
Paisajes argentinos
La investigadora Graciela Silvestri estudia los modos en que se mira el territorio nacional y las derivaciones políticas de esa experiencia
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<b> EL LUGAR COMÚN </b>
El desarrollo reciente de la historia cultural en la Argentina estuvo marcado por la confluencia de disciplinas diversas capaces de combinarse para dedicar al pasado una mirada entre extrañada y afín, a caballo entre el rechazo a los anacronismos y la necesidad de situar los rastros de ese pasado en el presente. Con este trasfondo, el trabajo encarado por Graciela Silvestri -acompañada en esta tarea, entre otros, por Adrián Gorelik y Fernando Aliata- se ha centrado en pensar la historia de la arquitectura a la luz de la refundación del campo de la historia de las ideas ejercida por Oscar Terán, quien tomó como eje el problema de la construcción de la nación. El lugar común se presenta como una mirada central dentro de esta área de intereses que convierte las reconstrucciones dedicadas a los modos de pensar y experimentar el lugar donde habitamos en hechos profundamente políticos. En el caso de este volumen, se trata de analizar la manera en que la construcción de las imágenes de los paisajes argentinos -en mapas, dibujos, postales, catastros o fotografías- colaboraron en la formación de la identidad nacional. Silvestri -investigadora del Conicet, profesora de la Universidad de Nacional de La Plata y autora de El paisaje como cifra de armonía con Fernando Aliata y de El color del río. Historia cultural del paisaje del Riachuelo - no transforma su recorrido en una mera excusa, sino que persuade brillantemente sobre el interés por sí mismo de su objeto.
Desde las primeras páginas se asume implícitamente una evidencia: la relación entre naturaleza y artificio o entre naturaleza y subjetividad es determinantemente política. El modo en que enfrentamos la diferencia entre los dos polos o la manera en que una sociedad se atreve a combinarlos refiere a las estrategias con las que se decide encarar lo estable y lo contingente, lo preestablecido y lo que está condenado a ser construido. El lugar común aborda este tema en relación con la constitución de los estereotipos del paisaje en la Argentina. El paisaje es justamente ese híbrido entre una naturaleza que ya no está condenada a hablar por sí misma y el artificio introducido por la mirada humana. Es también el trasfondo que, como todo cliché, el sentido común suele dar por descontado.
El texto -que cuenta con ilustraciones notables dedicadas a dialogar con los argumentos de una manera poco frecuente- está dividido en tres partes que establecen otros tantos momentos clave de la historia de las ideas en la Argentina.
La primera de ellas, "La belleza natural", reconstruye la manera en que las iniciales caracterizaciones del paisaje local estuvieron apoyadas en un concepto de belleza asociada a la armonía y el orden. Es allí donde, a través de las expediciones de Alejandro Malaspina y Alexander von Humboldt, comienzan a gestarse los estereotipos asociados a la humedad, los vientos, las tormentas, la amplitud, la luminosidad. Las pinturas de Mauricio Rugendas y los mapas de Felipe Bauzá se cruzan en esta etapa con la cartografía inglesa y los primeros desarrollos del catastro como avanzadas de la construcción del aparato burocrático estatal. Es con estas mismas premisas -o como un efecto extrañado de ellas- que Silvestri despliega con particular agudeza el debate alrededor de la Zanja de Alsina, destinada a hacer frente a la cultura indígena de una manera que resultaba indigerible para las pretensiones de "solución final" encaradas más tarde por Roca.
"La oscilación de la sensibilidad", segunda parte del volumen, hace foco en el momento en que durante el siglo XIX la belleza dejó de ser un paradigma lo suficientemente potente como para construir el paisaje de una manera eficaz. Es cuando, reconstruye Silvestri, surge lo pintoresco, entendido como lo fragmentario, lo móvil, lo rústico, lo colorido. Es el estallido del placer inmediato a cambio de la disolución de las verdades eternas. Así es como el eje de la extensión desplegado por Sarmiento para rendir cuenta del paisaje argentino resulta asociado a lo rústico por su íntima relación con el experimento democrático. Es el progreso jeffersoniano, la falta de unidad, el registro de lo feo, el movimiento permanente, la evidencia de una civilización moderna e incompleta; es la trama que está detrás de la concepción del parque público como máquina de formación de ciudadanos. Es también el surgimiento de la pampa domesticada que acompaña la transformación de la estancia -sus jardines, sus cuartos y sus techos- según la lógica de la racionalidad productiva. Son las imágenes de Ángel Della Valle, donde la pampa deja ya de ser presentada como un desierto o un lodazal. También son los álbumes de postales de principios del siglo XX, sostenidos en reproducciones de cuadros famosos, tipos humanos característicos, ramilletes de damas en poses equívocas que condensan un interés por mostrar paisajes -encuadres, coloridos, formatos, lugares elegidos- y el inicio de la moda por el "asunto indígena".
La tercera parte de El lugar común, llamada "El destino de la patria", refiere al momento en que lo sublime entendido como desmesura irrumpe tanto en el campo estético como en el político en relación con la constitución del paisaje nacional. El surgimiento de las vanguardias impone un momento en que lo pastoral y el pintoresquismo no resultan ya suficientes para rendir cuenta de la pampa. Para los modernismos y los nuevos lenguajes, sostenidos en la abstracción de las vanguardias de entreguerras, la pampa se torna abstracta y universal. Es el momento de Ricardo Güiraldes, pero también el de la central articulación de geología y paleontología para la constitución de la cantera del pasado remoto. La llanura tiene ahora una nueva densidad temporal. Es Leopoldo Lugones y la pampa como -en sus palabras- "la página geológica más completa que la eventualidad de los fenómenos naturales nos ha conservado". Es Florentino Ameghino y el hombre americano eficaz. Es Pedro Figari y su interés por las piedras vinculadas a la tradición americana. El surrealismo y su propia inflexión del motivo geológico pampeano.
Dentro de estas páginas dedicadas a la mirada sublime sobre la pampa se despliega uno de los análisis más sagaces de la autora: el que dedica al modo en que la propia ciudad comenzó a ser pensada como parte de la pampa. Surge aquí el papel de la arquitectura en la constitución de lo sublime pampeano a través de Alberto Prebisch, Amancio Williams y el Grupo Austral pero también el de las imágenes de Figari, Benito Quinquela Martín y Horacio Coppola y el impacto de la mirada de Le Corbusier sobre Buenos Aires, "la ciudad más inhumana que conozco". Es el turno también de analizar manuales de geografía, guías turísticas y la constitución de los Parques Nacionales. Lo es también para el despliegue, extremadamente agudo, de un recorrido único por la construcción del paisaje pampeano ejecutada por William Henry Hudson.
En el comentario dedicado a un libro que alterna el relato cronológico con interrupciones amparadas en la lógica del argumento más que en las imposiciones de la secuencia temporal, no resulta forzado concluir evocando el epígrafe de Edmund Burke: "La costumbre nos reconcilia con todo". La evocación de la costumbre del lugar común es lo que vuelve tolerable el enfrentamiento a los azares más radicales. Resulta también esta construcción del paisaje la que define una trama que torna el ejercicio de la ciudadanía más asible y, por ello, más eficaz. El cliché, en definitiva, como marco para encarar la política.





