Racismo en la Copa Libertadores: “¿Dónde están las bananas?”

Sus cracks merecen aplauso eterno. Pelé, Garrincha, Ronaldo, Romario. Cinco Copas Mundiales. Pasado y también presente. Número uno en el ranking FIFA. Y las semifinales de la Champions. Ayer fue el Liverpool de Jurgen Klopp con Allison Becker, Fabinho y Firminho (suplente). Y, hoy en el Bernabéu, Real Madrid con el veterano Casemiro y el joven Vinicius, más Eder Militao, y también Marcelo y Rodrygo suplentes. Y enfrente el Manchester City de Pep Guardiola con Ederson, Fernandinho y Gabriel Jesús. La lista es interminable. Hay cracks brasileños en casi todos los grandes equipos del mundo. En todas las épocas y en todos los puestos. Arqueros, defensores, volantes y delanteros. En Sudamérica, sin embargo, hay hinchas que, cuando enfrentan a Brasil, solo se les ocurre comer una banana. “Son negros. Son monos”.

La Copa Libertadores actual suma ya siete insultos racistas ante equipos brasileños, tres de los cuales de hinchas de River, Boca y Estudiantes (también hubo en Chile, Ecuador y Colombia). El Observatorio brasileño contra la discriminación racial en el fútbol detalló ayer 27 episodios de racismo contra clubes brasileños en las últimas seis ediciones de la Libertadores. Once de ellos provocados por hinchas argentinos. La Conmebol anunció cambios reglamentarios para imponer castigos más severos, como la multa reciente de 30.000 dólares a River (que apeló y quiere trasladar la pena al hincha racista, al que además suspendió por seis meses).

El racista puede ser uno. Pero suele haber muchos más festejando la “broma”. En Brasil, claro, el tema es de alta sensibilidad. Las leyes son más duras (lo sabe ahora el hincha de Boca que se burló contra Corinthians). Diarios, radios y TV dieron espacio central al rebrote de racismo en la Libertadores. En cambio, en los demás países, Argentina incluida, el racismo pasó casi desapercibido. Naturalizado en todo caso como folclore futbolero. El tema, obvio, excede al fútbol. Y, en estos tiempos, cuando el reclamo tiene más visibilidad, el Primer Mundo se asusta y alarma con la teoría de la “sustitución”. Los negros (y los inmigrantes) amenazan desplazarnos. Adueñarse de “nuestra” sociedad.

En las canchas (donde el color estuvo siempre mejor repartido) el racismo es viejo. Y varios de los episodios más graves sucedieron justamente en Brasil. Desde el polvo de arroz que se pasaban los primeros jugadores negros o mulatos para blanquear su piel hasta la brillantina que alisaba el pelo mota. Hubo sanciones contra Ponte Preta, Bangú y Vasco da Gama, clubes pioneros que desafiaron la discriminación. Ponte Preta asumiendo el apodo de “macaca”. Hinchas “macacos” y el equipo una “macacada”. Si hasta algún presidente de la nación pedía selecciones de jugadores blancos para mostrar un Brasil blanco en el exterior. Hay viejas historias de jugadores blancos que se negaban a compartir vestuarios con los negros. O les hacían bromas pesadas. El propio Pelé reconoció medio siglo después que nunca le gustó el primer apodo que le pusieron sus compañeros de Santos: “Gasolina”.

“Grafite” es a su vez el apodo del atacante de 1,90m de San Pablo que Leandro Desábato (cuando jugaba en Quilmes) insultó en pleno partido de Copa Libertadores de 2005. Fue resonante porque Desábato terminó arrestado. Grafite contó estos días al diario Folha que se arrepiente de no haber llevado aquel caso hasta las últimas instancias judiciales. Habla de una “dirigencia blanca” que no siente el dolor en su piel. Por eso, dice Grafite, “estamos a merced de que esta gente tome conciencia”. Roger Machado, DT de Gremio (hoy en Serie B), recuerda a su vez que él es uno de los pocos entrenadores negros en las divisiones principales. “La ideología racista atribuye a los negros menor inteligencia, liderazgo y gestión”, dice. Una política educativa discriminatoria, “que impacta en nuestra conciencia”. Y un odio que aumentó en estos últimos años. Racistas escondidos, dice Gerson, que hoy “se sienten autorizados” por el discurso “del líder de la nación”. Habla del presidente Jair Bolsonaro. “Si sembramos odio”, se preguntó a su vez Abel Ferreira, DT portugués de Palmeiras, “¿qué queremos recoger?”.

Brasil tiene motivos suficientes para decir basta. Hasta la entonces presidenta Dilma Rouseff adhirió a la campaña “somotodosmacacos” cuando en 2014 le tiraron una banana a Dani Alves en la cancha de Villarreal (que expulsó de por vida al agresor). Aquí insultamos desde hace un siglo. Del “Monos en Buenos Aires” (diario Crítica en 1920) a “Que se vengan los macacos” (Olé en 1996). En la final de la Copa Libertadores de 2019, un micro con hinchas de River quedó atascado ya cerca del estadio Monumental de Lima y fue reconocido por hinchas de Flamengo. Un hincha de River respondió mostrando preservativos. Otro se bajó los pantalones. Y un tercero comenzó a buscar desesperado. “¿Dónde están las bananas?”.

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