River no gana ni convierte en la Superliga: tercer 0-0 seguido al empatar con Argentinos
Está envuelto en un peligroso carrusel depresivo. River perdió la alegría. La de jugar, la de atropellar. La de llevarse el mundo por delante. Es un equipo con las medias bajas, con los ojos vendados, acorralado contra sus propios fantasmas. El empate sin goles contra Argentinos confirma la teoría: no le hace un gol a casi nadie. Lleva 391 minutos sin marcar, es el cuarto 0-0 en serie y, si se espía en el pasado, entre todos los torneos, incluidos amistosos, suma 6 0-0 en sus últimos 8 encuentros. A pocos días del desquite contra Racing por los octavos de final de la Libertadores, no tiene gol, ni imaginación, ni garantías de nada. Otra vez chocó contra el arquero adversario, pero eso no es lo peor. Juega con pesimismo, un aura extraño en uno de los ciclos más optimistas y exitosos de su historia.
Aturdido, nervioso y señalado, River se siente atrapado en una vorágine de pelotazos al vacío y acusaciones sobre el escritorio. Entre el serio desliz por Bruno Zuculini, mezclado en los despistes de la Conmebol y una imagen sobre el campo de juego que ofrece debilidades del mismo tenor. River juega deprimido, envuelto en una telaraña de inseguridades que no se acaban en la tibieza cuando pisa el área adversaria. No tiene magia, no tiene colmillo, no tiene rebeldía: se pasea sobre el magnífico césped, ideal para ensayos de otro calibre, con la impericia de un aprendiz en el cuerpo de un gigante desalmado. Ya no se trata de que tiene la cabeza en la Libertadores: la mente, el cuerpo y la convicción no están en ninguna parte. River se convirtió en una formación ordinaria, impropia de un conductor como Marcelo Gallardo. Cuando no volaba, mordía, apretada, destruía. Ahora, es un débil equipo sostenido por Armani y algún cruce a tiempo de los zagueros, Maidana y Pinola.
No grita, no empuja. Le sobra talento, escondido en algún rincón de los cuerpos de Pity Martínez, apagado, Quintero, errático, Palacios, en el aire, y Nacho Fernández, confundido. Pratto juega corriendo, impetuoso y desabrido. Argentinos juega a sus espaldas, a las espaldas de todo River: se siente cómodo con ínfulas de partenaire jerarquizado. Bloquea al conjunto millonario con dos conceptos que no sobran, por estas horas, sobre el campo de Núñez: convicción y prepotencia.
Escondida la clase, surgió de a ratos el empuje, esa decisión de ir para adelante con los ojos vendados y los botines cambiados. Al menos, con el transcurrir de los minutos, River se pareció a un equipo más despierto, acorralado por la necesidad. Un cabezazo de Pratto en el travesaño encendió al Monumental, a esa altura tan desorientado como el equipo. Borré, de la Cruz y Enzo Pérez ingresaron con la misión de salvar al equipo, pero fue Pinola, en la línea –ayudado por el travesaño-, el que tomó nota de que el asunto no sólo estaba mal allá arriba. También, aquí abajo.
Inspirado en Rigamonti una semana atrás, Chaves se convirtió en una muralla, con tres salvadas que dejan huella. De la Cruz, tan confuso como valiente, fue la punta de lanza de una formación más agresiva –dos delanteros, tres enganches-, que ensamblada. River no pudo con el arquero rival, otras vez, es cierto. Lo peor, sin embargo, es que así como está, choca hasta contra su propia sombra.
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