Van Morrison, el rugido del poeta que rompió el cerco de la música al libro
Mientras el artista está a punto de editar un nuevo disco, la editorial Malpaso acaba de distribuir Toma interior, una antología bilingüe de sus letras; el antecedente de Bob Dylan
Con guantes negros, una chaqueta de cuero y la cabeza cubierta por una capucha, un hombre ingresó en la Fundación Nobel. No lo hizo por la fuerza y por cierto no cometió ningún crimen, aunque alguna vez lo acusaron de traición. El encapuchado se limitó a recibir su premio y dejó el discurso en un sobre. "Cuando supe que había obtenido el Premio Nobel, me surgió la pregunta de cómo se relacionaban exactamente mis canciones con la literatura -decía Bob Dylan-. Quise reflexionar sobre ello y ver dónde se hallaba la conexión [...] Nuestras canciones están vivas en la tierra de los vivos. Pero las canciones son diferentes a la literatura. Están destinadas a ser cantadas, no leídas". Dylan, que nunca da puntada sin hilo, dejaba al conejo adentro de la galera: la poesía también nació para ser cantada. Un niño lo sabe. Al menos un niño que, como el pequeño Van Morrison, tiene una buena colección de discos a mano.
En los días de la posguerra, el electricista George Morrison edificó una de las discotecas más notables de Belfast. Su trabajo sobre un astillero naval permitió el puente con los Estados Unidos y aparecieron los simples de Ray Charles, Solomon Burke, Muddy Waters, Mahalia Jackson y Woody Guthrie. Aunque el origen de todas esas canciones era remoto, para el pequeño Ivan sonaban perfectamente razonables. Después de todo, Belfast, con su largo historial de trabajo duro y brotes de violencia, también estaba llena de cuentos de condenados y noches calientes. Himnos sacros y seculares, para llorar en silencio o chocar las jarras de cerveza tibia. El coloradito circunspecto agarró una guitarra, armó su primera banda de skiffle y ya nunca más se detuvo.
Ahora, mientras Van Morrison, el León de Belfast, se prepara para lanzar su nuevo disco, la editorial Malpaso acaba de distribuir Toma interior en nuestro país: una antología bilingüe que cubre toda su historia como letrista. Un preciosísimo ladrillo hardcover bajo el cuidado de Eamonn Hughes, con prólogo del escritor Ian Rankin y curaduría del propio Van. Con el libro abierto, la primera certeza: aún sobre el papel, los versos exudan su música. En sus tempranos días con Them, por ejemplo, Morrison trabaja casi exclusivamente con la caja del blues. Y el blues, como el soneto, es una dama de hierro: su estructura métrica no acepta modificaciones. Pero su ánfora no supone una coerción.
La canción pop es menos leal. Van, en ese sentido, arranca con el pie izquierdo. En 1967 firma un contrato solista con Bang Records y, aunque "Brown eyed girl" es su primer hit transoceánico, la compañía sujeta su obra a los vaivenes del mercado. Astral Weeks, su célebre disco de 1968, es su respuesta categórica. Acompañado por un ensamble de jazz, graba una serie de baladas otoñales e impresionistas que propician el flujo de la conciencia. La punta del ovillo de "Madame George" es una calle de la infancia, pero la evocación lo conduce por una Belfast de sueño.
Astral Weeks es un éxito artístico y un fracaso comercial. Van recibe la reverencia de los críticos, pero no tiene un bocado para llevarse a la boca. En esa encrucijada, hace su giro maestro: arma un ensamble más estable y convierte todas aquellas libertades formales en arreglos de rock y soul.
Es un héroe de la clase trabajadora, pero no está solo. Por las páginas de Toma interior, hay cameos de John Donne, Allan Watts y los vagabundos del Dharma. De Walt Whitman, Omar Khayyam, Yeats y el prófugo Rimbaud. Una familia espiritual reunida por un pacto de sangre, un hambre de orden metafísico. El rugido de Van Morrison concentra visceralmente esa desesperación, pero sus palabras logran articular aquello que de otra forma sería un balbuceo. Aquí está el cantante, aquí está el poeta: las dos caras de la misma moneda.
El libro, entonces, sirve para apuntalar varias cosas. Por ejemplo, que Van Morrison representa un par de encrucijadas para la cultura popular: por un lado, el artista donde conviven el poetabeaty el soulman; por otro, el tipo capaz de preguntarse por la muerte de Dios para, un rato más tarde, quejarse por una banda de "pseudo-jazz" que arruina su cena en un restaurante. Una cosa no excluye a la otra. Morrison pasa el mediomundo por esos acontecimientos ordinarios y, con un puñado de perfumes y gestos, captura un instante de inminencia.
"Saint Dominic's Preview", por ejemplo, empieza con una polaroid: "Gamuza que limpia todas las ventanas / cantando canciones sobre el alma de Edith Piaf / oigo tristes acordes de Ne regrette rien / frente a la catedral de Notre Dame". Luego se traslada hacia la vida del músico de gira: la familia en casa, los indeseables, los diarios en el bus. Aunque nunca se la menciona -ahí reside parte de su magnetismo-, en el centro de la canción se celebra una misa por la paz en Irlanda del Norte. Ese estribillo, como un molino de viento, hace girar a los versos a su alrededor y los devuelve imantados con nuevas preguntas.
"No tengo que saber lo que significa una canción -continua Dylan, en su discurso del Nobel-. He escrito todo tipo de cosas en mis canciones. Y no voy a preocuparme por eso, lo que significa todo. Cuando Melville puso el Antiguo Testamento, referencias bíblicas, teorías científicas, doctrinas protestantes y todo ese conocimiento del mar y de los veleros y las ballenas en una sola historia, no creo que tampoco se preocupara por lo que significaba."
Toma interior
Autor: Van Morrison
Editorial: Malpaso