La Superliga. Las ganas de Lanús pudieron más que la estéril pulcritud de Vélez
Lanús necesitaba sumar de a tres para no entreverarse decididamente en los puestos del descenso. Vélez quería festejar por primera vez en el torneo. A uno lo empuja la tensión; al otro lo distingue la pulcritud. Pero si la primera depende del acierto en el esfuerzo; la segunda precisa de una buena dosis de calidad, y cuando esta no aparece queda a expensas del que pone más ganas. Es por ahí donde se debe hurgar para explicar un 3-1 del Granate sobre el Fortín que sin duda no pasará a la historia.
La Superliga argentina abunda en carencias. Escasean los grandes jugadores, pueden contarse con los dedos de una mano los equipos que superan la media de funcionamiento y, sobre todo, de cierta regularidad. En cambio, se multiplican en la ansiedad, el nerviosismo y la presión. El resultado no puede ser bueno y el conformismo es una de sus consecuencias.
El hincha se satisface con ganar como sea, el espectador neutral se consuela con ver algunos goles, todos se contentan con una ráfaga de algo que sacuda la modorra. Lanús y Vélez disputaron uno de esos partidos que no se escapó de la media. Con muchos minutos de tedio, un ratito de emoción y una victoria que alegró al que la consiguió, sin que le importen demasiado los méritos acumulados para conquistarla.
Fueron apenas 10 minutos de emotividad, en el arranque del complemento y en medio de un desierto de fútbol. Pero a no confundir, porque ni siquiera esos momentos fueron producto del buen juego. El segundero había dado dos giros en la parte final, cuando Vera entró por derecha, su disparo tocó en Gianetti, se levantó y estableció el 1-0. Otro rebote en el área de enfrente, esta vez en la cara de Acosta, puso el 1-1 tres minutos más tarde. Un innecesario penal de Guidara a Moreno a los 55 le dio a Sand la ocasión de marcar el 2-1. Eso fue todo.
A partir de ese momento volvió la "normalidad", ese aburrido bostezo que gobernó la primera parte. A Lanús le correspondió a los 14 minutos la llegada más clara (en verdad, la única), producto de uno de los tantos errores del arquero Lucas Hoyos en la salida con los pies. La pelota terminó en Moreno, pero Hoyos enmendó su grosería tapando el mano a mano.
Vélez sumó en su haber la acción mejor elaborada (también en este caso, una excepcionalidad). A los 44 minutos combinaron a un toque, al mejor estilo Manchester City, Robertone-Romero-Domínguez-Bouzat. El centro bajo del extremo izquierdo, por el contrario, fue bien de entrecasa y Muñoz lo rechazó sin problemas.
Todo lo demás fue de regular para abajo. Mal el equipo de Heinze en el manejo y la distribución de la pelota. Sin precisión en el pase, sin inventiva para encontrar espacios en el enjambre defensivo que montaban los locales, sin desbordes de Janson ni Bouzat. Por ende, sin inquietar a un Agustín Rossi que solo tuvo que participar para atrapar un tirito de Robertone sobre el final del juego.
Igual o peor Lanús. Las últimas experiencias granates contra el Fortín fueron traumáticas: un 0-4 en Superliga y sendas derrotas en la Copa de la Superliga. Luis Zubeldía prefirió entonces la precaución. Nada de descubrirse a campo abierto. Un equipo apretado en su campo, dedicado a quitarle fluidez al supuesto mejor juego colectivo rival y a salir rápido de contra, algo que nunca sucedería.
El guión iba a repetirse una vez apagados los fuegos artificiales del comienzo de la segunda mitad. Probó darle más profundidad al ataque Heinze con el ingreso de Almada por la izquierda, pero el pibe estuvo tan poco eficaz como el resto de sus compañeros. Colocó a Galdames en el medio (Fernando Gago vio el partido desde el banco, pero el desarrollo y el resultado no le dieron oportunidad para volver a la actividad), para retrasar a un Giménez cuya lentitud en el primer pase fue uno de los muchos pecados de su equipo.
Nada modificaría el encefalograma plano de Vélez. Siguió sin profundidad, sin molestar a Rossi, entregándose al ímpetu y las ganas de un Lanús que redondeó el 3-1 sobre la hora y se llevó una alegría por pura insistencia. Muy a tono con el promedio habitual de una Superliga en la que solo cabe conformarse con algunas migajas de emoción y buen fútbol.
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