Un diálogo infinito
Naturaleza y cultura se cruzan en la galería Wussmann, donde se exhiben pinturas de Julia Fernández-Pol y de Agustín Soibelman
Se puede imaginar la práctica de la pintura como una serie interminable de diálogos. Algunos pintores dialogan con la tradición, otros lo hacen con el presente. Algunos dialogan (o discuten, como Goya) con el poder establecido; varios dialogan con su propia obra o con los materiales que utilizan. Tal como las presenta la muestra conjunta de la galería Wussmann, las pinturas de Julia Fernández-Pol (St. Louis, Misuri, 1984) dialogan con la naturaleza y las de Agustín Soibelman (Buenos Aires, 1973), con un repertorio que incluye imágenes de, entre otros, Alberto Durero y Walt Disney.
Sauces llorones, palmas, plumas doradas, ecosistemas caleidoscópicos protagonizan los óleos de Fernández-Pol, cuyo trabajo con la textura, el relieve y la minuciosidad barroca de la pincelada reinventa calidades de superficie. En consonancia con las obras de Marcelo Pombo, su representación de la naturaleza es lujosa sin perder la sensibilidad artesanal, dinámica, expansiva. A veces ceñidas por un doble marco -uno externo y otro interno, delicado- sus pinturas del mundo natural se ofrecen como umbrales de un diorama multicolor. En esa misma dirección, las "naturalezas enjauladas", pequeñas esculturas que semejan excrecencias de materia pictórica contenidas en cubos de vidrio (a veces dobles), reproducen volúmenes fractales de aquello que exhiben las pinturas. Integrante de una familia de científicos, Fernández-Pol renueva la mirada con su pasión por las microscópicas formas vegetales y siderales.
Falsa calma
En la obra de Soibelman, alumno de Roberto Aizenberg y de Elsa Soibelman (su madre), el espacio de la tela parece una pared en la que perduraran rastros de distintas imágenes y leyendas. En ese espacio conviven, en una falsa calma, segmentos de la historia oficial de las imágenes de Occidente con despojos. Yuxtapuestos, hay avisos de publicidades de bebidas, diarios y medicinas de la década de 1930 que compiten en agresividad con los personajes de Robert Crumb, acompañados de textos de cómics de los años setenta e íconos fácilmente reconocibles: el impasible rinoceronte de Durero, Bambi, unas meninas reducidas a la categoría de baratijas de bazar y, en Wonderland 2 , Dumbo y el dramático cuadro de Andrew Wyeth, El mundo de Cristina . El aire reflexivo de los personajes infantiles de sus pinturas intriga al espectador y exige una lectura (no por nada hay texto en sus obras) menos inocente que la reclamada por la publicidad y los medios audiovisuales. Más que establecer un sistema de citas u homenajes, los cuadros de Soibelman apelan a estilos gráficos rotundos para descolocar y cuestionar.
Dos obras, perfectas, honrarían cualquier colección pública o privada: Palmas y plumas celestiales , de Fernández-Pol, y Erasehead de Soibelman, ambas de 2010, como la mayoría de estas obras recientes pulcramente exhibidas en el barrio de San Telmo.
Ficha.