Un turista displicente
Nada más conservador que un transgresor que alcanzó cierta prosperidad. Que lo digan los desconcertados fans del stone Mick Jagger, padre riguroso y recién ungido sir por la reina de Inglaterra. O los seguidores de Antonio Escohotado, experto en viajes psicodélicos y provocativo defensor de la despenalización de las drogas, que ahora se refugia de las incertezas e incomodidades del mundo en su piso madrileño: "Para mí, que vengo de pernoctar por largo en trópicos y otras zonas con clase media exigua, volver a mi tierra es encontrarla algo mejor. Salgo al balcón de madrugada, cuando pasa la máquina municipal que lava calles y aceras, y me felicito de haber dejado atrás el viscoso pavimento de tantas urbes tropicales. La roña sólo retrocede cuando retrocede la magia". La cita está tomada del final de Sesenta semanas en el trópico, que narra las peripecias de Escohotado en Tailandia, con escapadas a Vietnam, Myanmar y Singapur, donde este profesor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia pasó un año sabático para completar una investigación de título tan pretencioso como reduccionista: "Causas de la pobreza y la riqueza en Oriente y Occidente".
Sesenta semanas... es la primera mitad de la producción bibliográfica de Escohotado como resultado del viaje. La mitad divertida, podría decirse: reúne apuntes de viaje, notas de guías y enciclopedias, digresiones teóricas. Es el libro de un turista culto, que posa de atrevido y que busca la complicidad de un lector liberal y acomodado como el autor. La segunda mitad, todavía inédita y anunciada como La conciencia roja, promete más sustancia teórica. Habrá que verla. Al fin y al cabo, Escohotado enseña filosofía y metodología de la ciencia y es autor de obras como Marcuse: utopía y razón, Historia elemental de las drogas.
Mientras tanto, está este avance de tesis, largo y fragmentario. Como relato, Sesenta semanas... es digresivo, una sucesión de escenas de pretendido suspense cada vez que el narrador debe negociar un precio, atravesar una frontera, visitar un burdel o conseguir opio. Displicente, fastidiado por todo, concentrado en no salir de su condición de turista, Escohotado cuenta sus experiencias en hoteles y departamentos, playas y piletas, aviones y bicicletas. Apuntes fisiognómicos alternan con descripciones de raros insectos y raras comidas y con comentarios sobre el modo de ser de las naciones que visita. El pueblo tailandés --dice-- es como las orquídeas, "capaz de vivir con muy poco, y movido a adoptar disfraces para poder reproducirse cuando falta lo equivalente a una dote. Lo común es vivir de otro, o para otro, con un interminable paisaje de parásitos y parasitados".
Como epílogo, se agregan dos viajes más a "los trópicos". El primero, a la selva amazónica, para disertar en una suerte de tour alucinógeno organizado por un antropólogo colombiano y una psicóloga argentina. Allí Escohotado hace las paces con su conciencia y cierra la débil línea narrativa que abrió al comienzo: más allá de la formalidad académica, el viaje a Oriente fue una huida motivada por la culpa de haber tenido una hija con su tercera mujer sin haberse separado de la segunda.
El último viaje es a nuestro país, donde estuvo entre septiembre y octubre de 2001, invitado al programa de "Chiche" Gelblung. En un clima de catástrofe inminente, Escohotado ensaya una hipótesis sobre el fracaso de la Argentina --desprecio por el trabajo, heredado de los hidalgos españoles, lo que nos condenó a vivir del préstamo--, pondera la belleza de nuestras mujeres y filosofa a partir de sus charlas con taxistas. Sus notas apuradas hablan de "Viejo Palermo" y de un personaje, "Carlitos", que podría ser Clemente. Estos descuidos y obviedades confirman una sospecha que acosa al lector desde las páginas iniciales de Sesenta semanas...: que la falta de empatía con los lugares visitados sea más el resultado de la indolencia que de una actitud crítica. Comprobación que termina de minar la credibilidad del texto.