La Copa Libertadores de los escritorios: los escándalos administrativos que la dejarán en el recuerdo
La Copa Libertadores 2018 será recordada como la de los escritorios. O la de los abogados. Ellos son los verdaderos protagonistas del torneo. Los astros de la pelota perdieron espacio, que ahora ganan los expertos en leyes. Los que memorizan reglamentos. Los que auscultan los documentos buscando la manera de salvar a sus clubes de un problema legal. Porque, más que goles, espectáculos atrayentes o estrellas de relevancia mundial, esta Copa Libertadores viene regalando escándalos, dislates burocráticos y decisiones extraordinarias.
"Me propuse revolucionar la Conmebol desde que asumí. Creo que estoy haciendo mi tarea de bien a muy bien. Pero por algunos problemas puntuales ahora estoy en el ojo de la tormenta", les dijo Alejandro Domínguez, el presidente de la Conmebol a algunos integrantes de su equipo. Cerca del máximo dirigente entienden que buena parte del trabajo realizado en los últimos años se fue al tacho en un puñado de meses. Ni el dinero recuperado del FIFAgate, ni el aumento de los premios por participar en los torneos internacionales, ni la publicación de los balances anuales de la confederación servirán para tapar casos como el de Carlos Sánchez (Santos, de Brasil), Bruno Zuculini (River), Ramón Ábila (Boca) o Dedé (Cruzeiro). El hincha de fútbol, que desde hace años quiere volver a hablar de fútbol en los bares de sus ciudades, recordará a esta Libertadores como aquella en la que volvió a hablarse de escritorios.
El primer escollo fue un sistema llamado Comet. Se trata de una de las últimas decisiones de gobierno de Juan Ángel Napout, el doble antecesor de Domínguez, a quien precedió tanto al frente de la Asociación Paraguaya de Fútbol (APF) como en la Conmebol. Napout, hoy preso en una cárcel de Brooklyn donde purga una condena de 9 años de prisión, anunció al Comet como una verdadera revolución electrónica. Corría octubre de 2014, y desde Asunción se promovía al sistema como una solución en línea a todos los trámites relacionados con planteles y entrenadores. Una solución cibernética.
Pero el Comet falló, porque los encargados de ingresar los datos se equivocaron. Y a los pocos días de suceder a Napout, Domínguez instaló una amnistía para todos los futbolistas que estuvieran sancionados. Les conmutaba la mitad de la pena. Era una manera de celebrar el centenario de la entidad. Los castigos conmutados se ingresaron mal. Y algunos jugadores que debían partidos de suspensión quedaron limpios. El primer caso de la epidemia fue Carlos Sánchez (Santos), quien jugó contra Independiente por los octavos de final pese a estar inhabilitado. Por más que el club en el que brilló Pelé se defendió, la Conmebol decidió darle por perdido el partido de ida con Independiente por 3-0, como marca el reglamento en caso de alineación indebida. La ventaja conseguida en los escritorios sentenció la serie en favor de los Rojos.
El segundo caso fue aún más escandaloso. Bruno Zuculini no jugó uno ni dos partidos inhabillitado con la camiseta de River, sino...¡siete! Y nadie dijo nada. Como ningún equipo rival protestó a tiempo, los de Núñez no fueron castigados. De todas formas, el error había partido desde Asunción: River le preguntó a la confederación por carta si alguno de sus futbolistas estaba suspendido. "Ignacio Fernández", fue la respuesta. En los papeles, sin embargo, todavía debía dos fechas de suspensión de su otra vida, antes de irse a Europa: cuando jugaba para Racing. La Academia, ocasional rival de River, protestó...ante los escritorios. La Conmebol le respondió que lo había hecho fuera de plazo. La historia llegará al Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) en los próximos días.
A Zuculini le siguió el culebrón Wanchope. Antes de usar a su delantero con Libertad de Paraguay, en la serie de octavos de final de la Libertadores, Boca (curado de espanto luego del caso Zuculini) le preguntó a Conmebol si podía usarlo. Silencio. No hubo respuesta. Ábila adujo una lesión y no participó del partido de vuelta. Había dudas sobre si debía o no una fecha de suspensión, que también acarreaba de otra vida: su paso por Huracán, el club que lo encumbró. Libertad, cuyo estadio es un homenaje en vida al expresidente de Conmebol Nicolás Leoz, pidió precisiones a la confederación sobre el caso Ábila. Y las sospechas se confirmaron: además de recordarle a Libertad que ya había vencido el plazo para reclamar, confirmaba que Ábila no podría haber disputado el encuentro de vuelta.
El último eslabón de esta cadena fue la decisión de Conmebol de hacer lugar a un reclamo de Cruzeiro para liberar a Dedé, defensor del equipo mineiro, de una tarjeta roja que le sacó el árbitro paraguayo Éber Aquino luego de un choque con el arquero de Boca Esteban Andrada. Aquino recibió el llamado desde el VAR, revisó la jugada en 360º, puso la cámara lenta y tomó la decisión de expulsarlo. Juzgó uso desmedido de la fuerza. Andrada, tendido sobre el césped, tenía una doble fractura de maxilar. Cruzeiro no perdió el tiempo: mandó a sus dos principales dirigentes a Asunción sin escalas. Pidió una audiencia urgente con Domínguez y esgrimió que si se mantenía la roja a Dedé lo perjudicarían tres veces: 1) la expulsión, que consideraban injusta. 2) el segundo gol de Boca, anotado ya sin Dedé en la cancha. 3) la suspensión, que excluía al zaguero de la revancha.
La Unidad Disciplinaria de Conmebol aceptó el reclamo de Cruzeiro y habilitó en los escritorios a Dedé. Conocida la decisión, Boca puso a sus abogados al servicio del caso y, en menos de 24 horas, redactó su propia apelación para evitar que Dedé salga a la cancha el jueves próximo. Boca asegura –y el reglamento lo asiste– que la Unidad Disciplinaria no tiene facultad para actuar en casos como el de Dedé. Y que sólo puede hacerlo cuando hay confusión de identidad. "A escritoriazo, escritoriazo y medio", parece ser la ley no escrita de la presente Copa Libertadores. Cuatro incidentes administrativos en un mismo torneo. En una misma Libertadores. El torneo que todos los clubes del continente se pelean por ganar.
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