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Mauro Boselli: “Me voy a ir de la Argentina porque no quiero vivir con miedo”
Analiza su carrera y cuenta por qué se radicará en Europa con la familia; presiones, las redes sociales y el “mudo” Messi
- 17 minutos de lectura'
Segunda fecha de la Premier League 2010/11. Wigan Athletic juega en su estadio, enclavado en el complejo comercial Robin Park, junto al río Douglas, a media hora de Manchester. Mauro Boselli acaba de llegar al club y enfrente está el Chelsea de Carlo Ancelotti. Con Didier Drogba, Frank Lampard, John Terry, Michael Essien, el portugués Carvalho, Petr Čech al arco. “Un equipazo, qué equipazo tenían… Perdimos 6 a 0 ese día”, recuerda Mauro, que al final se atrevió a pedirle la camiseta a Lampard y la guarda entre sus tesoros.
En ese museo personal también reluce la 7 de Luis Suárez en Liverpool, entre otras. Pero se ríe Mauro por una que no está… “Me acerqué a Van Persie en un partido contra Arsenal, y me dijo directamente que no, seco. Me podría haber mentido, me podría haber dicho que se la había prometido al primo de un amigo…” Simpática anécdota que retrata a Boselli, el ídolo desprovisto de vedetismo. No encontrarán poses ni vanidad en él. El hombre de 38 años que convive con las últimas semanas del futbolista. Que en dos décadas de acción gritó goles en todos los rincones y se clavó en muchos corazones. Que, si bien anduvo por el mundo, entiende que el cierre debe ser en casa. Y Estudiantes es familia, él ya lo va a explicar mejor.
Boselli nació en el barrio de Barracas. Creció a cuadras de la Bombonera y debutó en Boca. Después, voló. España, Inglaterra, Italia, una huella profunda en México, Brasil, Paraguay. Y La Plata. Se retira Boselli, primero del fútbol, y en un tiempo más, del país también. Aparece la angustia, pero hay un plan familiar. Hay un destino: Málaga. “Cuando llegamos a Málaga con Belén, mi mujer, no teníamos hijos, fue nuestra primera experiencia solos y éramos muy jovencitos: ella tenía 19 y yo 20; dos nenes que encima ni habíamos vivido juntos en Buenos Aires. Era una prueba para la pareja, pero realmente nos encantó la ciudad, nos sentimos re cómodos y seguramente allí iremos a vivir. Aparte, a mí no me gusta el frío y en esa ciudad, de 365 días, en 300 hace calor. La cultura se asemeja tanto a la nuestra... En Inglaterra nada que ver, son más fríos; mis compañeros no sabían ni quién era. En realidad, eso en Europa pasa mucho. Lo charlé con Rodri Palacio y me dijo: ‘Cuando yo llegué a Genoa venía de Boca y de ganar la Copa Libertadores y tampoco sabían quién carajo era’. En Europa, lo único que conocen de acá es la Bombonera; ni miran el fútbol sudamericano”. Crudo retrato.
–Después de todo el viaje, ¿qué análisis hacés del fútbol argentino de 2003, en el que debutaste, y el de 2023, el del adiós?
–Bueno, si lo comparo con la elite, con Europa, todavía seguimos lejos. Sí, internamente, se igualó todo a partir del desarrollo físico. El fútbol argentino está mucho más igualado, más competitivo. Se puede decir que para abajo, porque no hay tanta diferencia entre los equipos. Antes ibas a la Bombonera y sabías que era muy difícil ganar; hoy va cualquier equipo, se le planta a Boca y le gana. Y eso no habla mal de Boca, muestra que el fútbol pone el acento en destruir y no en construir; se juega a neutralizar al oponente y no tanto en proponer cómo superarlo. Son pocos los equipos que tienen un estilo marcado y que buscan generar; eso hace que sea todo mucho más friccionado, menos vistoso y ahí se iguala todo: a los equipos que tienen mejor calidad de jugadores les cuesta sacar las diferencias que sacaban antes.
–¿Es un fútbol más histérico, también?
–Sí, más urgente, más impiadoso. Pero en general en Latinoamérica es así: en México hace poquito se anularon los descensos porque había algunos grandes complicados, y en Brasil hasta es peor que acá me animaría a decir. No estoy de acuerdo en cómo se vive el tema del descenso en esta región porque la verdad es que alguno tiene que descender. Hay un límite para todo y ese límite no se tiene que cruzar: no puede ser que descender signifique matar a los jugadores o prender fuego sus autos. Es un juego y si no desciende uno, desciende otro. En ese sentido, en Europa se vive de otra manera y en Argentina todos son excesos. Creo que habla un poco de cómo está la sociedad. Fijate lo que pasa en el país: el fútbol es un escenario más de todo lo que vivimos día a día. Un espejo. ¿Qué podés esperar si en el país se viven cosas que son increíbles? Antes era una puteada y nada más; ahora es ‘te vamos a buscar’. Se está empezando a cruzar un límite y no está bueno porque no sabés en qué termina. Esto no le hace bien a nadie. ¿Pero qué se puede esperar de gente que la está pasando mal, que no tiene para darles de comer a sus hijos? No digo que se justifica, pero todo tiene un porqué y ahí está la clave: la gente va a la cancha y descarga sus broncas y todo su malestar.
–¿Te vas a ir de la Argentina porque hay cuestiones del país que te han desilusionado?
–Sí. Lo que nos toca vivir no es lindo. Y yo estoy bien, no tengo las necesidades que se ven todo el tiempo en las calles, pero no puedo hacerme el distraído. Lo veo y lo noto a diario con amigos y con gente cercana. A mí me pone triste ver a la Argentina así porque es un país que tiene un potencial que no llega a la gente. No quiero vivir mirando para atrás, para ver si viene alguien que me va a chorear. No quiero vivir con miedo. Si mi país estuviera bien, yo nunca pensaría en irme. Yo soy argentino, no soy europeo, pero la realidad es triste y yo no la puedo cambiar.
–Lo que sí podías cambiar, y lo hiciste, fue el tema de los bautismos a los juveniles que suben a Primera, ese tema de cortarles el pelo y demás…
–Yo tuve la suerte de que en mi primera pretemporada a ninguno se le ocurrió pelarnos y esas cosas, pero sí pasó en la siguiente: yo zafé porque ya había hecho la anterior. ¿A quién le gusta que le corten el pelo, a quién le gusta que lo ridiculicen? ¿Por qué, porque sos más chico? El derecho de piso se paga de otra manera, no se paga tomándole el pelo y haciéndolo pasar como un tonto. Cuando volví a Estudiantes, Mariano [Andújar] tenía esa idea. De mi parte, sólo fue apoyarlo porque me parece que no es lindo. Mariano sí lo sufrió y se la tuvo que comer por ser chico, pero no estamos de acuerdo con eso. Me parece que no ayuda: en vez de hacer que te sueltes, te cohíbe y te hace pasar vergüenza. Es algo que para mí atrasa.
–Hablando de atrasar, ¿por qué en otros deportes la homosexualidad se naturaliza y en el fútbol todavía no?
–Tiene que ver con la condena social: tus compañeros te ven todos los días y te van a aceptar. Pero qué pasa cuando vas a la cancha de otro, las cosas que te pueden llegar a gritar y el famoso bullying. Tenemos una mentalidad difícil, y no solamente en Argentina, porque pasa en diferentes partes del mundo: en México está penado que le griten puto al arquero cuando está por sacar y la gente lo sigue haciendo a pesar de las sanciones. Son cosas a las que no les encuentro explicación: me gustaría encontrarla, pero no lo logro.
–Quizás la explicación esté en una sociedad más pobre. Culturalmente más pobre, no sólo económicamente.
–Sí. Y antes, el destrato y las críticas las recibías durante las dos horas del partido y terminaban ahí. Hoy están las redes sociales y cualquiera, atrás de un teléfono, te puede hacer llegar cualquier mensaje; bueno o malo. Si vos no tenés un equilibrio para manejar esas cosas, las redes sociales pueden ser un arma de doble filo.
–¿Te lastiman las redes?
–Siempre que las cosas van con mala intención, te pueden llegar a lastimar. Hoy, con 38 años, ni me creo que soy Messi cuando hago dos goles y la gente me manda mensajes lindos ni me creo que soy el peor cuando los erro. Tengo compañeros y tuve compañeros en otros lugares que viven muy pendientes: termina el partido y dicen ‘¿a ver qué pusieron en las redes?’ y eso si no lo sabés manejar te puede jugar muy, muy en contra. E incluso te puede jugar en contra cuando las cosas te van bien porque te podés creer algo que no sos y eso te puede perjudicar en el día a día. Las redes sociales están bastante jodidas.
Boselli, el “Matador” en acción
–¿Qué te pasa, como protagonista del fútbol argentino, cuando se cambian las reglas de un torneo sobre la marcha?
–Empezás a perder credibilidad. Somos menos creíbles los que componemos el fútbol argentino, y esa desconfianza también la siente el que te mira desde afuera. Es como que, en el medio de un partido, hagas un gol con la mano y digas ‘ahora vale’. Las reglas tienen que estar desde antes de iniciarse los torneos; cambiarlas en el medio lo veo muy poco serio. No ayuda, y menos si la pretensión es alcanzar la elite del fútbol y competir contra las grandes ligas.
–Te quedará para siempre que integraste la primera delantera de selección con Messi…
–Ahhhh, sí, sí, es verdad. En el Sudamericano Sub 20 del 2005, él era media punta. Fue la primera convocatoria de Leo y nosotros lo conocíamos de nombre nada más. Era el pibe que venía de Barcelona, pero enseguida me di cuenta de que era una cosa de locos. Hacía jugadas de PlayStation: los jugadores para él eran conitos; jugaba como si tuviese un joystick y marcaba una diferencia en velocidad que te dejaba sin palabras. En ese momento él tenía 17, porque era dos años más chico que nosotros. En los entrenamientos ya se notaba lo que podía hacer y cuando entraba en los partidos, porque en ese momento era suplente, cambiaba el partido. Una cosa de locos ya desde chiquito. Me acuerdo que contra Bolivia entramos juntos: él hizo dos goles y yo uno.
El reencuentro entre Mauro Boselli y Lionel Messi. Compartieron cancha en sus días con la Selección de Argentina U20. pic.twitter.com/gND9k296RR
— Invictos (@InvictosSomos) May 29, 2018
–¿Cómo era ese Messi?
–Él no hablaba, no se le escuchaba la voz. Hoy, con el diario del lunes, me hubiese gustado tener un poco más de relación con él. Después charlamos en el Mundial de Clubes, en 2009, y más adelante me lo crucé en la Copa Joan Gamper que jugamos con León de México; ahí cambié la camiseta con él. Y también pude hablar en otra ocasión: él tiene un departamento en Buenos Aires y justo alquilé en ese edificio una vez que vine de vacaciones; como él estaba, le toqué timbre y estuve charlando un ratito. Me demostró que tiene una humildad bárbara porque habíamos sido compañeros, pero diez o doce años antes, y después nos habíamos visto poco. Me abrió las puertas de su casa, un pibe recontra humilde.
–¿Cómo viviste el título en Qatar?
–Siempre digo que el tiempo pone las cosas en su lugar. A él le tocó de esa forma: tuvo que aguantar y comerse un montón de cosas de la gente. Criticaban a un flaco que hizo 91 goles en un año, cuando hay jugadores que no llegan a 100 goles en su carrera. Él los hizo en un año y jugando en la liga española. ¿Cómo podés criticar a un flaco así? Le decían que era pecho frío, que no sentía la camiseta, lo comparaban con Maradona todo el tiempo… Pero el fútbol es así. Nosotros somos una sociedad muy exitista. Entonces, si no sos el mejor no existís; el segundo y el tercero no cuentan. La gente lo criticaba y él seguía viniendo. Me acuerdo que en una cancha de acá lo chiflaron. ¿Qué queda para nosotros, si chiflaron al mejor jugador del mundo? Hoy, por suerte, se sacó toda esa carga, ya no lleva esa mochila de ‘no ganaste, no ganaste’.
–Por la identificación que lograron con la gente, ¿te gustó que este grupo lograra el título del mundo?
–Sí, pero también me hubiese gustado que el grupo anterior lo consiguiera porque nos estamos olvidando de un montón de jugadores que se lo merecían. Acá lo critican a Higuaín y le hacen memes, y el flaco es un fuera de serie que hizo goles en todos lados: más de 100 en España y más de 100 en Italia. A Di María también lo criticaron feo, pero se pudo sacar la espina. Hubo otros que no, como Higuaín, Mascherano, Tevez, Gago, Biglia, Romero. A Higuaín lo escuché decir en una nota que las críticas le hicieron mal. Y es así, eso llega y se siente. Yo, que todavía soy jugador, me pongo en su lugar. Atrás de un teclado cualquiera dice cualquier cosa y encima es gratis. Si la gente tuviese que pagar un centavo, te puedo asegurar que nadie diría más nada.
–¿Cuál fue el cambio más drástico que debiste asumir como futbolista en estas dos décadas?
–La manera de entrenar, sin dudas. Todo lo que se hacía antes, cambió: desde mi primera pretemporada hasta la última que hice cambió todo un 100%. No hay ni punto de comparación. El fútbol cambió: hoy es mucho más físico. Hoy se piensa más en correr que en jugar. Hoy vos tenés que rendir en el GPS y muchos miran a ver cuánto corrieron. Es importante correr, pero también es importante darle la pelota a tu compañero, moverte para que otro reciba, estar bien ubicado en el momento justo. No es solo correr y hoy se prioriza más eso. Para igualar a los equipos que tienen mejor calidad técnica, los entrenadores piensan que vos tenés que tener esta palabrita que está de moda: intensidad. Hoy, en el fútbol mundial, cambió el estilo de 9. Se pasó de un 9 de área, de un terminador de jugadas, a otro tipo de delantero. La selección, por ejemplo, tiene a Julián Álvarez y a Lautaro Martínez que son distintos al clásico centrodelantero. Fueron desapareciendo esos 9 que necesitan del equipo para meter goles: el ‘Pepe’ Sand, Palermo, el ‘Cuqui’ Silvera, el ‘Beto’ Acosta, Milito, ‘Wanchope’ Ábila, yo. Sí puedo poner a un Lewandowski o a un Harry Kane, que tienen muchísima técnica, pero son finalizadores de jugadas. Hoy está mejor visto el 9 que no es fijo, como Lautaro y Julián. Incluso algunos juegan sin 9.
–Ya hablás como técnico. ¿Vas a seguir ligado al fútbol?
–Me hubiese encantado ser entrenador, pero ni hice el curso de técnico. A mi familia la moví por todas las partes del mundo y a veces en poco tiempo. Mi mujer me apoyó siempre, desde el primer día, pero cuando tenés chicos dependés de otras cosas. Mi hija más grande [Emma, 11] nació en Argentina y a los dos meses se fue a Inglaterra; de Inglaterra nos fuimos a Italia a los seis meses, después de ahí viajamos a México. Ahí tuvimos una estabilidad y nacieron mis otras dos hijas [las gemelas Ginna y Sofía, de 7], pero después nos fuimos a Brasil, a Paraguay y volvimos para acá. Hace poco hablé con una de mis hijas, que está en quinto grado, y me pidió: ‘Por favor, papá, no me quiero mover más; quiero tener mis amigas y no dejarlas’. Seguramente llegará una mudanza más, a Europa, pero ahí espero encontrar la estabilidad. Con una carrera de técnico seguís dando vueltas para un lado y para el otro. Ya no quiero ser egoísta, y darle prioridad a mi familia. Sé que quizás puedo estar ligado al fútbol de otra manera: me gusta mucho todo lo que tiene que ver con la dirección deportiva, gestionar desde otro lado y no desde adentro de la cancha. Pero cuando deje de jugar quiero pensar en mi familia para darle esa estabilidad que no le pude dar durante todos mis años de carrera. Ahí está la única explicación por la que no tengo pensado, hoy, ser técnico. Quizás el día de mañana, con mis hijas grandes, la cosa cambie; hoy los entrenadores de 45 o 50 años son jóvenes. No me cierro, pero hoy no es la prioridad.
Imposible decir adiós, sin antes decir gracias.
— Mauro Boselli (@mauroboselli) November 3, 2023
Hoy les quiero contar que, cuando termine la temporada, cerraré mi etapa como profesional.
El agradecimiento es para todos los que me acompañaron durante estos años.
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¿Qué es Estudiantes en tu vida…? Se arremolinan las emociones, se le estruja el corazón y, a la vez, late como nunca cuando Mauro escucha la pregunta. “Estudiantes no es sólo una forma de sentir el fútbol, sino de vivir la vida. Tenés que estar en este club y pasar mucho tiempo para entender cómo es. Yo puedo decir un montón de cosas y hablar del sentido de pertenencia, pero para saber en serio lo que es Estudiantes tenés que vivirlo. En este club encontré los mismos valores que me enseñaron en mi casa mis viejos. Llegué a Estudiantes después de rechazar una oferta con un cheque en blanco de un club de Turquía y pedirle a Boca que me vendieran a un club de Argentina porque se estaba muriendo mi papá y no quería estar lejos… Y regresé hace dos años por la muerte de mi mamá y sentía que debía estar acá...”
La charla, definitivamente, queda enmarcada por los sentimientos. “Yo no quería volver a la Argentina, yo no quería que mis hijas vinieran acá y sintieran el cariño de las abuelas, de mi hermana y de nuestros amigos… No quería que mis hijas se arraigaran acá porque, la realidad, es que les voy a tener que decir que esto que vivieron no va más, y que nos vamos a vivir a Europa. Pero bueno, uno propone y Dios dispone: falleció mi vieja, sentí que tenía que estar acá y volví a ponerme la camiseta de Estudiantes. Regresé con la incertidumbre que genera volver al fútbol argentino, tenía miedo de que pensaran: para qué carajo vino a los 36 años, por qué no volvió antes, vino a robar… Tuve miedo porque ponía en juego la corona. Cuando se inauguró el estadio y estuve entre los invitados, la gente me regaló un cariño increíble y me di cuenta de que se seguían acordando de ese Boselli que con goles había ayudado a ganar una Copa Libertadores. Mis hijas habían escuchado que ovacionaban a su papá y no quería perder eso. Pero salió bien y siento que no les fallé. Todavía quedan algunas semanas y la Copa Argentina por delante.
–¿Con la fama cómo te has llevado todos estos años?
–Pasé por un montón de situaciones, desde sacarle mucha ventaja a la fama, por ejemplo cuando era chico y entraba al boliche sin hacer la fila, hasta cansarme. Cuando estuve en México estaba en un lugar como La Plata, pero con un solo equipo; entonces no podía salir ni a la esquina. Cuando estaba la Bruja en Estudiantes, se iban todos atrás de la Bruja. Pero lo que me pasó en León fue que la Bruja era yo, y a veces me sentía invadido. Yo no tengo problemas en firmar y sacarme fotos, pero ya era demasiado. La verdad es que allá me fue muy bien y entonces los pedidos eran todo el tiempo y en todos lados. Lo más gracioso es que te dicen: ‘La última, la última’. ‘Sí, la última tuya’. En ese sentido, la fama me hinchó un poco las bolas. A veces la gente no entiende que vos estás de mal humor: el técnico no te puso y estás caliente, no tenés ganas, te peleaste con tu mujer... Yo trato de aceptar siempre porque a mí no me hubiese gustado ser chiquito y que me dijeran que no. Bueno… y de grande tampoco me gustó aquel no de Van Persie.
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