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MENDOZA.- El estadio le hizo justicia a la idea del seleccionado de viajar al interior, cada vez con mayor frecuencia, en busca de un público más cálido. Fueron 42 mil hinchas los que decidieron no dejar pasar la chance de demostrar que Mendoza tiene sus servicios a disposición del plantel que dirige Edgardo Bauza, que desde su llegada a la ciudad no paró de recibir muestras de cariño. La respuesta desde el campo de juego no fue proporcional, pero eso poco importó: después de varios meses de espera, nada ni nadie podría arruinar la fiesta de quienes habían agotado localidades en los confusos días de la renuncia de Lionel Messi.
La selección se sintió amparada, tomó nota del respaldo de una ciudad predispuesta a no cuestionarle nada. El equipo argentino ya mira con alivio el calendario: sus próximos partidos de local por eliminatorias serán en Córdoba (Paraguay) y San Juan (Colombia). Lejos del Monumental, pareció haber reencontrado placeres olvidados.
Dybala, el zurdo de los botines flúo, estrelló un pelotazo en el poste y el público se levantó sobresaltado. Luego, un tibio "Argentina, Argentina" se escuchó posiblemente como un antídoto al frío que adormecía las extremidades. Un lujo de Lucas Pratto, otro firulete de Funes Mori, fueron motivos suficientes para que la selección recibiera una (otra) muestra de lealtad por parte de los mendocinos. Se habían jugado treinta minutos y a esa altura se caía de maduro que el objetivo era hacerle sentir a Messi que había tomado la decisión correcta al haber dado marcha atrás en su renuncia.
La mejor demostración de incondicionalidad se dio cuando al grito de "Dybala, Dybala" el estadio despidió al volante zurdo que acababa de echar todo a perder con una segunda patada, segunda amarilla y una expulsión al filo del cierre del primer tiempo. Por suerte, el estadio aún resonaban las carcajadas, muecas de felicidad por el gol que la Argentina había convertido tan sólo un minuto antes. Edgardo Bauza, petrificado, sólo sacó las manos del campeón para rascarse el cuello: a medida que avanzaba la noche, el frío se tornaba más hostil. Celebró el tanto de Messi con una gélida mirada a la pantalla gigante cuyo reloj avisaba que se estaba jugando el minuto 45 del primer tiempo.
Aun cuando Uruguay se adelantó en el campo nunca hubo lugar para los murmullos. De hecho, el solitario Pratto se llevó una ovación cuando salió reemplazado por Lucas Alario. Al igual que Dybala, no le quedará un buen recuerdo de este partido, aunque él sí podrá tener desquite el próximo martes.
El otro gran agasajado fue Javier Mascherano, de buen nivel en un partido de vuelo no muy alto: cada revolcón suyo, cada quite fue aplaudido con honores. Junto con Messi, los símbolos del equipo, encabezaron el aplausómetro imaginario. Edgardo Bauza volvió a quitar sus manos del bolsillo, tras el pitazo final. La mano cerrada, el puño a la altura del mentón se adivinaba como un desahogo. Hubo, también, otro triunfo: la victoria que pudo hacer sentir al seleccionado a gusto.
Volante argentino