¿Qué le pasa a Independiente? Cinco claves para entender el bajón del Rojo
El 11 de noviembre pasado Independiente ganaba su último partido oficial. Fue 2-1 ante Belgrano en Avellaneda. Ese mismo día, Braian Romero (en fuera de juego) marcaba el hasta hoy último gol del equipo con pelota en movimiento. Desde entonces, y con las vacaciones de por medio, el Rojo vivió 3 empates y 2 caídas, y apenas señaló dos tantos, el de Meza de tiro libre en Mendoza y el de Silvio Romero de penal ante Talleres dos jornadas atrás. Demasiado poco, demasiado pobre.
El sábado pasado, el flojísimo desempeño del equipo de Ariel Holan en el Nuevo Gasómetro terminó de encender las alarmas. Algo no está funcionando bien en el Rey de Copas. No fluye el juego, el equipo que despertó elogios de propios y extraños hace dos años se difumina en el recuerdo, no llegan las alegrías, la clasificación a la Libertadores 2020 se ve cada día más lejana y, para colmo de males, el fichaje del peruano Christian Cueva quedó en la nada (arregló con el Santos de Sampaoli). "No vamos a hipotecar el club", dijo con fastidio Ariel Holan, que vio evaporarse una de sus apuestas para recuperar la energía extraviada.
¿Qué le pasó y le pasa al Rojo? Aquí van cinco puntos como para entender, en parte, la involución de un conjunto que se había ganado con justicia los elogios de todo el fútbol patrio.
1. Del vértigo al letargo
El vértigo, la intensidad y hasta cierto carácter frenético fueron señas distintivas del Rojo en 2017. Con esas características, Ariel Holan rescató a un Independiente que deambulaba sin rumbo y no lograba encauzar un estilo de juego. En 2018 se empezó a evidenciar algunos cambios, con la marcha de algunos jugadores importantes y la acumulación de viajes y partidos. La transformación se acentuó cerca de fin de año.
El 4-2-3-1 que había regido durante la mayor parte de la gestión Holan pasó a ser 4-3-3, lo cual no significaría nada si no fuese porque las características de los intérpretes se modificaron de manera sustancial. Así, de la sexta marcha que imprimían Meza-Benítez-Barco (su gambeta en velocidad ha sido irreemplazable), cuyo mayor pecado era no encontrar la pausa necesaria para definir mejor la gran cantidad de ocasiones de gol que se creaban, se pasó al toque sutil y moroso de Gaibor-Domingo (o Francisco Silva)-Hernández. En los dos partidos jugados en 2019 el ingreso de Pablo Pérez acentuó el efecto. El equipo ganó en elaboración pero ahora le cuesta cambiar de ritmo. Además, con la ausencia de Gigliotti perdió potencia para contraatacar y sostener la pelota para que lleguen los volantes.
El efecto de esta suma de variables es que hoy Independiente es un equipo previsible y por eso, relativamente sencillo de controlar. Entonces, a la espera de que Cecilio Domínguez aporte la explosión de antaño, las ocasiones de gol escasean, y como la ineficacia crónica se mantiene, los goles no aparecen.
2. Presión vs. repliegue
Presionar alto y en cuanto se perdía la pelota en ataque fue, durante muchos meses, la otra gran señal de identidad del Rojo en esta etapa. Pero los mismos motivos señalados para frenar el ímpetu ofensivo motivaron ir dejándola de lado, más allá de algunos partidos (el 0-1 frente a Boca, por ejemplo) o ráfagas sueltas.
La opción defensiva actual es el repliegue para ocupar y cerrar los espacios en campo propio. Casi todos colaboran en la misión, extremos incluidos, y la realidad indica que a Campaña no le hacen muchos goles. Pero la recuperación de la pelota tan atrás prácticamente elimina la posibilidad de salir de contra.
El inconveniente añadido es que durante las transiciones ofensivas el equipo va alargándose y, como ante la pérdida de la pelota no hay respuesta inmediata ni agresividad en la recuperación, suele quedar expuesto al contragolpe rival (los últimos goles recibidos tienen ese sello).
3. La falta de especialistas
El tanto marcado por Meza, una falta lateral que se coló por arriba en el segundo palo del arquero de Godoy Cruz, fue una excepción con buenas dosis de fortuna. Pero Independiente no cuenta con un lanzador de faltas experto ni certero.
La carencia no solo se nota en los lanzamientos directos sino en los centros, que no suelen encontrar destinatarios con camiseta roja. El déficit se prolonga con la ausencia de grandes cabeceadores, sobre todo en el área ajena. Ni siquiera los penales cuentan con un ejecutante seguro. En esta Superliga, Independiente falló 4 y convirtió 3.
La conclusión es que el equipo aprovecha en cuentagotas la pelota parada para quebrar la resistencia adversaria.
4. El déficit físico
El sábado, varios jugadores acabaron exhaustos y acalambrados el encuentro ante San Lorenzo. Es verdad que el Rojo jugó con 10 todo el complemento, pero el cansancio general fue muy elocuente.
La semana anterior ante Talleres, en una tarde de calor agobiante, fue que los cordobeses llegaron más frescos al tramo final del partido.
Holan admitió que en el Bajo Flores alineó a un par de jugadores que no estaban para jugar los 90 minutos. "Necesitamos que algunos se pongan en ritmo", sostuvo el entrenador, obviando que es responsabilidad del cuerpo técnico tener a punto a todo el plantel. La sensación desde afuera es que hace ya un largo tiempo que al equipo le cuesta mantener la intensidad de punta a punta del encuentro.
5. La autocomplacencia
El juego de Independiente comenzó a descender ya en 2018, al margen de los resultados. Solo algunos partidos -Corinthians, Huracán, Boca- recordaron al equipo campeón de la Sudamericana. Sin embargo, para analizarlo, desde el club pareció más activa la búsqueda de coartadas más o menos válidas (arbitrajes desfavorables, viajes, lesiones, cansancio…) que la mirada profunda para aceptar que el tono ya no era el mismo.
Ahora, el bajón ya está a la vista de todos. El fútbol de Independiente ha perdido el glamour y efectividad que lo caracterizó en el pasado más reciente y la tabla de posiciones no miente al respecto. Después de un mercado de pases turbulento, queda por saber si Ariel Holan tiene las armas necesarias para recuperarlo.
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