Chau 2025: el año que el fútbol se vendió al soccer
La FIFA siempre hizo política, pero nunca fue tan obsecuente
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Ornamentados históricamente con miniaturas de celebridades contemporáneas, los famosos pesebres napolitanos (“presepi”) incluyen, junto con las tradicionales figuras bíblicas, estatuillas infinitas. De mendigos a comerciantes, de prostitutas al papa Francisco. Pastores, ovejas y burros conviven con monstruos, borrachos y diablos. Y con mitos humanos napolitanos. El cómico Totó, el músico Pino Daniele, la actriz Sofía Loren y hasta el patrono San Gennaro. Y, primero que todos, Diego Maradona, símbolo rebelde y festivo de una ciudad supersticiosa y anárquica. Camiseta, cuadro, imán, vasos, llaveros, mechones de pelo, mural, y hasta un tour. “Maradona Tours”. “San Gennarmando”. Leo, sin embargo, una crónica desde Nápoles que cuenta que, en estas fiestas, uno de los muñequitos más cotizados viste traje azul y corbata roja. Cientos de estatuillas suyas se ven en los belenes de la Vía San Gregorio Armeno. Es Donald Trump.
El presidente magnate albergará el máximo acontecimiento deportivo del año que comienza. La Copa a la que Gianni Infantino, de seguir así, pedirá llamar “Copa FIFA-TRUMP”. En letras mayúsculas, como el nombre que obligó a añadir al Centro Kennedy, de Washington, donde la FIFA celebró el sorteo del Mundial, previa entrega a Trump de un novedoso “Premio de la Paz”. En un libro de 2011, Trump, cuyas empresas quebraron seis veces, escribió que “primero está la marca, luego el negocio”. Puso durante años su marca, su nombre, a todo. De juegos de mesa a agua embotellada. Imposible omitir la Torre Trump. Hay como una docena de Torres Trump. En la de Nueva York, Infantino -no podía ser de otro modo- mudó oficinas de la FIFA. Además del Centro Kennedy, Trump añadió su nombre al Instituto de la Paz de los Estados Unidos, a programas de medicamentos y de ahorro para niños. Y hasta a unos futuros buques de guerra que llevarán armas hipersónicas y armas nucleares y se llamarán “USS Defiant clase Trump”. ¿Por qué no la Copa de la FIFA?
¿Acaso Trump no se coló, festejando también él, en el podio del Chelsea campeón Mundial de Clubes? Sabemos ya que a Trump siempre le interesó el deporte. En abril pasado, en plena caída brutal del mercado global por la guerra de aranceles que él mismo lanzó al comenzar su segundo mandato, la Casa Blanca emitió un comunicado que decía: “El presidente ganó hoy su partido de primera ronda del Campeonato de Clubes Senior (de golf) en Júpiter, Florida, y avanza a la segunda ronda” del certamen. “The Soccer President”, lo llamó ahora el popular exjugador de la selección de Estados Unidos, Alexis Lalas. Fue durante el sorteo del Mundial. Una ceremonia que Infantino convirtió en homenaje a Trump, show musical incluido de Village People y el tema favorito del magnate “YMCA” para su baile espasmódico. La FIFA siempre hizo política. Pero nunca fue tan obsecuente. Nunca le regaló tanto el fútbol al soccer.
Entusiasmada, la FIFA anunció esta semana que recibió un récord de 150 millones de solicitudes de más de 200 países para la fase aleatoria de venta de tickets del Mundial. “Es la mayor demanda de entradas en la historia”, celebró la FIFA. Hubo diez millones de pedidos por día. Treinta veces superior a la cifra de entradas disponibles. La FIFA rebate las críticas a los precios “Made in USA”. Setecientos dólares costará ver a la Argentina de Leo Messi en un partido de primera fase. Más de ocho mil dólares un boleto para la final del 19 de julio en Nueva Jersey. Peor, dicen algunos, habría sido un sistema de ventas liberado que hubiese quedado en manos de la reventa, que es legal en Estados Unidos. Sin los ingresos que deja el Mundial, justificó además Infantino el abuso, “no habría fútbol en 150 países del mundo. Más del cincuenta por ciento de las asociaciones miembro no podrían operar”.
Será un Mundial incómodo en la casa de un país llamado Trump, con México y Canadá como socios menores, con la policía migratoria asustando a los hinchas latinos, visas selectivas, Guardia Nacional en ciudades opositoras, amenazas e insultos a países y presidentes vecinos, casi medio centenar de ejecuciones por pena de muerte (inyección letal, asfixia o pelotón de fusilamiento), ejecutivos que ganan ya no veinte, sino trescientas veces más que sus empleados, aniversario 250 de la independencia de Estados Unidos en pleno torneo, y un Trump que, dicen todas las encuestas, podría sufrir un duro revés en las elecciones de medio término de noviembre. Sus aduladores también.

En los pesebres napolitanos, convive desde siempre el personaje mítico de Pulcinella, una máscara, un personaje de comedia del Siglo 17, alma de Nápoles. Un pícaro sobreviviente al que supo añorar Pino Daniele en un canto que habla del “dolor y la miseria que cargamos” y de cuándo nos rebelaremos “ante los dueños de esta ciudad”. “Mi Pulcinella cómo has cambiado…/Nos hacías reir y jugar/ Ahora te enojas y piensas en la guerra/ Y nos hablas de libertad”. ¿Trump? En ese mismo pesebre, el presidente del próximo Mundial podría ser en realidad el rey Herodes, rodeado de mármoles y su guardia pretoriana. Y con Infantino de secanuca.
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