
Siniestra normalidad
EL TERROR ARGENTINO Compilado por Elvio E. Gandolfo y Eduardo Hojman-(Alfaguara)-312 páginas-($ 29)
"Si la historia argentina fuera un relato -apuntan Elvio E. Gandolfo y Eduardo Hojman en el prólogo a la antología de cuentos El terror argentino -probablemente caería bajo la categoría de varios estilos, todos relacionados con el paroxismo (comedia, grotesco, absurdo, terror.) Eso, parece, trae problemas a los escritores argentinos: ¿cómo aplicar las claves del terror a un relato cuyo referente es una realidad que constantemente supera, desmiente y empequeñece esas claves?"
Esta pregunta encuentra su respuesta tentativa y abierta en el propio recorrido que El terror argentino propone: leer en orden cronológico y en contigüidad una serie de relatos de autores argentinos que incurren en las variadas formas de lo siniestro y que confrontan al lector con aquellos temores profundos que trascienden el consuelo racional. La convivencia, en un mismo volumen, de dieciocho relatos publicados entre el siglo XIX y el corto siglo XXI apunta a la reconstrucción de un imaginario del terror local cifrado en las formas de la literatura. En este sentido, el libro de Gandolfo y Hojman cumple con una de las funciones más pertinentes y oportunas de las antologías: armar una serie nueva dentro de la literatura argentina, lo que a su vez implica, por el recorte mismo, una propuesta de lectura novedosa. El prólogo que precede a la compilación es sólido y preciso en sus apuntes sobre el género, pero a la vez es lo suficientemente esquivo como para dejar abiertas las líneas interpretativas que el lector pueda elaborar con el material que se le presenta.
Como también sucede con el relato fantástico, de clara raigambre histórico-cultural, el relato de terror debe su efectividad al trabajo con aquellos temores colectivos inherentes a una sociedad o a una nación, temores que involucran los horizontes culturales del lector en la escenificación de lo siniestro. Gandolfo y Hojman perciben la poca presencia del terror fantasmagórico o sobrenatural en la literatura nacional (observación acaso discutible) pero atienden, en cambio, al culto de un terror anclado en las variables políticas y sociales de la historia argentina. La escasa explotación por parte de los escritores consagrados (a excepción, claro está, de Horacio Quiroga) de los mitos y personajes sobrenaturales que pueblan el interior del país -como el lobizón, las viudas aparecidas y las luces malas- se compensa en nuestra literatura con la explotación de lo que Stephen King llamó "los factores de presión fóbica" de una sociedad, es decir, aquellos factores que condensan el nudo de los conflictos sociales e ideológicos. Así -señalan los compiladores-, "buena parte de los relatos de esta antología se instalan en ese límite incierto, en una sociedad especialmente rica en factores de presión fóbica: el genocidio durante la última dictadura militar, las fobias contra los extranjeros, los vecinos, la mujer, la niñez proletaria, la conducta criminal bajo el exterior normal". Todo ello producto de una sociedad en donde lo "normal, durante distintos períodos, fue lo monstruoso aceptado".
A la luz de esta matriz de lectura, resulta poco sorprendente, entonces, que el primer cuento de la antología sea "El matadero" de Esteban Echeverría. Sin pretender una clasificación cerrada bajo el corset del género, Gandolfo y Hojman presentan a "El Matadero" como un "auténtico cuento de terror colectivo", definiendo al terror más como un efecto o una "emoción" que como un género en sí mismo. El ciframiento de los conflictos políticos e ideológicos bajo la lupa del terror, gesto fundacional de "El matadero", reaparece en otros cuentos argentinos más tardíos como "La luna roja" de Roberto Arlt, "El hambre" de Manuel Mujica Lainez o el brillante y reciente "Llovían cuerpos desnudos" de Lázaro Covadlo, donde se narran los delirios de un médico de la Armada que colaboró con los vuelos de la muerte durante la dictadura militar.
Zonas similares del terror argentino irrumpen en dos implacables relatos de la antología: "Cabecita negra" de Germán Rozenmacher y "El niño proletario" de Osvaldo Lamborghini, donde el miedo y el sadismo colectivo hacia el "otro" social -en este caso, los "negros", los que invaden la urbe burguesa, los que despiertan el odio racista de clase- configuran violentas escenas de degradación. Completan este imaginario los relatos que trabajan sobre la locura ("Mis vecinos golpean" de Abelardo Castillo), la mujer vampiro ("Plaisir d´amour" de Carlos Chernov), o la curiosa reelaboración en clave de terror de las culpas de una madre "progresista" ("Como una buena madre", de Ana M. Shua). Asimismo, la ineludible presencia del mayor cultor del género, Horacio Quiroga, y la del más oscilante Julio Cortázar, se concretizan con la azarosa inclusión de dos de sus cuentos.
Pensada como la "puerta de entrada a la lectura de un género", El terror argentino construye una serie que informa sobre la variada gama de "fantasmas" que habitan la dimensión imaginaria de nuestra sociedad. Con la parcialidad inherente a toda selección, la antología ofrece notables ejemplos de cómo la literatura de terror puede convertirse en una impredecible "lectora" de lo real.