Palermo, gran manzana cultural
Allí vivieron, alguna vez, Borges y Cortázar. Y hoy, como un imán, congrega a jóvenes escritores, músicos, cineastas y artistas. Hervidero intelectual, sofisticado laberinto consumista, se ha convertido en una suerte de capital cultural de Buenos Aires. Mientras sus calles son fatigadas por legiones de turistas, quizás alguien, en silencio, escribe la gran novela argentina. Un paseo por un territorio que crece y nunca descansa
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Podría ser una crónica roja. Hay policías hablando por radio, manos empuñando pistolas, sirenas azules encendidas, cámaras de fotos, testigos nerviosos y un par de tipos esposados, con la cara contra el piso. Hay gritos de aquí para allá, y automovilistas que se quedan mirando. Todo sucede rápido, en la esquina de Uriarte y Costa Rica, donde acaban de frustrar el asalto a un centro de estética. "La dueña del local es una chica de la tele, justo ahora no recuerdo el nombre, pero baila en lo de Tinelli...", dice un vecino con cara de buena jubilación, y luego se lamenta por la seguridad del barrio. Los detenidos son jóvenes, tal vez menores de edad, y fueron arrestados cuando trataban de forzar la puerta con barretas. Luego de varios días de recorrido, así es la última imagen de esta crónica del Palermo literario: un par de ladrones de poca monta que intentaban entrar por asalto a un Centro de Estética.
Por muchos años, y tal vez de manera involuntaria, el barrio de Palermo forma parte del quehacer cultural de Buenos Aires, y es una referencia que constantemente -con admiración o desprecio, o las dos a la vez- aparece en las páginas de la narrativa local. Ya se sabe que alguna vez, en este mismo barrio, vivieron importantes faros literarios: Borges, Cortázar, Bioy Casares. Y que, estadísticamente, sigue siendo la zona de residencia elegida por un alto porcentaje de escritores, editores, libreros, periodistas y artistas de Buenos Aires. Incluso quienes no viven en el barrio, pero sienten que forman parte del movimiento cultural porteño, tarde o temprano -y al menos una vez a la semana- terminan gastando sus zapatos en Palermo: o por la presentación del libro de un amigo, o por la inauguración de alguna muestra, o para comprarse ropa, o por el almuerzo con un editor, o simplemente, porque en esa zona atiende su analista.
-Detesto Palermo -me dijo hace unos días un joven e inédito escritor argentino que lee literatura punk , mientras nos tomábamos una cerveza en un café de Palermo Viejo. Lo dijo serio, convencido, como si la frase "Detesto Palermo" fuera el abrazo a una causa importante.
Horas más tarde Inés, una periodista radicada en la zona, me diría: "Yo amo Palermo". La explicación parecía honesta: sentía que habita un barrio vivo y lleno de lugares imperdibles. Al poco rato ensayaba una frase que había leído recién y ahora hacía propia: "Palermo es un clúster creativo". Clúster es la forma más moderna de referirse a una agrupación, a un colectivo.
Otros vecinos optan por ignorarlo. "Palermo ya no existe como barrio; es, cada vez más, una marca registrada, un shopping al aire libre. Lo cual no es necesariamente peor, pero sí muy distinto", me dijo hace un tiempo Martín Caparrós, antes de dejar su barrio de toda la vida para mudarse a Olivos.
Más allá de detractores y defensores, Palermo sigue siendo una única cosa: inevitable. A los escritores extranjeros se los invita a pasear y comer y presentar sus libros en el barrio. Los autores locales, por muy conurbanos que sean sus pergaminos, se ilusionan con tener al menos una noche de estrellato palermitano. Cuesta sustraerse al fenómeno. De alguna manera, y por más inexplicable que parezca, existen dieciocho kilómetros ubicados en la ciudad de Buenos Aires que han logran determinar, por bastante tiempo ya, parte de la vida artística y literaria argentina. Al parecer, está en todos lados, pero el Dios cultural atiende en Palermo.
Uno imagina que esa escena policial, con armas a la vista y sirenas encendidas, es una más de las tantas películas y cortometrajes que se filman en Palermo. En esta zona están instalada la mayor cantidad de productoras de cine, y el auge de los nuevos directores no solo se nota en la seguridad y prestancia con que ingresan a almorzar a los coquetos restaurantes del barrio. También, en la frecuencia con que algunas esquinas de la zona son usadas como estudio abierto de filmación. Sin embargo, y pese a que muchos de estos nuevos directores son seguidores de la línea realista latinoamericana, lo de esta mañana es un asalto con todas sus letras. Más real que de ficción.
Si hubiera que buscar el rasgo más literario de Palermo, ese rasgo sería su eterno cambio de nombres para terminar por volver al origen. El eterno regreso a uno mismo, como lo advirtió Rimbaud. Actualmente hay tantos Palermos como estados de ánimo, aunque todos ellos terminan siempre confluyendo en uno solo. Uno cuyas subdivisiones más reconocidas son Palermo Viejo, Palermo Chico, Palermo Hollywood, Palermo Sensible, Palermo Soho. Ya casi no importa el apellido, en este caso el sello de garantía lo da el nombre.
-Vivo hace cincuenta años aquí, y para mí esto siempre fue Palermo, un barrio más de Buenos Aires. Un lugar tranquilo, que no tenía nada que ver con el boom inmobiliario y la moda de la que ahora se habla. Esto ha cambiado mucho -me dijo una tarde del recorrido José Páez, un almacenero vecino al predio de La Rural, ya acostumbrado a las ferias de vacas y de libros.
Sin embargo, y apartado de todo tipo de nostalgias, Palermo sigue creciendo. Con ese desarrollo, seguramente controlado por las inmobiliarias, también crece aquella idea idílica de un barrio apegado a la cultura. De una zona artísticamente activa, a la vanguardia en el diseño de ropa, en la tecnología como arte y en las más variadas expresiones de lo que se suele llamar vida cultural. Es aquel inagotable eslogan el que sigue atrayendo y repeliendo, gestando en esa disputa aquella respiración artificial que mantiene el barrio con oxígeno y en constante expansión.
Uno de los autores que públicamente más defiende los bares de Palermo como rincón de musas es Federico Andahazi. El autor, éxito de ventas y blanco fácil de críticas, reconoce sin remordimientos que parte de su obra la escribió en bares del barrio. A diferencia de autores como Richard Ford, a quien le gusta levantarse temprano y encerrarse en su escritorio para trabajar desconectado del mundo, Andahazi cada mañana se sube a su moto y avanza por las calles de Palermo buscando un buen café para seguir escribiendo el último libro que lo ocupa.
En un comienzo, lo hacía en cafeterías del centro, pero luego vendrían años de escándalos y súper ventas, y la concreción de un sueño que hoy lo tiene escribiendo en los cafés de Palermo: liderar los rankings de ventas. "Me gustan varios cafés, pero uno de mis favoritos es frente a la Plaza Cortázar. Suelo ir ahí", ha reconocido con la frente en alto.
El Palermo Andahazi podríamos situarlo en los alrededores de la Plaza Cortázar, abarcando algo de Jorge Luis Borges. Una zona poblada de turistas y consumidores de fin de semana, cuyo valor inmobiliario ha aumentado sin freno en el último tiempo, y donde hay muchos policías armados y guardias privados de seguridad para evitar algún asalto.
Hace unos años se realizó una encuesta en todo Buenos Aires llamada "La ciudad real", en la que se entrevistaron a más de mil vecinos de los principales barrios porteños. Los entrevistados de Palermo respondieron que sus lugares más representativos de barrio eran la Plaza Serrano (ahora Plaza Cortázar), el Museo Sívori, el Malba, La Rural y el Alto Palermo. Extrañamente, en las primeras posiciones no apareció el Botánico, el jardín de los cuentos de Roberto Arlt y de Silvina Ocampo. Aunque el hecho parece tener cierta lógica: la ciudad real es muy diferente de la ciudad literaria.
Actualmente, son muchos los autores jóvenes que hacen caminar y vivir y deprimirse y discutir a sus personajes por las calles de Palermo. En un espectro que podría ir de Martín Rejtman a Florencia Abbate, el Palermo como escenografía literaria moderna poco tiene que ver con las impresiones de un Arlt o un Borges. Mencionado en el pasado como una postal barrial, como una atmósfera de vida diaria tan cotidiana como una medialuna, hoy se lo suele mostrar como una microurbe cosmopolita que no tiene nada que envidiarles a las grandes ciudades del mundo. Para muchos, ambientar sus historias en el Palermo de hoy parece cargar sus relatos de un aire internacional, sofisticado, de una zona que vive -pese a sus precariedades- al día con las problemáticas de las sociedades más globalizadas. Muy lejos del campo y de las vacas, el Palermo de hoy parece funcionar -para escritores, pero también para editores y críticos- como una suerte de ventana abierta por la que observar lo que está sucediendo, ahora mismo, on-line , en el resto del mejor mundo.
-Yo ya sé que el barrio está lleno de pintores. Yo llevo más de veinte años en el barrio pintando, pero pintando autos, aquí le hacemos chapa y pintura, no sé si eso le sirve -me dijo uno de los mecánicos del Taller Gandolfi, en la calle Godoy Cruz. Históricamente una zona con muchos talleres mecánicos, los chapistas son algunos de los que han sido expulsados de la fiesta cultural del barrio.
No muy lejos de aquel lugar está una de las librerías más nuevas de Palermo y una de las más coquetas de país: Eterna Cadencia. Una chica de pelo corto y sonrisa seria, que atiende las mesas, me dijo que el local suele ser frecuentado por escritores jóvenes argentinos. Lo dijo así, "escritores-jóvenes-argentinos", y mientras lo deletreaba, una flaca, sentada a dos metros y que parecía poeta, escribía versos en su cuaderno Muji.
-Aquí hacen muchas presentaciones y hay talleres varios días a la semana, con mucha gente joven -dijo la chica de las mesas, y me pasó un folleto con actividades. En el programa y en el historial reciente de la librería se ve mucho de la autollamada Joven Guardia. Hay un taller semanal de Diego Grillo Trubba, hace poco explicó su propia obra Pedro Mairal, se destaca bastante el último libro de Juan Terranova y, sin ir más lejos, fue en esta librería donde el grupo posó para la foto de su primera nota como generación oficial.
El Palermo Joven Guardia queda en Honduras, entre la línea del tren y Fitz Roy. El Canal América 2, la señal que transmite una seguidilla de programas con chimentos del espectáculo, está en el corazón de Palermo Joven Guardia.
Igual que en la literatura, en Palermo los límites son cada vez más difusos. Todo el tiempo -ahora mismo, tal vez- aparecen nuevas denominaciones para un barrio que crece como una gran aspiración: Palermo Death (Chacarita), Palermo Bagdad, Palermo College, Palermo D.C. (después de Córdoba). La situación confunde hasta a los vecinos más entusiastas, como lo reconoció el propio Tomás Abraham: "Tengo discusiones encendidas con vecinos acerca de dónde comienza Palermo Village, no nos ponemos de acuerdo, pero la verdad es que ya no me importa. Palermo Viejo, Palermo Sensible, Palermo, tu glorioso nombre lo tengo en mi corazón".
La situación expansiva de Palermo encontró un límite legal el año pasado. Fue cuando María Margarita Velásquez, presidente de la Asociación Civil Principios Identidad Cultura Educación, elevó un reclamo oficial al gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, denunciando que la firma Shenk Inmobiliaria ofrecía como "Palermo Queens" a un cuarto de la superficie del barrio de Villa Crespo, territorio de Leopoldo Marechal. Con esta medida, argumentó la denunciante con molestia, se estaría violando "el artículo 42 de la Carta Magna porteña y las leyes de Lealtad Comercial, Defensa del Consumidor y la ordenanza que define los límites de los barrios porteños".
Claro que el romanticismo de los defensores de Villa Crespo chocó de frente con la cómoda pasividad de una inmensa mayoría de vecinos, que no parecían nada disgustados con el ascenso que significaba comenzar a ser parte de Palermo. Un cambio que a largo plazo puede llegar a ser más que una simple anécdota.
-El público de Palermo se rige con otra lógica, y eso hay que entenderlo -dice José Núñez, uno de los vendedores de la librería Boutique del Libro de la calle Thames-. Por ejemplo, Andahazi vende mucho, pero acá no vende.
La Boutique del Libro es amplia, tiene un restaurante con sándwich de jamón crudo y queso a 12 pesos, un escenario para presentación de libros, un mural donde autores locales y extranjeros han dejado su firma elogiando la librería y el barrio, y una cobertura total de wi-fi .
-Tenemos mucho arte, muchos libros de fotografía, de sociología, y una oferta amplia de narrativa. Tenemos todo el espectro, desde Planeta hasta Eloísa Cartonera. Y es frecuente que vengan escritores, como Fogwill, Bizzio, Fabián Casas...
-¿Qué autores venden mucho en Palermo?
-Los extranjeros compran mucho Borges y Puig. Entre la gente de Palermo, vende muy bien Alan Pauls... -dice Núñez, serio, mientras acomoda unos libros.
Apenas uno entra en la librería puede ver destacadas en primera fila las dos últimas novelas que Alan Pauls publicó por Anagrama. Una señal concreta de que el autor de Wasabi y El pudor del pornógrafo ha sabido encontrar su nicho palermitano. Alan Pauls, que el año pasado publicó el cuento "Filcar", donde relata la vida de un Palermo hot y extravagante, vive cerca del Botánico pero escribe -y pasa gran parte del día- en su estudio de trabajo que también está en la zona.
El Palermo Pauls queda en la calle Costa Rica a la altura del 4000, donde hay un moderno y exclusivo conventillo cultural con una treintena de diferentes tipos de artistas entre los que destaca Alan. Por Palermo Pauls se mueven a ritmo cansino pintores, escultores, directores de teatro y autores que diariamente llegan hasta el sector para continuar la rutina, impenitente y solitaria, de buscar la obra perfecta.
En estos momentos se puede estar escribiendo una gran novela aquí. En este preciso instante, quizá, se está terminando en algún escritorio del barrio una obra que será cumbre en la literatura de habla hispana y referencia mundial. No debería ser tan raro, si ya sucedió antes. Hace cuarenta años, por ejemplo, cuando Manuel Puig escribió Boquitas pintadas , lo hizo en el departamento de Palermo que compartía con sus padres. Hasta hoy algunos estudiosos de Puig discuten si Boquitas pintadas fue escrita completa en Buenos Aires o si se comenzó en Nueva York y se terminó en la Argentina; lo que nadie objeta es que se finalizó en el barrio. En estas manzanas donde ahora, tal vez, se está terminando la nueva y gran novela argentina del siglo XXI.
Pero también es posible que no. Que la historia del Palermo cultural no sea más que una oportuna herencia de otra época, en donde la simpleza y la tranquilidad del barrio atraían a personajes que gustaban de vivir en un sector apartado del centro de la ciudad. Lejos del ruido bohemio de sitios como la avenida Corrientes y de los siempre tan molestos turistas.
Hoy en Palermo no hay semana donde no se inaugure un nuevo restaurante de moda o un reluciente negocio de ropa o zapatos de autor. Los hoteles boutique proliferan como una crisis, y el alquiler de departamentos temporales ha atraído al barrio a una importante población flotante de extranjeros cargando bolsas de compras.
Si se está escribiendo la nueva gran novela argentina made in Palermo, esta podría salir de la casa de un consagrado como Ricardo Piglia, que escribe en su estudio instalado en su casa-chorizo palermitana. O en la de un novato como Nicolás Mavrakis, quien en su relato "Palermorama en seis vuelos rasantes", publicado en la antología Escala 1:1 de Entropía, instala a Palermo como una suerte de forma literaria definitiva: "Como Cambridge, como Padova, como la Sorbonne, el barrio de Palermo cuenta, también, con su propia universidad. La Universidad de Palermo, privativo palacio de la memoria".
Por ahora no hay certezas, ni pruebas concretas, de lo que esté sucediendo o vaya a ocurrir en materia narrativa con el famoso barrio. Los editores de los grandes sellos -cada vez menos interesados en la lectura y más atentos a embolsar ideas ajenas- no parecen preocupados por el auge de las pequeñas editoriales. Mientras en otras ciudades se habla de diferentes tipos de boom editoriales, en Palermo el único boom que resuena, que todos comparten y comentan, es el inmobiliario.
-¡Jessica Cirio! -grita el jubilado, mientras miramos la escena policial de esta mañana en Uriarte y Costa Rica-. Así se llama la dueña del local. Me acordé del nombre. Jessica Cirio, baila en el programa de Tinelli. Pobre chica, inauguró hace poco su spa , estaba feliz, y ya se lo intentaron robar.
Uno de los jóvenes que está esposado y acostado contra el piso grita algo, pero no se entiende lo que dice. Uno de los policías redacta un informe, mientras el resto sigue paseando con sus pistolas y hablando por radio. Han pasado apenas unos minutos, pero ya ha corrido toda una historia entremedio. La de unos asaltantes que llegaron a la esquina cuando todavía era de noche, y comenzaron a forzar la puerta, haciendo palanca, sin llamar la atención y preocupados por no hacer sonar las alarmas. Con miedo a que los descubrieran, pero ansiosos por ingresar de una vez. Imaginando el jugoso botín que los podía esperar dentro de un centro de estética de Palermo propiedad de una modelo de televisión. Soñando con un gran botín, que no era real.




