Al proceso de los Pumas tal vez le falte una Copa del Mundo más
Este año que acaba de comenzar tendrá para el rugby el epicentro en la Copa del Mundo, cuya novena disputa se desarrollará entre el 20 de septiembre y el 2 de noviembre en Japón. Será toda una experiencia, ya que por primera vez el torneo saldrá de la órbita de las potencias para empezar a explorar el gigante asiático, uno de los grandes objetivos de World Rugby en pos de llegar a nuevos mercados que, especialmente, garanticen fuerte rentabilidad. Japón ofrecerá infraestructura y organización de primer nivel no solamente porque ya las trae consigo, sino porque además en 2020 Tokio recibirá a los Juegos Olímpicos. Pero la gran incógnita es si el rugby contagiará al público y si será capaz de acercarse a los puentes de pasión observados antes en el Reino Unido, en Francia, en Australia, en Sudáfrica y en Nueva Zelanda.
Más allá de lo que ocurra en estos aspectos, fue acertada la decisión de buscar nuevos horizontes porque el rugby necesita saltar el cerco en el que todavía habitan en solitario las naciones del Tier 1. En esa vía, World Rugby ha venido ejecutando otras decisiones, diversificando su consejo directivo y tratando de dar más competencia al lote que corre desde atrás. Pero es un camino muy a largo plazo. El ingreso a los Juegos Olímpicos en 2016 fue un mojón. Japón 2019 quizá sea otro.
¿Cómo les cae esta Copa del Mundo a los Pumas? Mejor que las de 2011 y 2015, pero todavía sin desarrollado pleno del proceso de inserción en el rugby de alto nivel con programa propio iniciado algo más de un año luego del impacto de 2007. Es, pese al extenso sendero recorrido, un momento incómodo para afrontar el torneo más grande de todos. Por tres causas: la base no se amplió lo suficiente; los resultados han sido malos en los últimos tres años y hubo hace apenas cinco meses un cambio en la conducción del equipo. A eso se agrega un ítem que no estuvo en 2015: una primera rueda altamente complicada.
Quizá para dar el gran salto el proceso del rugby argentino necesite un mundial más, el de 2023, pero de todos modos está en condiciones de dar batalla en este. Para confiar en ello también hay razones de peso: por primera vez se llegará con la experiencia del Súper Rugby; un mismo plantel viene jugando y entrenándose desde 2016; hay una base de juego que quedó de años anteriores; nadie quiere tener enfrente a los Pumas y existe en Pumas y Jaguares un cuerpo de entrenadores de amplia experiencia en el ámbito de clubes y el internacional y que además fueron jugadores del seleccionado. Esto último no es indispensable –Carlos Villegas, Rodolfo O’Reilly y Daniel Hourcade no vistieron los colores celeste y blanco y los tres marcaron época–, pero el conocimiento de lo que es ponerse esa camiseta y lo que se vive en los vestuarios es un valor agregado.
La Copa del Mundo es, sin dudas, lo más importante para todo seleccionado. La realidad internacional del rugby argentino es la que marcan los rankings; el cuarto puesto de 2015, excepcional por donde se lo mire, quizá hizo creer que se estaba en ese escalón. Por eso se debe seguir construyendo y, aunque suene descabellado y hasta desubicado, un mal resultado en Japón no tendría que soslayar que el trayecto es largo y que aún se ha hecho poco recorrido.
Los jugadores volverán a la actividad la semana próxima. Viene el tiempo de Jaguares, con Gonzalo Quesada al frente, que ya tuvo una aproximación colaborando con Ledesma en el Rugby Championship y en la ventana de noviembre. La gran tarea del staff será buscar el equilibrio para que el equipo llegue a septiembre en el punto más alto, listo para explotar. Empieza para el rugby un año atrapante desde todos sus ángulos.
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