Poética intimidad
Esteban Lisa perteneció a una generación notable, aunque nunca se acercó a las polémicas y tertulias de los modernistas. El humilde mundo del pintor, nacido en 1895, se exhibe ahora en la Untref
En una sociedad que enarbola sin pudor el lábaro de figuración mediática o muerte, la voluntaria invisibilidad de Esteban Lisa suscita asombro. Contemporáneo de Raquel Forner, Alfredo Bigatti, Domínguez Neira, Emilio Petorutti, Yente, Juan Del Prete y Xul Solar, y con apuestas estéticas muy próximas a esa constelación renovadora, se mantuvo al margen de los cenáculos artísticos. Produjo obra copiosa, en sintonía con una geometrización o casi abstracción, de pequeño formato y soportes modestos. La investigación pionera de Nelly Perazzo, perita en modernismos, y de Mario Gradowczyk instalaron el "caso Lisa" en los años 90. Poco a poco, en ese espejo empañado, la figura del pintor se revela con poética intimidad.
Conviene instalar el marco de referencia. Lisa nació en Cardiel, Toledo, en 1895. A los 12 años emigró a Buenos Aires, fue recibido por tíos paternos y, lavando copas, llevó su garbanzo a la mesa. Fue mensajero, bibliotecario del Correo Central y condiscípulo de Juan Del Prete en la Escuela de Bellas Artes Beato Angélico, dirigida por Fray Guillermo Butler y frecuentada -¡quién diría!- por Leónidas Barletta y monseñor Améndola de Tebaldi, cada uno a su manera ovejas negras de cofradías contrapuestas, que el fraile acogía en unánime abrazo. Allí, sin que sepamos cómo ni por qué, se formó Esteban Lisa.
Para lacónicos y flemáticos, los castellanos se pintan solos. El que los probó lo sabe, y Lisa no aportó pormenores biográficos. Fue profesor de pintura en una escuela para adultos, en el barrio de Palermo, en el vecindario de William Morris y Jorge Luis Borges. Se casó con una doctora en Filosofía y Letras, Josefina Pierini. Un enlace semejante al de Juan Del Prete y Eugenia Crenovich, alias Yente, ducha en filosofía y avanzadas estéticas. Sólo algo más resta de pormenor biográfico del pintor manchego, al que el Museo de la Universidad de Tres de Febrero (Muntref) dedica una muestra.
Todos los recaudos fueron previstos. Gradowczyk y José Emilio Burucúa la hicieron posible y sumaron un prólogo de Irma Arestizábal, fallecida recientemente, a esta cruzada de dar visibilidad al jardín interior del pintor Esteban Lisa.
Dirá el lector que el preámbulo es más largo que la carta. Era necesario para dar contexto a una obra recoleta, íntima, elegíaca, que un músico compondría como un tempo de adagio.
Lisa prefería dimensiones casi modestas, soportes al borde de la precariedad. Hojas borrador berretas, papel de estraza que absorbe a su modo la densidad del óleo. Esta índole del material (a menudo trabajado en ambas faces) soslaya la rigidez del contorno geométrico o abstracto a ultranza. Es decir, del inferido desde las rústicas reproducciones que daban prolijidad y sosiego a los sensibles estremecimientos de los rigurosos padres de la abstracción. Lisa no tuvo acceso a los originales pero contó con la lectura-escucha de las formas, las texturas, los colores y las densidades materiales y gestuales que hacen visible, desde el soporte, la imago mundi de su hacedor.
Cada obra de Esteban Lisa es un breviario, libro de horas del soliloquio íntimo. En las salas del Muntref, con sigilo y respeto, se emplazaron estas mínimas que recogen la curva, el color, y la apelación de la naturaleza transcripta sin anécdotas. ¿Figurativo, abstracto? Estas tensiones no se dirimen en la viña del Señor ni cuando el arte se suscita. La pintura de Lisa es la perspectiva del miope que se demora en superficies y armonías próximas, tectónicas. ¡Y vaya que son ricas sus superficies, la carga y acentuación de la masa pigmentaria retenida en el trazo de la imagen!
Tenía el don de la afinación cromática infalible y hacía consecuente renuncia a la seducción de titulaciones seudosugestivas. Confiaba en la elocuencia silente del lenguaje pictórico. Tan raigal, dúctil e infinita como la lengua castellana de su terruño natal.
Se decía guiado por Kant, Einstein y Picasso, y afirmaba comprenderlos. Es fácil descreer de estas demasías, especialmente de la referida al creador de la teoría de la relatividad. Estas pretensiones científicas locamente cruzadas con la teosofía más ramplona ocuparon el imaginario de los pioneros del siglo XX. Lisa les dio cabida en su taller y en la práctica docente, felizmente superada por una obra que trasciende las peregrinas teorías de cosmovisión, visión platónica y otras zarandajas de las que hizo cátedra en Buenos Aires, Gualeguay, Azul, Paraná y Montevideo.
Allí no está su numen. Hay que acercarse de puntillas, sin anteojeras, a las visiones palpitantes que plasmó con formatos mínimos y recursos tan modestos y altos como es la materia de los sueños. Debemos preservar esta epifanía de un hombre interior, preservar su obra -a menudo sacudida, sutilmente, por la pulsión ingenua- de la construcción artificial de aquellos que necesitan construir mitos, el don de un artista que estamos conociendo y que será, como todos los artistas verdaderos, irreductible a la docta latiniparla o a la cháchara.
Esteban Lisa, toledano, murió en Buenos Aires en 1983.
© LA NACION
FICHA. Esteban Lisa: abstracción, mundo y significado
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