Perú en ARCO sigue estrechando el lazo de la feria madrileña con el arte latinoamericano
MADRID.– Fietta Jarque, por más de treinta años periodista de El País, peruana de nacimiento, española por adopción, ha puesto en marcha el "operativo Perú", que es todo lo que se exhibe fuera de ARCO, en las instituciones que marcan la agenda del arte en la capital española. Lógico. La feria madrileña, que inauguraron hoy los reyes de España, tiene a Perú como país invitado; el guiño confirma la decisión de establecer con Latinoamérica una relación que se profundiza en cada edición, y lo será más en el futuro, según anticipó en rueda de prensa Maribel López, ya designada directora de Arco para 2020, cuando Carlos Urroz pase la posta.
Fue primero Colombia, luego Argentina y ahora es Perú el país protagonista de una edición bisagra que despide a quien ha sido director de ARCO por diez años, y conoce el derecho y el revés de una feria que nació de la mano de las mujeres y vuelve a las mujeres: Juana de Aizpuru, Rosina Gómez Baeza, Lourdes Fernández y ahora Maribel López. Urroz fue la excepción que confirma la regla en la línea de conducción femenina. Le tocó remar en años de crisis y jugar la carta de Latinoamérica al hacer de ARCO la plataforma natural de exhibición para los artistas de nuestra región. Algo que debió haberse plantado como bandera desde el comienzo, incluso mucho antes de la existencia de Art Basel Miami, hoy cabecera de playa de la feria suiza en América.
En este contexto, la Comunidad de Madrid recibe 12 muestras de Perú con coordinación y curaduría de Fietta Jarque... y siguen las mujeres liderando la escena. El recorrido podría comenzar en la sede de Telefónica, donde Nazca, Buscando huellas en el desierto reúne esculturas, objetos y textiles de la cuenca del río Grande de Nazca, piezas que son un mapa para adentrarse en una misteriosa civilización: 200 años antes de Cristo trazaron huellas que solo pueden verse desde las alturas. Organizada por el Museo Mali de Lima resulta una aproximación para ojos lejanos de una cultura tan secreta como atractiva.
El Museo del Prado, de fiesta con la celebración del Bicentanario de su fundación, recibe un anónimo cuzqueño de siglo XVIII, procedente del Museo de Osma, de Lima. Un registro sorprendente del reino mestizo de ultramar, reflejado en el retrato del matrimonio de una princesa inca con un sobrino nieto de san Ignacio de Loyola, otro ingrediente de cuño jesuítico para sumar al banquete limeño.
Pero, sin duda, el plato fuerte del panorama peruano es Redes de vanguardia, Amauta y América latina, 1926-1930, una mirada erudita e "intelectual", como la definió sin ahorrar elogios la curadora de la Americas Society, Gabriela Rangel. Amauta revisa las tendencias de la modernidad y fija posición frente al indigenismo, a partir de la revista fue una Pica en Flandes de la modernidad americana. Organizada por el Blanton Museum de Texas y el Mali de Lima, cuenta con el aval curatorial de Natalia Majluf, buena amiga de los argentinos y encendida protagonista de la escena peruana contemporánea. Entre los artistas exhibidos se cuentan los argentinos Pettoruti y Norah Borges, el peruano Martín Chambí y el gran muralista mexicano Diego Rivera. Un exposición de laboratorio y archivo, con múltiples conexiones para entender un tiempo americano que fue fecundo en el despertar del siglo XX.
El país del ceviche, que creció a tasas chinas – a pesar de Fujimori y Alan García– tuvo altri tempi una efervescencia cultural cabalmente representada por José Carlos Mariategui, artífice de Amauta, punto de encuentro de las vanguardias americanas y registro del poder de la cultura como factor de cambio. Mariátegui murió joven, a los 36 años, en 1930. Y su muerte marcó el cierre de la revista. Resulta oportuno recordarlo en este renacer peruano, como lo hicieron ayer Mario Vargas Llosa y Juan Manuel Bonet en la apertura del Foro de Fundación Santander, en ARCO. El nobel peruano, escoltado por su mujer Isabel Preysler, delgada como un papel, sorteó con una sonrisa la nube de flashes que lo recibió antes de subir al estrado. Con su oratoria brillante, Vargas Llosa centró luego la atención en su pintor fetiche, Fernando de Szyszlo, de quien ha escrito innumerables artículos y prólogos, sin disimular la admiración, que, con seguridad, no le inspira el arte contemporáneo.
Su mirada es nostálgica; los recuerdos del chico que descubrió el mar a los diez años, se lanzó al agua y lo picó un cangrejo; o del joven atraído por el París de Camus, que sería imán irresistible para los intelectuales de la época. Entre Vargas Llosa y Bonet, con dosis generosas de memoria y erudición, atraparon a la audiencia que los despidió con un aplauso cerrado.
La seguidilla de muestras off ARCO sigue en el Palacio Linares, Casa de América, donde la apuesta es por la fotografía bien representada en la notable colección de Jan Mulder, con obras de Roberto Huacaya y Milagros de la Torre, entre otros.
Fuera del guión peruano, merece una visita la muestra de Balthus, nacido Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001), en el Museo Thyssen. Ese maestro de la ambigüedad deleita con sus pinturas hieráticas, influidas por el genio de Piero della Francesca, que derivan de la ingenuidad al erotismo, en un registro especular a la Lolita de Nabokov.
Finalmente, escala con sorpresa en el recorrido por galerías es la muestra de Guillermo Kuitca en el espacio de Elba Benítez. con curaduría de Sonia Becce. Pinturas de gran formato en la línea "veneciana", el Teatro Real de Madrid en rojo. de una de sus más celebradas series, y dibujos del artista que tiene, desde las primeras ediciones de ARCO en los remotos ochenta, un idilio confesado con el público madrileño. Siempre está.
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