La violencia arrebató la esperanza
Salvaje, un energúmeno bailaba en su propio descontrol sobre un semáforo, a pasos del Obelisco. No es el único: al rato, otro más. No hay sólo exaltados que disfrazan una supuesta celebración por ser hincha de..., (un despropósito tan fiel a la Argentina de hoy), también hay mujeres y niños que imitan el desafío a las alturas y a la razón, en un juego de miles de locos transmitido al mundo entero. Así es una parte (cada día más profunda, cada día más sustancial) de lo que nos rodea a diario. La violencia, en amistosa convivencia con la impunidad, hace tiempo que anda dando vueltas, sobre todo en nuestro fútbol. Estamos rodeados. La esperanza quedó atrapada. Acorralada, justo ella, siempre inmune a cualquier tipo de atropello.
Hace 15 días que se habla, que se dice, que se escucha, qué va a pasar con Vélez-San Lorenzo , que definirán buena parte de la gloria limitada en un semestre. Casi, casi, no hay datos futboleros: cómo planifican Ricardo Gareca y Juan Antonio Pizzi el duelo del pizarrón y sus pases cortos y largos, para atrás y hacia adelante. Quiénes juegan. Cómo se desempeñan en los últimos tiempos. Qué pierde uno, qué gana el otro. O viejos y atrapantes partidos entre dos enemigos íntimos. Casi, casi, nada de eso: la mesa está servida para la charla de cómo combatir la latente y previsible violencia. Cháchara barata, vocablos para el tablón de la demagogia, cuando se intuye desde largos años que los violentos dominan la escena. Entre otros asuntos, por complicidad. Porque la justicia debe estar acorralada en otros conflictos más urgentes. Dos semanas de "sólo público local", "con socios de Vélez", "debe ser con hinchas de ambos equipos", con vuelta olímpica aquí o allá, con amenazas, con agresiones y hasta con una "no habilitación de la cancha", apenas un par de horas antes del gran acontecimiento. Ahora, parece, la responsabilidad de todo es de Stevie Wonder... No habría que descartar nada, sinceramente: nuestro fútbol expresa como ningún otro fenómeno de masas cómo caímos más allá del subsuelo. Alguien se debe enterar: todavía estamos a tiempo, sólo basta contemplar la maravillosa ingenuidad de los ojos de un niño envuelto en una camiseta cualquiera.
Los actores de la cancha, los jugadores de Vélez y San Lorenzo, más allá de los desatinos de algunos desencajados que se exhiben desnudos con camisetas en mano o de traje y corbata, tienen en su cuerpo una oportunidad irrepetible: detrás del resultado, se juegan el respeto y la tolerancia. La dignidad no debe perder jamás.
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