939. Con su familia vivió en la localidad de Santa Inés, en Misiones; estudió en el Colegio del Salvador y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde se graduó de licenciado en Letras.
Dio clases de literatura argentina en la Universidad del Salvador, en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y en la UBA, y de literatura latinoamericana en la Universidad Estadual de Campinas y en la Católica de San Pablo, en Brasil.

Después del golpe de Estado de 1976, su pareja, la licenciada en Filosofía y militante de Montoneros Silvia Gallina, fue secuestrada y desaparecida. Núñez debió exiliarse con su pequeña hija en San Pablo, donde vivió por más de una década. Allí trabajó como librero, redactor publicitario y docente.
Dirigió el Departamento de Letras en la UBA y en la UNR, y el Instituto de Relaciones Latinoamericanas en la Universidad Católica de San Pablo. También se desempeñó como investigador del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), en Brasil, y como consultor externo del Conicet. Con la profesora e investigadora Élida Lois, estuvo a cargo de la edición crítica de Martín Fierro, de José Hernández, para la colección Archivos.
Su primer libro de poemas, Nosotros-Piedra, se publicó en 1972. Narraciones del destierro, de 1979 y ampliado en 1984, es fruto de su experiencia como exiliado (tiene ilustraciones del artista brasileño Ricardo Cavani Rosas). En 2001, presentó El canto del quetzal. Reflexiones sobre la literatura latinoamericana, donde abordó con mirada crítica la historiografía literaria, las distintas categorizaciones y la construcción del canon. Entre otros títulos, es autor del ensayo La contradicción argentina. Verdad y mentira del sueño peronista (2008) y del poemario La construcción de la selva (2012).
“La experiencia poética nos lleva a la parte misteriosa del mundo y de nosotros mismos, al sentir excepcional de ciertos momentos, a configurar textos claros y confusos, exaltados y serenos a la vez -escribió en el prólogo de Poemas fundamentales, de 1996-. Nos lleva también a la acción, ese algo inevitable de nuestra vida, pero a una acción peculiar, puesto que ha sido bendecida por la poesía. A la poesía le debemos nuestra cabal ubicación en el mundo. Por eso es necesaria la poesía, y por eso mi poesía es necesaria para mí”.
“Conocí a Ángel Núñez primero como crítico y ensayista -dice la escritora y académica María Rosa Lojo a LA NACION-. Su trabajo sobre la obra de Leopoldo Marechal era de referencia para las generaciones más jóvenes que, como en mi caso, comenzaban a abordarla. También fue un destacadísimo especialista en José Hernández. Su último gran proyecto, al que continuaba abocado, fue la edición de las Obras Completas de Hernández, que dirigía para la editorial Docencia”.
“Publicó valiosos libros de crítica literaria, como El canto del quetzal, donde reúne textos fundamentales sobre literatura argentina y latinoamericana y sienta un hito pionero cuando redescubre las memorias del cautivo Santiago Avendaño -agrega Lojo-. Tuve el honor de que me invitara a presentar esta obra en el Museo Fernández Blanco, junto con Susana Zanetti y León Pomer, entre otros reconocidos académicos. Su obra puede integrarse en la línea del llamado ‘ensayo nacional’ fundada por autores como Eduardo Mallea, muy admirado por él, o por Ezequiel Martínez Estrada”.
Lojo destaca la labor de Núñez como poeta. “Sus textos líricos nacen de una necesidad radical de comprensión y se entrelazan con el sentimiento religioso -señala-. La lucha política que marcó a su generación lo llevó al exilio, donde siguió aportando al conocimiento y la docencia. Lo recuerdo, por fin, como un hombre bueno y generoso, ecuánime y abierto, de gran honestidad personal e intelectual, bienquerido por los suyos y por sus amigos. Espero que haya encontrado esa Pascua del renacer que buscó siempre: ‘Buscar la Pascua aunque,/ imprescindiblemente,/ nos vamos a morir./ Buscar la Pascua sin pasión/ o mejor dicho/ después de mi pasión y mi muerte/ de mis marcas y arrugas/ de tantos por qués que desconozco’”.
“Debo haber conocido a Ángel Núñez en 1978 o 1979 en San Pablo -recuerda el escritor y editor Danilo Albero-. Yo viajaba regularmente desde Río de Janeiro como representante de una editora española y él era gerente de la mítica librería y editora Brasiliense. En nuestro primer encuentro vimos que éramos déjà connus, compartíamos historias de exilio, la suya mucho más cruenta que la mía. Fue el comienzo de una amistad que se afirmó con mis viajes a la ciudad. Lo recuerdo dandy, bon vivant, de sonrisa espontánea y contagiosa, y excelente anfitrión. En su casa organizaba largas tertulias nocturnas con parte de la colonia de exilados, que incluyó la estadía de su huésped Horacio González; para las cenas, a falta de empanadas las sustituía con esfihas y razonable vino brasileño”.
“Eran los años en que Lula da Silva no usaba corbata ni se vislumbraba como estadista -dice Albero-. Ángel me hizo conocer la obra de Joaquim Manuel de Sousa Andrade y su O Guesa; a Mario Vargas Llosa, que hizo una gira por Brasil en busca de información para escribir La guerra del fin del mundo, basada en Os Sertões de Euclides da Cunha, y a Juan Rulfo, de paso por Río de Janeiro rumbo a la Feria del Libro de San Pablo. De esa feria tengo libros dedicados del peruano, el mexicano y de otro exilado que me había presentado Ángel: Manuel Puig. Como maestro, además, leyó los manuscritos de mi primer libro de cuentos, que he tenido el pudor de olvidar, y me alentó a continuar. A nuestro regreso continuamos nuestra amistad por carta, supe de su retorno a su actividad académica: como investigador del CNPq y la Universidad Católica de San Pablo. Cuando él volvió, nos invitó a su casamiento. La última vez que nos vimos fue para el velorio de mi padre. El resto es silencio, un enorme vacío y una pena infinita”.
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