Más líder que nunca: Rodolfo D'Onofrio, en el centro de la escena del River campeón de América
La emoción lo embriaga. Las lágrimas rodean su rostro, mientras las miradas cómplices se convierten en abrazos con Marcelo Gallardo, con Enzo Francescoli, con todos y cada uno. Rodolfo D’Onofrio es el presidente más exitoso de la historia de River, el club más ganador. Desde su liderazgo –tantas veces cuestionado, tantas veces controvertido–, se confirma, al ganar la Libertadores de todos los tiempos, que es el principal triunfador que no patea ni un balón. Ahora sí: la política nacional, en un futuro no tan lejano, le tiene preparado un sillón y un escritorio de privilegio.
Lejos del Monumental, sin el aliento exclusivo millonario. Días después de romper lazos con Daniel Angelici, detrás del escándalo de la suspensión y más allá del abrazo menos pensado previo al duelo en Madrid con su par de Boca, del "pacto de caballeros", de las luchas en el interior de la Conmebol, D'Onofrio es uno de los elegidos. Pasó el temblor de semanas oscuras, reapareció el liderazgo detrás de escena. Y la histórica vuelta olímpica.
Títulos en cantidad y, sobre todo, en calidad. Antonio Vespucio Liberti –un dirigente de culto, cuyo nombre lleva el Monumental-, juega en otra liga. Supera a los grandes dirigentes de la historia millonaria porque, además, es el hombre que sucede a Daniel Passarella, el presidente de la etapa más oscura. Reconstruye al gigante desde las cenizas. Y lo convierte en una referencia imprescindible en América. El juego de las comparaciones es odioso, pero la sensación es que supera a todos. Como a Hugo Santilli, campeón en el histórico 1986 en el torneo local, la Libertadores y la Intercontinental, con una formación de galera y bastón, primero, y con el "contragolpe ofensivo", tiempo después. D’Onofrio lo disfrutó como hincha. Hoy, ahora mismo, es el otro dueño de América.
El 17 de diciembre de 2017 logró una histórica reelección como presidente de River: arrasó con el 74,4 por ciento de los votos, una marca jamás conseguida. Más de 64.000 socios le dieron su respaldo, apoyado en una mejoría de la economía y los deportes menos visibles y, sobre todo, bajo el manto sagrado del exitoso ciclo de Marcelo Gallardo como conductor. Hoy, el apoyo es aún mayor. El dirigente, de 69 años, de cordial relación con las autoridades de la Conmebol y con una distancia prudencial con la jefatura de la AFA, tiene una ambición: dedicarse a la política nacional, basado en dos premisas, la educación y la salud.
El triunfo en la finalísima potencia su liderazgo. El proyecto deportivo –y sobre todo, futbolístico-, que encabeza el Muñeco y se estabiliza en Enzo Francescoli, el ídolo que encontró en D’Onofrio una contención ideal para el puesto de director deportivo, tiene bases sólidas, perdurables. Los hinchas, los socios, todos están convencido de que la sociedad Gallardo-D’Onofrio seguirá dos temporadas más.
En la intimidad de Núñez, Antonio Caselli, un antiguo aspirante a la presidencia, está lejos de las preferencias. Y en el exterior, D ’Onofrio proyecta dar el salto a la sociedad en general, casi siempre acompañado por Juan Carr y Facundo Manes. Con el responsable de Red Solidaria y el especialista en neurociencia, D’Onofrio aspira a crear una agrupación "sin grietas", hasta con un guiño a Marcelo Tinelli, quien está en conversaciones permanentes con varios actores del mundo de la política. No pretende, en un futuro, ser candidato a presidente de la Nación y se incomoda si se lo involucra con un contexto político definido.
"Soy peronista, radical y socialista, pero, sobre todo, desarrollista", le contó a LA NACION, días atrás. La relación con Mauricio Macri –con el Gobierno, en general-, se basa en un complejo equilibrio, más allá de que, cada tanto, florecen serias críticas. Detrás de los matices, el triunfo del siglo le dará una notoriedad fabulosa, aún mayor a los logros deportivos locales e internacionales conseguidos hasta ayer nomás. Ese es su principal desafío, motorizado en un par de frases, nacidas de la cuna de la escuela pública: es egresado del Colegio Nacional Buenos Aires y es licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires.
La primera: "Hay millones de pobres que necesitan respuestas. Necesitamos que la educación sea un tema central. Puedo entender que haya diferencias de criterios entre economistas, pero lo que no voy a entender es que no podamos tener un proyecto educativo". Y dos: "No busco ningún cargo. No queremos ser políticos; hacemos política, pero no política partidaria. Tratar de generar ideas, proyectos que se conviertan en políticas de Estado. No puede ser que haya chicos que no van al colegio, que están mal alimentados".
Hacia allí va. Ese es su faro, mientras, ahora mismo, otra lágrima recorre su mejilla.
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