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Botafogo, el sorpresivo líder del Brasileirao al que los árabes le robaron el entrenador y que despidió a su capitán, el argentino Joel Carli
El equipo de Río de Janeiro es la sensación del torneo brasileño y dueño de una increíble historia de traiciones
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Las historias de los clubes de fútbol están llenas de vericuetos. Sus caminos nunca son rectos, ni lineales, y es el tamaño de sus altibajos lo que suele diferenciar a unos de otros. El Botafogo de Futebol e Regatas, uno de los cuatro clubes grandes de Río de Janeiro (y de los 12 de Brasil), no sólo no les escapa a las generales de la ley, sino que en los últimos tiempos viene haciendo méritos para ganarse un sitio entre aquellos que han hecho de las crisis periódicas casi un modo de vida.
La camiseta albinegra con la estrella de cinco puntas en el escudo que Mané Garrincha hizo brillar en los años 60 lleva un siglo XXI a puro sobresalto. “O Glorioso”, apodo que conquistó a base de goleadas en los albores del fútbol carioca, ha padecido lo que nunca antes: tres descensos a la Serie B (2002, 2014 y 2020-21) con sus respectivos regresos a la élite y una ruina económica que lo tuvo al borde mismo de la desaparición cuando en 2020 sus deudas treparon hasta los 200 millones de dólares.
Este año, de manera inesperada, los vientos soplaban en otra dirección. El equipo no había funcionado bien en el campeonato estadual que abrió la temporada, pero en el Brasileirao la vida le sonríe como en los tiempos de Didí, Jairzinho o Amarildo. Transcurridas 13 jornadas, el equipo es líder destacado (7 puntos de ventaja sobre Gremio, 8 sobre Flamengo y 10 sobre Palmeiras y Red Bull Bragantino), y si bien Atlético Paranaense lo eliminó por penales de la Copa do Brasil y quedó segundo en su grupo de la Sudamericana (será el rival de Patronato por el repechaje para determinar quién sigue en carrera), la prensa local ya le colgó el cartel de favorito al título nacional. La torcida era por fin feliz, pero hace dos semanas sobrevinieron los fantasmas.
Luis Castro es un entrenador portugués que desarrolló la mayor parte de su carrera en su propio país, y aunque había cosechado algo más de prestigio tras dirigir en Ucrania a Shaktar Donetsk durante un par de años, era prácticamente un desconocido cuando aterrizó en la bahía de Guanabara a principios de 2022. Botafogo acababa de asistir a la mayor transformación institucional de su existencia. En enero, el área de fútbol del club completó su conversión en sociedad anónima y, un mes más tarde, el Grupo Eagle -cuya cartera de entidades deportivas incluye a Crystal Palace, de Inglaterra, Olympique de Lyon, de Francia, y Moleenbeck, de Bélgica- adquirió el 90 por ciento de las acciones de la nueva sociedad.
Transformado en dueño y director general, John Textor, estadounidense de Missouri, hombre curtido en el business de alto nivel, gurú de las nuevas tecnologías y experto en crear modelos de negocio para la distribución de contenidos a través de las redes sociales, se apresuró en demostrar su carácter expeditivo en la toma de decisiones. Entre otras medidas, liquidó las deudas más urgentes y despidió a Enderson Moreira, el técnico que había logrado el ascenso y el título en la Serie B, para incorporar a Castro.
La transición no le resultó fácil al entrenador luso, resistido por los hinchas. Un poco porque estaban agradecidos con el entrenador destituido, y un mucho porque todavía observaban con desconfianza a los primeros dueños extranjeros que ocupaban los despachos de la entidad.
Castro atravesó la tormenta como pudo, pasó momentos difíciles en la primera mitad de 2023, cuando el equipo no terminaba de convencer con su juego ni obtenía resultados en el campeonato carioca, y además la torcida le hizo pagar los platos rotos por la partida de Jeffinho, el nuevo ídolo de la hinchada. El delantero de 23 años fue transferido a Lyon, club hermano perteneciente al holding Eagle, por una cifra considerada exigua en función de sus condiciones y su futuro.
Botafogo arrancó el campeonato nacional sin mayores expectativas, pero de pronto Castro encontró el funcionamiento de equipo que hasta entonces permanecía oculto. Basado en la solidez de una defensa en la que lucen los centrales Adryelson y el argentino Víctor Cuesta (apenas 7 goles en contra, sólo 1 como local), y en la eficacia goleadora del experimentado Tiquinho Soares (ex Olympiakos de Grecia y Oporto, entre otros, 10 goles en el torneo y 2 en la Sudamericana), O Glorioso ganó la Taça Guanabara y sorprendió a todos en el Brasileirao. Hace apenas dos semanas, los albinegros incluso se dieron el gusto de romperle a Palmeiras una racha de 31 partidos sin perder en su cancha. Castro era poco menos que un héroe. Hasta que llegaron los árabes.
Justo después del encuentro ante el Verdão comenzó a correr el rumor de que Al-Nassr, el elenco saudí donde juega Cristiano Ronaldo, le había hecho una oferta a Castro. El técnico pidió unos días para pensarlo, aunque nadie dudó cuál iba a ser su decisión, teniendo en cuenta que la oferta económica cuadruplicaba sus ingresos en Brasil.
En el partido ante Magallanes que cerró la fase de grupos de la Sudamericana el ambiente ya era muy distinto en el estadio Nilton Santos, una mezcla de nostalgia y bronca. El toque melancólico lo puso la despedida de Joel Carli. El zaguero marplatense -ex Aldosivi, Gimnasia, Deportivo Morón y Quilmes- se retiró del fútbol a los 36 años como capitán del equipo luego de 159 partidos jugados desde 2016 (salvo un paréntesis en el segundo semestre de 2020), que le valió el reconocimiento unánime de la hinchada y del propio club, al que posiblemente permanezca ligado al club en labores técnicas.
Muita emoção na despedida do ídolo. Te amamos, Mauro Joel Carli 🤍🔥 #VamosBOTAFOGO pic.twitter.com/QYxXI53X82
— Botafogo F.R. (@Botafogo) June 30, 2023
El ingreso de Carli en los últimos minutos fue casi el único motivo de ovación en una noche donde reinó el enojo y la decepción con el técnico. Castro fue recibido con abucheos e insultos, el equipo, desconcentrado, jugó muy por debajo de su nivel y el empate 1 a 1 lo obligó a disputar la eliminatoria ante Patronato. Al día siguiente se confirmó la noticia: los árabes pagaron los 2 millones de dólares de indemnización y Castro se marchó con ellos.
Felipe Neto, el influencer más popular de Brasil con 45 millones de suscriptores, que en 2017 se convirtió en la primera estrella de Youtube en patrocinar un club, fue contundente en su “despedida” al entrenador portugués: “Es un mercenario sin palabra. Que nunca más pise Botafogo”, pidió en sus redes.
Textor, en cambio, no se inmutó ni perdió el tiempo en lamentaciones. Aprovechando que en Europa el fútbol está de vacaciones llamó al brasileño Claudio Caçapa, ex jugador hasta 2007 y en la actualidad ayudante técnico del Olympique de Lyon, le pidió que se tomara un avión a Río de Janeiro y se hiciera cargo del plantel de manera transitoria. Lo que suele denominarse “sinergia empresarial”. Mientras tanto, el mandamás del club iniciaba conversaciones con otro entrenador portugués, Bruno Lage, campeón con Benfica en 2019 y con último paso por el Wolverhampton inglés. Su contratación aún no está definida, pero Trextor ya le confirmó a Caçapa que “en ningún caso” seguirá al frente del plantel.
Que nenhum botafoguense fique pedindo retorno do Luis Castro.
— Felipe Neto 🦉 (@felipeneto) June 30, 2023
Fez o clube de palhaço, fingindo uma indefinição q nunca enganou ninguém.
Pra no fim abandonar o clube NO DIA de um jogo importante e antes de um clássico, comprometendo o resto do ano. Inclusive descumprindo sua… pic.twitter.com/BAPQusZW06
La realidad es que en el primer partido con el técnico provisional al mando, los jugadores albinegros parecieron sentirse más cercanos a su jefe en los despachos que a su célebre torcedor de Youtube. Se recuperaron del traspié de unos días antes y ratificaron la contundencia de su andar por el torneo. Como para calmar los ánimos y sostener el sueño de alcanzar un título que no se festeja desde 1995, cerraron el clásico ante Vasco da Gama con un 2-0 plenamente justificado durante el desarrollo del encuentro.
La historia de los clubes de fútbol está llena de vericuetos. Más aún cuando se atraviesan tiempos de cambios profundos. Mané Garrincha, aquel puntero derecho de piernas a contrapelo y gambetas indescifrables que durante 15 años vistió la camiseta del Botafogo y derramó su magia por las canchas brasileñas y de medio planeta, hizo más que nadie para que la fama de O Glorioso trascendiera las fronteras cariocas. Por eso, 40 años después de su muerte, la gente prolonga en los muros del barrio la idolatría por quien les brindó deleite y felicidad. Hoy el dueño de la emoción y las ilusiones no pisa la cancha, se maneja con la frialdad de un negociante y es bastante probable que encuentre dificultades para comprender el profundo sentido de pertenencia que implica amar una camiseta. Es cierto, tiene muchos millones en sus cuentas corrientes y con ellos a veces puede cancelar deudas y ayudar a recuperar el devaluado prestigio de un club. Imaginar que le alcanzará para que un mural perpetúe su memoria dentro de 40 años ya parece bastante más difícil.
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