Nuestro festejo con Skay Beilinson
Apuntes sobre una excursión a Quilmes para ver y escuchar al corazón de Patricio Rey
El video dura apenas 6 segundos, pero para Damián es, y será, inolvidable. En la puerta de la quinta/sala de ensayo que La Renga tiene en un rincón del Gran Buenos Aires, le cuenta a Gustavo “Chizzo” Nápoli, guitarrista, cantante y compositor del grupo oriundo de Mataderos, que el 23 (es decir, pasado mañana) es su cumpleaños, pero el festejo será en un rincón de las sierras. Es que el sábado próximo, La Renga iniciará en Córdoba la gira presentación de Alejado de la red, su flamante disco editado en vinilo, pero también disponible en pendrive (con material extra) y en plataformas digitales. Damián subió, además, otras fotos junto a los hermanos Tete y Tanque Iglesias, y también junto a Gaby, el manager del grupo. Pero lo que verdaderamente importa es la reacción de Chizzo, que le extiende una especie de abrazo con distancia social cuando se entera de que la celebración de Damián será a 700 kilómetros de su casa, en Laferrere, y animada por él mismo.
A Damián lo conocí a fines del año pasado, a partir de La última noche de Patricio Rey (Gourmet Musical), que escribimos con Martín Correa y Pablo Marchetti. Ese libro no sólo nos hizo construir un nuevo vínculo con lectoras y lectores de todo el país, sino que nos reconectó con la esencia lúdica y rockera de la revista La García, cuya redacción compartimos los tres autores a fines del milenio pasado. No hizo falta demasiado para avivar la llama ricotera ante el anuncio del show de Skay Beilinson (“el corazón de Patricio Rey”) en el Estadio Centenario, de Quilmes, pocos días después de soplar sus 70 velitas. Porque su celebración era la excusa para nuestro encuentro, que se extendió a una decena de afectos.
Para hacer la previa, César nos invitó a comer un asado desde el mediodía. La sobremesa, extensa y maravillosa, incluyó un repaso por la historia de Sometidos por Morgan (el grupo donde cantaba Pablo en los 90) evocando su casamiento con el arte -encarnado en Federico Klemm- y las destrezas de Mabel, bailarina y performer. Ariel nos hipnotizó con sus increíbles anécdotas, de La Paternal al resto del Mundo; Laura nos describió el particular altar que montó en su casa, y Juane recordó otras excursiones, mientras, en honor a la mística de Patricio Rey, comíamos una grande de Gino, el capo de la torta de ricota. De alguna manera, a las ocho de la noche de ese sábado, cuando salíamos del Pasaje del Carmen (frente a la casa donde se filmó Okupas) hacia Quilmes (donde trascurre uno de los episodios más emblemáticos de la serie), Skay ya nos había regalado una jornada inolvidable.
Los alrededores del predio lindante a la cancha del Cervecero reproducían la liturgia de las misas Redondas a escala humana: el humo de los puestos de choripanes, vasos XL de cerveza y de fernet y los puestos de gorro, bandera, vincha y remeras de Skay. Mientras entrábamos, Peluca -el hijo de César- cosechaba saludos y abrazos por doquier. Fue una excursión a su territorio, especialmente para Paola -que tuvo su bautismo ricotero- y para Juan, que a sus 17 había visto a Los Fundamentalistas, pero nunca a Skay.
Fue un concierto extraordinario, en más de un sentido. La capacidad del lugar (unas 5 mil personas al aire libre), le daba una sensación de intimidad, de esa “dimensión teatral” que los Redondos añoraban antes de aquella noche de cristal que se hizo añicos, en tiempos de convocatorias masivas y los pogos más grandes del mundo. Con Los Fakires, su banda potente y minimalista, Skay deja de lado cualquier artificio (en este caso, no había pantallas, ni escenografía) para potenciar la música. Su primer disco como solista, A través del mar de los sargazos, celebra dos décadas este año. Desde entonces, ha construido un repertorio propio con clásicos como “Oda a la sin nombre” o “El Gólem de Paternal” que dialogan con los hits de su banda anterior, que cuando aparecen en la lista nos tocan esa fibra íntima de nuestra memoria emotiva porque, como rezaba un bonito bolero de Gogó Andreu, los llevamos en la piel hasta la eternidad. Por todo eso, Skay, muchas gracias.
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