Un Marcelo Gallardo distinto: fastidiado por los errores de su River alternativo
Lucas Piovi acababa de empalmar la pelota que se incrustaba en el arco de River, defendido por Enrique Bologna. Marcelo Gallardo, el entrenador del equipo millonario, vio cómo todo Arsenal festejaba el gol, salió del banco de suplentes y miró a un lado y al otro, como buscando una explicación. Abrió los brazos, incrédulo. Matías Biscay, su ayudante de campo, no ofreció ninguna respuesta, pero pareció musitar algo por un handy. El Muñeco, siempre de gestos correctos, esta vez aparecía molesto. Y no sería la primera vez en la noche de Sarandí.
El 3-3 con Arsenal mostró un Gallardo diferente al aplomado DT que se ve en cada partido de River. Claro, este equipo alternativo, sin el funcionamiento del titular, le causó otras sensaciones. Que no hiciera declaraciones al final del partido estaba previsto, porque tiene programado hacerlo recién este lunes, un día antes de la definición de la semifinal frente a Boca por la Copa Libertadores. Y aunque el empate en el estadio del Viaducto fue un partidazo, pareció no haber margen para que el conductor del plantel disfrutara.
El DT de River no se sintió cómodo con la actuación de su defensa. Se equivocó Bologna, que salió mal a capturar un centro. Falló Lucas Martínez Quarta y su error se pagó con un gol, anotado por Juan Cruz Kaprof (un exfutbolista de River). Y falló, y mucho, Nahuel Gallardo, hijo del propio entrenador millonario. Al Marcelo –se sabe– le da casi lo mismo un partido por la Superliga que otro con la pompa de una semifinal de Copa Libertadores y el rival de toda la vida enfrente: Gallardo siempre exige ganar.
Saberse dos goles abajo de Arsenal lo encendió. Expresivo, compenetrado, arriesgó con los cambios y al instante procuró que su equipo reaccionara. Por eso puso al colombiano Juan Fernando Quintero, un as de espadas que había reaparecido en la última fecha tras una rotura de ligamentos. Si Gallardo tiene que arriesgar, lo hace. Aunque sea con una mueca de rabia, como la que tenía porque su equipo no daba la talla en Sarandí.
River, al final, empató gracias a un gol en contra de Fernando Torrent. El Muñeco miró al piso. Mascó su chicle. Ni un puño bien apretado ni un gesto de alegría. Pareció explotar por dentro, pero porque no le gustaba su River. En la zona mixta lo esperaban periodistas, y también hinchas, policías y curiosos. Gallardo y River siguieron con su libreto: entendían que era mejor no dar la conferencia de prensa. Se fueron todos al ómnibus. El tiempo de hablar será el lunes. Quizás a esa altura se le haya pasado la bronca.
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