Zona de riesgo: en la cancha y en la tabla, para la Argentina todo sigue rematadamente mal
Ni siquiera ante el último en las posiciones el equipo de Jorge Sampaoli pudo demostrar un atisbo de cambio, cuando con cada partido queda menos margen de error
No hay recreo posible ni ante Venezuela , el último, el adversario que siempre se había ido derrotado, muchas veces goleado, del Monumental. El calvario se extiende. Ni siquiera un partido para disimular lo tortuosa que son las eliminatorias para la Argentina . Cinco delanteros de arranque para empatar 1 a 1 gracias a un gol en contra. Un monopolio inocuo de la pelota. Jugadores que intentan juntarse, pero parecen desconocidos. Una idea de juego que no cuaja, ni en el dibujo ni en su puesta en práctica.
Ni Messi de salvador. Omnipresente en el juego, eso sí, agarrando las riendas de un equipo sin rumbo, pero progresivamente consumido por la impotencia general. El público fue al único que exoneró al final de la profunda decepción, cuando los jugadores se metían en el vestuario. Minutos antes de que entraran los equipos, sonaron fuerte por los parlantes del Monumental temas de La Renga, el Indio Solari y Callejeros, todos grupos muy del gusto de Sampaoli. El cierre fue mucho menos musical, el ambiente se llenó de silbidos.
El gol no sólo no llegó rápido como quería Sampaoli, sino que el primer tiempo se fue en blanco, sin poder liberar ningún grito ni sacar a Venezuela de su esquema conservador. Y algo mucho peor, lo impensado ocurrió en el comienzo del segundo tiempo: el que abrió el marcador fue Venezuela en su primer tiro al arco. Poco pero excelso lo de la Vinotinto, con el sutil toque de Murillo, que dejó a Romero atajando el aire. La paradoja se hizo mayor cuando el rápido empate fue obra de un mal rechace de Feltscher; el mérito argentino había sido el desborde Acuña.
Se extendía la negación del gol por virtud propia, el divorcio con la efectividad. Oportunidades hubo, aun sin un circuito de juego fluido y pese a que el equipo transmite la sensación de que se está conociendo. Faltan automatismos y sincronización. No abundan las complicidades futbolísticas.
El gol era vital para un seleccionado que necesita recuperar la confianza, aliviar tensiones, sentirse dueño de su destino. Que en los primeros 45 minutos la figura, por amplio margen, haya sido el arquero Faríñez no significa que la Argentina redondeara una producción convincente y afinada. Faríñez, subcampeón mundial Sub 20 hace pocos meses, confirmó los buenos antecedentes que lo precedían. Con 19 años, no se intimidó por el escenario ni por las figuras que tenía enfrente. Le asiste la razón al técnico Dudamel cuando afirma que Venezuela tiene arquero para rato con este joven caraqueño.
La Argentina estuvo cerca de la decena de ocasiones de gol en la primera etapa. En algunas se interpuso la elasticidad y el arrojo de Faríñez y en otras no se llegó alguien a conectar la asistencia o el centro por muy poco. Le faltaron cinco para el peso al seleccionado y cinco centímetros para aprovechar algunas situaciones.
Buena parte de las jugadas pasaron por Icardi, que no estuvo resolutivo ni contundente. No entró en el equipo con el olfato ni la puntería afinada. Como si la responsabilidad que le llegó tras esperar detrás de Higuaín y Agüero aún le pesara. En el Monumental se escuchó algún comentario no exento de malicia: “Higuaín se perdía goles en las finales, en esta clase de partidos no perdonaba”. Y fueron muchas más las voces que pidieron por el delantero de Juventus cuando el gol de Venezuela hizo aflorar la bronca y el descontento.
El esquema que Sampaoli planteó no fue tanto el que se preveía. Acosta retrocedía casi hasta convertirse en un lateral y Dybala se movió cerca de Icardi, casi en un doble nueve. El desarrollo no deparaba nuevas y buenas noticias, sino algunas repetidas y malas: otra lesión muscular de Di María vestido de albiceleste. El isquiotibial izquierdo frenó lo que era una interesante producción del jugador de PSG, con desbordes por la izquierda que no fueron debidamente capitalizados.
Se volvía a un déficit que ya es un trauma: mucha posesión, nula contundencia. Circulación abundante, escasa sorpresa. El equipo dependía de Messi para sacudirse la parsimonia. Como si no encontrara socios ni nadie le tirara un desmarque, el N° 10 intentó varias veces la individual en medio de un bosque de piernas rivales. Hasta cinco jugadores llegó a juntar a su alrededor.
La Argentina ni siquiera usufructuó el rápido empate. El nerviosismo fue creciente. Se equivocó mucho con la pelota, no había línea de pase y, para peor, Venezuela se le animaba con algunos contraataques porque encontraba espacios y los defensores dudaban entre salir o cortar.
La noche se fue haciendo más fría por lo poco que transmitía el equipo. Con Benedetto por el intrascendente Dybala se intentó con un doble nueve. Ingresó Pastore, rápidamente consumido por las urgencias. Venezuela nunca dejó de hacer pie, dio el tipo, no fue esa histórica bolsa a la que le entraban todos los golpes. Y siempre le quedaba Faríñez para conjurar el peligro. Huérfana de fútbol, la Argentina tampoco supo llegar a la victoria con algún arrebato, con un arresto emocional. Se esperaba que después de Venezuela todo fuera distinto, en la cancha y la tabla de posiciones. Pero todo sigue rematadamente mal.
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