Desesperados por ganar nos olvidamos de jugar
Sus dos últimos presidentes, más el actual, están bajo reclamo del FBI, uno de ellos sufre arresto domiciliario en Nueva York y los dos restantes no pueden poner un pie afuera del país, temerosos de caer presos. Una Comisión paralela de un Congreso también en crisis (la Comisión oficial no imputó a nadie) elevó a la justicia ordinaria un informe que acusa también de corrupción a dos vicepresidentes, a un director jurídico, a un ex director financiero y dos socios. Los acusa de lavado de dinero, evasión, comisiones ilegales y otros delitos. La crisis se extendió al propio presidente del Comité Olímpico, que cayó preso la semana pasada. Estoy hablando de Brasil. Sin embargo, su selección fue por escándalo la mejor de la eliminatoria sudamericana. El nuevo DT artífice del cambio, Tité, cuidó ética y estética hasta el partido de anoche ante Chile. Y dos de sus principales periodistas, Juca Kfouri y Tostao, lejos de burlarse, opinaron en sus columnas que Leo Messi no debía quedarse afuera de Rusia.
Temíamos que Brasil (“Decime que se siente”) cediera ante Chile (en Argentina sí, donde en eliminatorias anteriores protagonizamos amables empates finales contra Uruguay). Otros micrófonos se burlaron días antes porque Perú llevaba su propia agua a la Bombonera (en Argentina sí, donde patentamos el bidón a Branco en Italia 90). O porque Paolo, el Guerrero de Perú, es feo. O porque el cronista debía cuidar la billetera rodeado de aficionados peruanos. El domingo pasado, en un partido de nuestra Primera D, un pibe de apenas siete años, con su padre al lado, “insultaba” al árbitro gritándole “¡peruano!”, “¡boliviano!”. Acostumbrados a jugar finales, podíamos aceptar perder contra Alemania, no una eliminatoria contra nuestros vecinos. Algunos, sin ver el caso Brasil, decían que no ir a Rusia podía ser “aleccionador”. No ir a Rusia, eso sí, nos aseguraba no tener que sumar a la mochila una nueva final perdida. Nos evitaba también el título ya usado de “campeones morales”.
Ese fue justamente el título que renovamos tras el Mundial 66, cuando “los piratas ingleses”, intolerantes con la viveza criolla, echaron a Rattin de Wembley. El título de campeón moral desnudó su inutilidad al Mundial siguiente, al que ni siquiera clasificamos. En México 70, el fútbol, aún con la ausencia argentina, igualmente siguió escribiendo su historia, al punto que coronó a una de las selecciones más bellas de todos los tiempos, el Brasil de Pelé. Hartos de ser “campeones morales” decretamos el “ganar como sea”. Dirigentes, técnicos, jugadores, periodistas y barras. Y también políticos. Desesperados por ganar –por supuesto que hubo excepciones-, nos olvidamos de jugar. La crisis quedó expuesta como nunca con los últimos resultados pobrísimos de las otrora buenas selecciones juveniles. Pero el grito saltó con la selección mayor. Cambiamos AFA, DT, estadio, jugadores y esquemas. Y pedíamos volver a cambiar todo si no íbamos a Rusia.
En una charla que ofreció meses atrás en Buenos Aires, el británico James Kerr, autor de Legado, el libro que cuenta el fenómeno All Black, contó que la autocrítica del equipo incluye hacerse siempre preguntas. “¿Y cómo es el proceso cuándo la respuesta (la solución) tarda en llegar?”, le preguntaron a Kerr. “Es cierto, a veces no aparecen las respuestas, pero el logro –dijo Kerr– es seguir formulándose la pregunta”. ¿Cuáles son las preguntas que debería hacerse la AFA, la selección, el fútbol argentino, después de una eliminatoria tan sufrida, de pasos tan cambiantes y que precisó de resultados ajenos y de un rival poblado de novatos para sentir alivio recién en la fecha final? Solemos creer que todo sucede por primera vez. En tiempos de tantas preguntas es bueno volver a los clásicos. Por ejemplo, Dante Panzeri.
Su libro “Burguesía y gangsterismo en el deporte” fue escrito en los ’70. Panzeri enumera las pérdidas económicas que provocaba la no ida al Mundial de México. Cita a las empresas periodísticas. Habla de algunos de sus empleados que reclamaban una furiosa autocrítica general, de todos menos de ellos. El periodismo, es cierto, no juega. Uno de los pioneros del circo, el italiano Aldo Biscardi, murió el domingo pasado. “No hablen más de tres o cuatro a la vez, si no, no se entiende nada”, pedía Biscardi en su programa. “El Proceso de los Lunes” sentenciaba offside o mano. La justicia detectó que, a veces, la tecnología del offside se ajustaba según el poder del club mencionado. Circo corrupto. Los árbitros le hicieron juicio. “Ese programa –dictaminó el juez al justificar la absolución– tiene una credibilidad demasiado baja”.
Panzeri recuerda que el fútbol debatía en aquellos años de no Mundial por el fútbol triunfador pero polémico de Estudiantes de La Plata. Los pinchas pasaron de héroes a vergüenza nacional, con jugadores presos y suspensiones de por vida, después de una escandalosa final de Copa Intercontinental contra Milan en la Bombonera. “¿Cómo exigirle a un jugador que no se exceda si lo único que se le reconoce y premia es un triunfo?”, buscó justificar el abogado. “Aquí –sumó Osvaldo Zubeldía, DT de aquel Estudiantes célebre- no se escapa nadie, incluídos ustedes, los periodistas”
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