De niño sabía que quería ser jugador y brillar en el mejor básquet del mundo. Llegó a la NBA
Una figura olvidada por estos tiempos, pero un genio incomprendido del pasado. Si bien el Showtime de la NBA fue conocido por las estrellas que comenzaron a brillar en los años 80, ”Pete Pistol” Maravich fue quien dio inicio al básquetbol-belleza. Su historia tiene todos los condimentos de un verdadero artista. Fue el espejo de muchísimos jugadores que quisieron jugar como él. También inspiró a un cantante. Fue dueño de una vida plena de momentos brillantes, como ser el mejor jugador de la historia del básquetbol universitario, distinción que ostenta hasta hoy. Sin embargo, también cargó sobre sus espaldas con un sinfín de frustraciones. Las presiones de un padre para que fuese el mejor de todos, la dura pérdida de su madre, el flagelo del alcohol y una muerte inesperada, siendo muy joven.
Peter “Pete Pistol” Maravich nació un 5 de enero de 1948, en Aliquippa, Pensilvania. Hijo de inmigrantes serbios, escribió su particular historia de los Estados Unidos. Su madre era Helen Gravor, y su padre, Petar “Press” Maravich, que entre 1945 y 1947 jugó temporadas como profesional en las ligas que existían por entonces, NBL y BAA, las mismas que un par de años más tarde se fusionarían para dar origen a la NBA. Luego, “Press” se convirtió en entrenador profesional. Primero en equipos de instituto y más adelante en ligas universitarias, su nueva profesión se apoderó de él. El básquet lo sacó de su hábitat como empleado metalúrgico.
Dicen que algunas personas proyectan sus sueños o frustraciones en sus hijos. Ese fue el caso de “Press” Maravich, padre y figura omnipresente en la vida de Pete, a quien le moldeó el carácter y su destino. Desde que Pete era un niño, su padre estuvo decidido a convertirlo en un gran jugador de básquet. A los siete años ya le enseñó los fundamentos del juego.
A Pete también lo ayudó su temperamento competitivo: cada vez que erraba un lanzamiento, su padre se burlaba con algún comentario hiriente. Pero el chico no se desanimaba, todo lo contrario: se enojaba, agarraba la pelota y seguía practicando ese mismo tiro una y otra vez hasta que lo perfeccionaba al máximo.
La temprana obsesión de Maravich por el básquet se tradujo en conductas inusuales. A veces dormía usándola como almohada, incluso cuando estaba en casas ajenas. Iba a todas partes picando la pelota. Hasta lo hacía en el auto, sentado en la parte de atrás con el vehículo en marcha. Pete sacaba su brazo por la ventanilla y la picaba en la calle. Una vez que se cansaba de hacerlo con un mismo brazo se cambiaba de ventanilla y practicaba con el otro.
La temprana obsesión del niño por el básquet, inculcada por su papá, se tradujo en conductas inusuales con la pelota. A veces dormía usándola como almohada, incluso cuando estaba en casas ajenas. Iba a todas partes picando la pelota. Hasta lo hacía en el auto, sentado en la parte de atrás con el vehículo en marcha. Pete sacaba su brazo por la ventanilla y la picaba en la calle. Una vez que se cansaba de hacerlo con un mismo brazo se cambiaba de ventanilla y practicaba con el otro.
El entusiasmo que tenía con el básquet era tal que, para poder entrenar, iba a la cancha un rato antes de entrar en la escuela. Luego de las clases volvía a la cancha y seguía practicando. De todos modos, aquella pasión por el básquetbol escondía algunas carencias e inseguridades de su vida. Era un niño retraído, introvertido y poco sociable. Lo opuesto a la imagen que daba en la cancha, donde se lo veía completamente libre y feliz.
Fue el deporte lo que comenzó a darle las primeras satisfacciones. En 1960 y con 13 años sorprendía por su habilidad con la pelota. Una técnica que deslumbraba a la gente de Aliquippa, a quienes les costaba entender lo que veían por parte de un jovencito. Alumnos de las escuelas, padres y también curiosos iban a verlo a él, a ese chico que era extraordinario con la pelota en sus manos.
En aquellos años en el instituto, le tocaba jugar con compañeros y rivales que eran mayores que él. Con un físico mucho más pequeño, recurría al ingenio con movimientos típicos de jugadores profesionales. Sus brazos eran flacos y tenía poca fuerza. Eso hizo que tuviera que buscar una forma curiosa de pasar la pelota. Lo hacía como quien tira una bola de bowling. A este recurso lo siguió usando durante toda su carrera y a muchos les recordaba al movimiento de los cowboys del cine al disparar su revólver, desenfundando su arma. Por eso, su apodo “Pistol”.
Atrás quedó el instituto y el cuerpo de Pete cambió. Si bien siguió siendo flaco, creció y llegó a medir 1,96m, una estatura ideal para ser base. A esa madurez física la fusionó con toda su habilidad y talento, lo que lo convirtió en un verdadero basquetbolista. Entonces, llegó el momento en el que las universidades comenzaron a poner sus ojos en Pete. Todos quedaron obnubilados con lo que habían visto, luego de los informes de los ojeadores, repletos de elogios por la clase de jugador que era. Un diamante en bruto. Esto ubicaba a Pete a cualquier universidad, claro. Todos los entrenadores de la NCAA querían tenerlo en su equipo. Incluso, el que dirigía su padre.
“Press” Maravich era el coach de LSU (Universidad del Estado de Louisiana) y utilizó una frase muy dura para pedirle a su hijo que se uniera a su plantilla: “Si no firmás, no vuelvas a pisar mi casa”, expresó. Entonces, Pete firmó en la modesta LSU para jugar en los Tigers, en 1967, dejando de lado a varias de las grandes universidades. Igual, su estada allí e incluso en el básquetbol universitario se convertiría en la etapa más feliz de su vida. En la NBA, Maravich fue muy reconocido, pero donde se destacó mucho más fue en la NCAA, donde hizo historia y cambió el básquet universitario. El mejor de todos los tiempos.
Números increíbles de un talento
¿Su debut? Fue con 50 puntos, 14 rebotes y 11 asistencias. Pero no sólo deslumbró con sus estadísticas, sino también por cómo lo hizo. Nunca habían visto a nadie jugar como él. Tenía todo: magia, técnica, visión de juego y capacidad goleadora, incluso tirando de larga distancia y pese a que todavía no existía la línea de tres puntos. Su rapidez mental apabullaba a los rivales y a veces hasta a sus propios compañeros: si no estaban atentos cuando un pase salía de las manos de Pete, podían recibir un pelotazo en la cara. “Cuando tenía la pelota en sus manos, tenías miedo de apartar los ojos de él… porque cualquier cosa podía estar a punto de ocurrir”, recordó un antiguo compañero de la universidad.
Y fue en su primer año, la temporada 1967-1968, en el que “Pistol” rompió absolutamente todos los registros. Ese flaco, que más que un basquetbolista parecía el quinto Beatle, promedió 43,6 puntos por partido. En la segunda, lo hizo con 44,2 y en la tercera, 44,5. Promedió un total de 44,2 puntos por encuentro en tres torneos universitarios. Además, Maravich sigue teniendo hasta estos días el mejor promedio anotador en la universidad, donde convirtió un total de 3667 puntos. Y es el que más veces superó los 50 tantos en un partido: 28. Y todo eso, sin la implementación de los triples. Alguna vez Bill Walton, histórico jugador de Portland Trail Blazers y Boston Celtics, contó en una entrevista con ESPN que un entrenador que lo dirigió en la universidad hizo el cálculo en los mapas de tiro de Maravich y descubrió que, con la línea de triples, hubiera promediado 13 triples convertidos y 57 puntos por partido. ¡Una verdadera locura!
En 1970 y con 22 años, Pete Pistol Maravich dio su salto a la NBA. Fue elegido por Atlanta Hawks, en el tercer lugar del draft. Muchos se preguntaron por qué no quedó en el primer puesto siendo que venía de demostrar en la NCAA. Lo que sucedió con Maravich fue que en esos años surgió su particular leyenda negra. Un mote que lo acompañaría el resto de su carrera. ”Pistol” empezó a ser considerado un perdedor, un jugador capaz de romper las estadísticas, pero que no podía llevar a su equipo a la victoria en momentos importantes. Por ello cayó a ese tercer lugar del draft, por detrás de Bob Lanier y Rudy Tomjanovich. Y firmó con el equipo de Georgia por un contrato de casi dos millones de dólares, una cifra inverosímil para aquellos tiempos.
A su suculento contrato, y sin sumar siquiera un minuto en la NBA, se le agregaba su participación en anuncios publicitarios en los que mostraba su particular peinado estilo Beatle para promocionar alguna marca de champú. Para los directivos de los Hawks, era la estrella perfecta: joven, carismático y talentoso. Para cualquier equipo, se trataba de un fichaje soñado. Y aunque parezca algo muy criticable con los parámetros de este tiempo, ”Pistol” era de tez blanca y eso hacía que tuviera participaciones en comerciales dentro de una NBA donde los afroamericanos eran los dominantes en el juego.
Lo perfecto no fue eterno
Sin embargo, todo era todo demasiado perfecto como para que durara mucho tiempo. Con la 44 en el pecho y en la espalda, número que eligió por la cantidad de puntos promediados en la NCAA, Maravich llegó a un equipo que no lo recibiría con los brazos abiertos. Atlanta ya tenía a sus estrellas: Lou Hudson y Walt Bellamy. Además, su estilo de juego no era del agrado de sus compañeros, mucho más conservadores. Es que Maravich era arte por su estética, por sus genialidades improvisadas con las que siempre quiso lucirse y con las que el público se levantaba, festejaba y se sorprendía. Con su fantasía y su creatividad, Pete se adelantó al famoso Showtime que hizo célebre a la NBA en los 80. Sus compañeros eran lo contrario y hasta brotaron celos por los números de su contrato.
En este escenario que lo ponía en un lugar incómodo, Pete sacó a florecer todo su espíritu competitivo y respondió a las circunstancias. Maravich estaba desesperado por convertir a los Hawks en un equipo ganador. Se readaptó. Jugó más a lo que le pedía el equipo y lo logró. Con mejoras desde lo individual y lo colectivo. Se convirtió en el alma del equipo y por primera vez desde su arribo a la NBA, los Hawks tuvieron récord positivo. Eso sí, el armado de la plantilla no contaba con las suficientes herramientas como para ser campeones. Por su desempeño, fue elegido como All Star por primera vez, una distinción importante para los jugadores de la liga más importante del mundo.
En la cuarta temporada finalizó como el segundo goleador de la NBA. A pesar de sus buenos números, los Hawks en esta oportunidad ni siquiera se clasificaron a los play-off. La situación hizo que los directivos comenzaran a tomar decisiones sobre cambios en el equipo. En conclusión, Maravich y los Hawks nunca lograron congeniar a pesar de algunos buenos momentos. Además, iba a aparecer un serio problema en el horizonte. El entrenador sorprendió a Maravich tomando alcohol en el entretiempo de algunos partidos. Llegó a ser suspendido “por motivos disciplinarios”, pero nunca dieron a conocer la verdadera causa. Ante ese problema, los Hawks quisieron desprenderse del jugador.
Los problemas empezaron cuando el entrenador de los Hawks sorprendió a Maravich tomando alcohol en el entretiempo de algunos partidos. Llegó a ser suspendido “por motivos disciplinarios”, pero nunca dieron a conocer la verdadera causa. Con el paso de los años, su madre, Helen, empezó a sufrir distintas conductas inquietantes. Se suicidó en 1974, noticia que dejó al jugador muy mal emocionalmente. Se abrazó al básquet, pero sin poder desligarse de su adicción.
La relación de Pete y el alcohol comenzó en la universidad y se trató de un escape a los momentos malos de su vida, que generalmente estaban relacionados con las presiones por el básquet. Y como si fuera poco, se le sumaba un conflicto más en su vida. Helen Maravich, madre de Pete y también de otro hijo varón y una hija adoptada, siempre fue relegada por su marido, a quien sólo le importaba la pelota anaranjada. Con el paso de los años, Helen empezó a sufrir distintas conductas inquietantes. Se suicidó en 1974, noticia que dejó al jugador muy mal emocionalmente. Se abrazó al básquet, pero sin poder desligarse de su adicción.
Llegó el momento de su primer traspaso: New Orleans Jazz fue quien recibió a Pete Maravich con optimismo. “Pistol” llegaba a un equipo que debía armarse en un contexto completamente diferente. Allí, Maravich, esta vez con la N° 7, iba a ser la estrella y esto le hizo muy bien porque volvió a ser ese basquetbolista fantástico de la NCAA. El problema mayor fue que, al tratarse de una franquicia que debutaba en la NBA, todo se hizo cuesta arriba y el equipo era muy flojo. A pesar de que no ganaban, el público disfrutaba de verlo a Maravich y después de mucho tiempo, Pete volvió a sentirse amado y a ser como aquel de los Tigers de LSU.
¿Qué hubiese pasado con Maravich de haber jugado en un equipo mucho más competitivo? Gran pregunta. Nunca se coronó campeón de la NBA, pero al finalizar la temporada 1976/1977, por muy poco no superó a Kareem Abdul-Jabbar como el MVP. En la siguiente temporada, una grave lesión en la rodilla derecha comenzaría a traerle problemas.
La franquicia pasó de New Orleans a Utah, en el equipo que continúa jugando con ese nombre hasta estos días. Y allí, en Salt Lake City las cosas volverían a complicarse en el vestuario. Su rodilla maltrecha no lo dejaba entrenar al mismo ritmo que sus compañeros y el entrenador, Tom Nissalke, sólo les aseguraba jugar a aquellos jugadores que actuasen con la intensidad que él pedía. Pete no podía estar a la altura, por lo que la franquicia decidió prescindir de él. Boston Celtics sería su destino.
A pesar de haber arribado a un equipo competitivo, que tenía al joven Larry Bird entre sus figuras, Pete ya no era el jugador que había deslumbrado, sólo podía contribuir desde el banco con algunas apariciones. En los Celtics estuvo muy cerca de atrapar su tan ansiado anhelo de ser campeón, pero en la final de la Conferencia del Este no pudieron ante Phildelphia 76ers. Fue la instancia a la que más lejos llegó en sus 12 temporadas en la NBA. La frustración por no haberlo logrado y por el problema en la rodilla hicieron que Pete decidiera dejar el básquetbol. El deporte de su vida.
Sin el básquet y con 34 años, ya nada era igual. Dinero tenía, lo había hecho durante su carrera, pero lo que no tenía era ese anillo de campeón que tanto lo había desvelado desde pequeño. Maravich no tenía ni paz ni felicidad. Sólo convivía con pensamientos autodestructivos y depresión. A pesar de estar viviendo en una casa valuada en 300.000 dólares, se encontraba inmerso en el peor momento se su vida. Pero pudo encontrar un refugio en la religión: se convirtió en predicador del cristianismo. Brindó conferencias en las que pidió no ser recordado como jugador de básquet, sino como un siervo de Jesús.
La NBA nunca se olvidó de él. Llegó el momento de los homenajes en vida para Pete. Primero porque su estilo de juego de pases audaces, asistencias de espaldas y dobles acrobáticos continuaban presentes en las canchas y los encargados de llevarlas a la práctica eran Larry Bird y Magic Johnson. Además, Utah Jazz retiró la camiseta N°7 en 1985. Y en 1987, cuando Pete Maravich sólo tenía 38 años, fue la persona más joven en ser incluida en el Salón de la Fama del básquetbol.
“No quiero jugar hasta los 40 años y morirme de un ataque al corazón”, dijo alguna vez Pete Maravich para explicar el motivo de su prematuro retiro. Paradójicamente, fue como un presagio. El 5 de enero de 1988 estaba jugando al básquet con amigos. “Me siento genial”, dijo. Un minuto después, se desplomó en la cancha. Había muerto de un infarto.
La autopsia reveló algo increíble: ”Pistol” nunca supo que le faltaba una arteria coronaria y que únicamente la anómala configuración de su corazón le había permitido sobrevivir a la infancia e incluso triunfar como deportista profesional. Expertos en medicina coronaria explicaron que otra persona, con la misma condición, no hubiese vivido más de 20 años.
El legado de Pete Maravich se reflejó hasta en la música. Y fue Bob Dylan quien en su libro “Chronicles Volume One” escribió un párrafo dedicado al basquetbolista: “La noche que lo vi jugar hizo un pique con la cabeza, anotó desde detrás de la espalda, embocó sin mirar, picó a todo lo largo de la cancha, tiró la pelota al tablero y agarró su propio pase. Era fantástico. Metió algo así como 38 puntos. Podría haber jugado a ciegas. No me había olvidado de él. Algunas personas parecen haberse desvanecido, pero cuando de verdad se han marchado, es como si jamás se hubiesen desvanecido en absoluto”. Años más tarde, el propio Dylan contó que la letra de Dygnity, uno de sus temas, fue escrita el 6 de enero de 1988 en homenaje a “Pete Pistol” Maravich.
Una historia particular la de este genio incomprendido que rompió con todo lo establecido en el juego. Su tormentosa vida le impidió trascender mucho más. Hoy, para muchos, es una leyenda olvidada. Sin embargo, Maravich, ese flaco de cabellera tupida, ocupa un lugar entre los mejores. Hoy sería idolatrado y amado en un deporte cuya liga reclama el show que sólo algunos pueden brindarle. Uno de ellos fue “Pete Pistol”.
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