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Rosario Central campeón: Miguel Russo como DT, juventud, sabiduría y una hinchada pasional, el cóctel para la reconstrucción
Como el entrenador de 67 años generó la reconstrucción de un club que estaba mal económica y futbolísticamente
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El 30 de septiembre de este año, por la 7ª fecha de la Copa de la Liga, Rosario Central y Newell’s igualaban 0 a 0 en el minuto 55, cuando Miguel Ángel Russo llamó a Ignacio Malcorra, quien no había sido titular por una contractura muscular, para indicarle que iba a reemplazar a Agustín Toledo. Exactamente media hora después el veterano volante (36 años) sacó a relucir la delicadeza de su zurda para acomodar un tiro libre contra el palo izquierdo de Lucas Hoyos y desatar la locura en el Gigante. Pero no fue solo eso. En aquella soleada tarde rosarina, y además darle el triunfo a su equipo, Malcorra había hecho magia.
“El clásico nos marcó, nos dio el envión para lograr clasificarnos”, decía un eufórico Jorge Fatura Broun en la conferencia de prensa posterior a la consagración del Canalla como inesperado campeón. Central había llegado al duelo de la ciudad en el anteúltimo puesto de su zona, con una única victoria en su haber. Peor aún, si se contabilizaban los 15 partidos anteriores, apenas había sumado dos veces de a tres puntos, y la sequía incluía la eliminación ante Chaco For Ever en la Copa Argentina. Creer o reventar, desde el momento que el zurdazo de Malcorra besó la red rojinegra y hasta que quedó sellado el 1 a 0 sobre Platense en la final, el conjunto de Arroyito no perdió más.
Se pueden buscar infinitas explicaciones racionales a la levantada de equipo que, si bien no venía realizando una mala campaña en el año, sí que se deslizaba en un peligroso tobogán. Tercero en la tabla en la fecha 12ª, el equipo dirigido por Russo acabaría 8º la Liga Profesional, y estaba claro que el arranque del segundo semestre mantenía la tónica descendente. “Es un año que lo arrancamos en menos cero y terminamos dando una vuelta olímpica”, recordaba el emocionadísimo entrenador Canalla todavía sobre el césped del Madre de Ciudades apenas concluida la final, como para que nadie se olvidara de poner en contexto el mérito de un plantel que había arrancado 2023 plagado de incertidumbres y con un ojo y medio puesto en la tabla de los promedios.
El técnico nacido en Lanús hace 67 años es, sin duda, uno de los nombres propios que valen para ponerle razones cerebrales a la energía que creció hasta hacerse incontenible con aquel gol de Malcorra. Identificado con Central luego de cuatro fructíferas etapas en el club, Russo fue el entrenador en quien confió Gonzalo Belloso cuando en diciembre de 2022 se convirtió en presidente de la entidad con el 78% de los votos. “Estoy en el lugar que quiero. Este club tiene una energía increíble”, dijo el día de su presentación, como anticipando que algo especial empezaba a fraguarse: “Todas las veces que estuve en el club fueron situaciones difíciles, pero soy técnico y me gusta lo que hago. No sé, será la ciudad, que me gustan los quilombos o que nací para esto. Yo sé que tengo cosas que perder, pero siempre pienso en ganar”, aventuró ese día en busca de un motivo lógico que lo llevara una vez más a orillas del Paraná.
El Canalla iniciaba un proceso de reconstrucción que todavía continúa. En lo institucional y económico, pero también en lo futbolístico: “Agarramos el club con una situación de crisis absoluta”, había sentenciado Belloso apenas unas horas antes de darle el timón del vestuario a Russo.
Por esas horas se estaban marchando rumbo a Europa Facundo Buonanotte -al Brighton inglés-, Mateo Tanlongo -al Sporting portugués- y Lautaro Blanco -al Elche español-, chicos jóvenes que apenas habían llegado a darle algunos puñados de satisfacciones a los hinchas. En el mercado de invierno la sangría continuaría con el goleador Alejo Véliz y Gino Infantino, otras dos joyitas crecidas en las inferiores.
Lo mejor de Central ante Platense
A cambio, las pocas chirolas de la tesorería apenas permitían la llegada a préstamo o libres de futbolistas de rendimiento incierto. Así se fueron sumando Carlos Quintana (35 años), con un último paso por Patronato; Facundo Agüero (28), libre de Unión; y el uruguayo Facundo Mallo (28) para reforzar la defensa. Desde el ascenso lo hicieron Octavio Bianchi (27), de All Boys, Agustín Toledo (23), más el regreso de Lautaro Giaccone, de Ferro. Y fundamentalmente, el colombiano Jaminton Campaz (23), el hombre que sería clave para desequilibrar rivales en ataque, desde el Gremio de Porto Alegre. La inagotable cantera rosarina fue cubriendo los lugares que quedaban por rellenar, con chicos como Kevin Ortiz o Tomás O’Connor.
Fiel a su ADN, Russo fue acomodando las piezas de atrás hacia adelante, modificando la táctica hasta ir encontrando el funcionamiento que mejor le cayera al material con el que contaba. Se apoyó en la experiencia y el liderazgo emocional de Broun y Quintana para ganar solidez en el fondo; en la sabiduría de Malcorra para manejar la ofensiva, y en el apoyo silencioso pero de puro sentimiento Canalla de Walter Montoya para ir gestando ese tipo de grupos que resultan vitales para alcanzar el éxito: “Lo que se armó en el vestuario fue clave. Hay muy buena gente en este equipo y por eso siempre confié que podíamos conseguir algo así”, confesó Broun en la noche santiagueña.
El resto ya es mucho más reciente y conocido. Desde el apoyo incondicional de la gente que transformó el Gigante de Arroyito en un reducto imbatible (Central lleva 28 partidos sin perder en su cancha, el último fue en agosto del año pasado frente a Banfield) hasta el retorno de Maximiliano Lovera en agosto para terminar convirtiendo el golazo que valió una Copa.
Y por supuesto, la pasión que se transmite entre hinchas, jugadores y cuerpo técnico: “El día que no la sienta más dejaré esto y veré cómo sigo”, resumió Russo minutos después de alcanzar a José Yudica y Américo Gallego en el podio de los entrenadores que ganaron títulos de Primera con tres clubes diferentes (Vélez, Boca y Central), mientras lo aclamaban desde las tribunas pintadas de auriazul.
Con Russo, con Belloso, con la experiencia de los veteranos, el fuego de los más pibes, la gambeta de Lovera y el fervor de una hinchada que está entre las más pasionales del país. Con argumentos racionales, pero también con la energía y magia insondables que ni el fútbol ni la vida logran explicar, Rosario Central cierra su año de reconstrucción vestido de campeón. En algún punto perdido del cosmos alguien apretará el puño, mirará a su inseparable perro y le dirá, entre la emoción y la incredulidad: “¡Que lo parió!”.
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