En 1998 se disputó el Abierto de los Jugadores, con una definición espectacular entre los Heguy y el equipo de Pieres-Cambiaso. A pocos kilómetros se jugó, también, la final de Tortugas
El año 1998 trajo novedades en el diseño de la temporada de Primavera. Por iniciativa de los jugadores, se modificó el calendario de alto hándicap del polo argentino. Ellos, unidos en la Asociación Argentina de Jugadores de Polo (AAJP), presidida por Horacito Heguy, tomaron la decisión de crear y organizar su propio certamen: el Torneo de Maestros, con dos sedes. Para las primeras fechas, el club Los Indios, por entonces ubicado en San Miguel, y como escenario de los restantes partidos, Centauros, en General Rodríguez.
La escasez de fechas no dio opciones y el Abierto de la Asociación Argentina de Jugadores de Polo, nombre definitivo, adoptado en pleno desarrollo, por coincidir su nomenclatura original con una copa de golf de Centauros, se superpuso con la disputa del Abierto de Tortugas. Tortugas en solitario, sin la colaboración de Los Indios, otra novedad. Los tradicionales socios pusieron punto final a la prolongada relación y cada uno se manejó de modo independiente. El reducto de la familia Heguy tuvo acción al comenzar la temporada y, a continuación, arrancó en Tortuguitas la añeja Copa Emilio de Anchorena que tanto tiempo estuvo bajo la órbita de Franky Dorignac. Este trofeo, el del Abierto, por primera vez no cobijó a las principales estrellas y, por ende, tampoco reunió a los grandes equipos.
La consensuada determinación de gestionar su propio campeonato, suscripta por el colectivo de polistas de la AAJP, levantó polvareda. Sacudió las estructuras, generó recelos y postergó un poco a Tortugas en la consideración general. No obstante, el torneo del Country fundado por Antonio Maura y Gamazo en 1930, supo capear el temporal y se mantuvo a flote: aglutinó ocho equipos (de 26 a 33 goles de handicap) y ofreció muy buenos premios (un auto 0 kilómetro para cada integrante del cuarteto campeón y recompensas en metálico para el segundo y para el triunfador de la ronda de perdedores).
Además, se aseguró el auspicio de la Asociación Argentina de Polo, que de esta manera tomaba postura y le daba la espalda a la nueva iniciativa de los jugadores, excluyéndola de la programación oficial. En aquellos días, Marcos Heguy, back de Indios Chapaleufú, con 10 goles de handicap, se expresó acerca del tema en las páginas de LA NACION: “Esperamos que el Torneo de los Jugadores represente un antes y un después para el polo. Lo que hicimos nosotros fue preocuparnos más por el espectador y por el conjunto de jugadores. La idea es repartir por igual entre todos, y que no se lleva más el ganador. Así se podrá darle más apoyo al que vienen de abajo”. Respecto de la simultaneidad con Tortugas, aclaró: “Eso sucedió porque la Asociación Argentina de Polo no auspició los dos certámenes. Y esa es su misión: regular y evitar que pasen estas cosas”, reflexionó Marcos.
Ocho equipos de 29 a 39 goles
Los Abiertos de Tortugas y de los Jugadores marcharon a la par. Incluso, ambas finales se disputaron el mismo día y a la misma hora: el nublado sábado 10 de octubre a las cuatro de la tarde. A pesar de no disponer del aporte de canchas y de la cooperación en el armado del torneo por parte de Los Indios, Tortugas volvió a relacionarse con su ex socio. El destino se entrometió en el desarrollo y a la definición arribaron representantes de ambos clubes. De un lado: Tortugas-La Picaza, con Pablo Dorignac, Eduardo Novillo Astrada (h.), Alejandro Díaz Alberdi y Miguel Bourdieu, y enfrente, Los Indios, integrado por José Rivas, Santiago Araya, Sebastián Harriott y Héctor Guerrero. Un gol sobre la campana le permitió festejar a la escuadra local, la de Eduardo Novillo y compañía.
Al mismo tiempo, y a unos veinticinco minutos de distancia, ocho equipos, en un rango de 39 a 29 goles de valorización, animaron el Abierto de los Jugadores, iniciado el 23 de septiembre y que culminó el 10 de octubre. Las últimas modificaciones de handicap habían dejado al polo sin conjuntos de 40 goles. En una decisión polémica, que impulsó a Gonzalo Heguy, a través de una carta de lectores enviada a LA NACION, a proponer un cambio en el modo de evaluar a los jugadores, por considerarlo injusto al método vigente, Horacito y Pepe Heguy habían perdido el 10. La comisión evaluadora no contempló factores externos de probable influencia en las bajas actuaciones de los primos: la muerte de Horacio Heguy padre, a comienzos del año, en Horacito, y la lesión arrastrada por Pepe al despuntar la temporada.
Los ocho participantes fueron: Indios Chapaleufú, subcampeón de Palermo, integrado por los cuatro hermanos Heguy: Horacito, más Bautista, Gonzalo y Marcos, quienes mantuvieron el 10. Ellerstina, campeón del Abierto Argentino, se presentó con Adolfito Cambiaso (10), Mariano Aguerre (9), Gonzalo Pieres (10) y Bartolomé Castganola (9). La Baronesa participó con una formación de 37 goles: Tomás Fernández Llorente (9), Sebastián Merlos (10), Pite Merlos (9) y Matías Mac Donough (recién subido a 9). Indios Chapaleufú II, usando una camiseta bordó, alineó a Pepe Heguy (bajado a 9), Nachi Heguy (9), Milo Fernández Araujo (ascendido a 8) y Eduardo Heguy (10), en total: 36 goles. La Cañada se anotó con 33 goles: Javier, Eduardo y Miguel Novillo Astrada (8 goles cada uno), y Picky Díaz Alberdi (9). Los Indios II, sumando 30 goles: Matías Magrini (7), Rubén Sola (7), Benjamín Araya (8) y Santiago Gaztambide (8). La Lechuza Caracas, llegando a 29: Agustín Merlos (7), Lucas Monteverde (7), Silvestre Donovan (7) y Martín Garrahan (8). Y Los Indios, un equipo de 28: José Ignacio Araya (7), Héctor Guerrero (7), Sebastián Harriott (7) y José Rivas (7).
Divididos en dos zonas de cuatro, los participantes se enfrentaron entre sí. Y el ganador de cada grupo se clasificó para la final. Tras derrotar con algo de trabajo a La Lechuza Caracas (15-9) y holgadamente a La Cañada (20-8), y luego de superar por un gol a Indios Chapaleufú II (16-15), Indios Chapaleufú I accedió al match decisivo. Mientras que por la vía opuesta apareció Ellerstina. La Zeta goleó a los dos Indios (20-5 al II y 16-3 al I) y despachó a La Baronesa por un cómodo score (18-12).
Una buena final, linda para ver y jugar
En los días previos, Horacito Heguy y Lolo Castagnola palpitaron entusiasmados la finalísima. “Por lo visto en las semis, llegan mejor ellos, pero eso no quiere decir nada. El rival no me preocupa, me preocupa mi equipo. Si jugamos bien, podemos ganar. De lo contrario, no”, comentó el número 3 de Chapaleufú, que por una infección en un ojo se perdió el partido ante La Cañada y fue reemplazado, oportunamente, por Marcelo Frayssinet.
“Los dos llegamos más o menos en las mismas condiciones. No debemos permitirles crear un circuito de juego. Y al mismo tiempo tenemos que estar atentos a que no puedan impedir nuestra forma de jugar. Ellos deberán cuidarse de Adolfito”, sostuvo el back de Ellerstina. Tanto Horacito como Lolo vaticinaron que saldría un gran espectáculo. “Es un partido lindo para ver y jugar”, dijo Horacito. “Será una buena final. Los dos practicamos un polo abierto”, consideró Lolo. Y no se equivocaron. Indios Chapaleufú y Ellerstina, clásico de ese momento, protagonizaron un partidazo… Técnicamente lejos de la exhibición de diez meses atrás en Libertador y Dorrego, pero emotivamente inigualable. Con un cierre de locos y un vuelco dramático en el resultado.
El antecedente más cercano aún estaba fresco. Era la final de Palermo de diciembre, donde un golazo de Adolfito Cambiaso, en chukker suplementario, le dio el triunfo a Ellerstina. Indios Chapaleufú, con la sangre en el ojo, buscaba -y necesitaba- la revancha.
Actitud, “máquinas” y suerte
Y llegó el gran día. Las infaltables lluvias de septiembre alteraron el cronograma original y fue necesario postergar algunos encuentros. Pero afortunadamente para la organización, el partido definitorio se jugó según lo establecía la pauta: el sábado 10 de octubre. “Gran Final. Ellerstina (38), Indios Chapaleufú (39). Club de Polo Centauros. Ruta 28, kilómetro 7,5. Con su entrada participa del sorteo de un O Km”, anunciaba el jueves 8 y el viernes 9, un aviso de un cuarto de página publicado en LA NACION.
Ellerstina impuso su ritmo de entrada. Juego simple con facilidad para llegar al gol gracias a una caballada que volaba en la cancha. Gonzalo Pieres manejaba el medio y Adolfito Cambiaso sacaba réditos de su alta eficacia cerca de los mimbres rivales. En el tercer chukker se rompió el equilibrio y el crack de Cañuelas dibujo una de sus típicas genialidades. A pura habilidad, velocidad y taqueo, el delantero-líbero (tal cual se autodefinía) metió un gol de arco a arco que dejó el resultado parcial 8-4. Contundente. Indios Chapaleufú, con Gonzalo Heguy de 1 y Bautista replegado a la posición de 2, apostaba por el estilo clásico. Y funcionó por ráfagas, pero serios baches defensivos le impedían encauzar el desarrollo y emparejar el tanteador, como en los primeros capítulos de la historia. Desconcertante. Las permanentes rotaciones de Pieres y compañía desordenaban a los hermanos, quienes perdían asiduamente las marcas. Y a ese problema se le sumaban fallas de sincronización en los throw-ins.
En ese contexto, Ellerstina inclinó la balanza. Y el sexto y penúltimo período, finalizó 15-10 a favor de la escuadra de Pieres. A falta de siete minutos para la última campana, semejante diferencia hacía presumir que el asunto estaba resuelto. Salvo que enfrente se plante un equipo que jamás se entrega, que mientras el corazón lata peleará fervorosamente. Eso hizo Indios Chapaleufú. En el epílogo salió a cambiar la imagen descolorida, ofrecida hasta entonces. Se propuso vender cara la derrota, como se dice, aunque no haya compradores para derrotas y menos para derrotas caras. Pato o gallareta. Y a partir de esa actitud arrolladora, el milagro de la remontada se tornó posible.
Los cuatro hermanos apelaron a lo mejor del palenque y se la jugaron: Silverada, Willow, Canosa e Historia, cuatro máquinas “fuoriclasse”, que también jugaron su partido y, en cierta medida, explican el vuelco en el desenlace. Ellerstina, por su parte, dejó de protagonizar el partido y se convirtió en espectador, atónito, perplejo, estupefacto. Bajó el ritmo. Frenó su andar, pensando tal vez que teniendo el partido en el bolsillo, bastaba con apostar –y acertar- a una salida rápida que encontrara mal parado al rival y finiquitar el pleito. Pero la suerte no le hizo el más mínimo guiño. Chapa remontó y la campana sonó con el tablero igualado: 15-15. Los jueces, Juan José Alberdi y Daniel Boudou, mandaron a los jinetes a sus rincones, a cambiar de cabalgaduras, porque el duelo seguía con un tiempo extra. Y allí se definió. Un gol de oro completó la hazaña de los hermanos.
Gonzalo Heguy, el motor del equipo, anotó el tanto que rompió el empate y le dio una satisfacción enorme a Indios Chapaleufú. Porque ese tanto significaba un título, el primero de la flamante iniciativa de la Asociación de Jugadores; porque estaban cinco goles abajo a falta de un chukker; y porque Ellerstina llegaba como favorito al cruce. “Cuando terminó el sexto chukker y perdíamos 15 a 10, no creí que estuviésemos terminados”, aseguró Bautista. En ese mismo momento, Marcos creía otra cosa: “Yo pensé que ya habíamos perdido”. Gonzalo, a quién un lazo de niebla lo pialó al volante de una camioneta, una mañana de abril del año 2000, sentía mucha rabia: “Perdíamos por nuestros errores y eso me parecía muy injusto”. Algo similar experimentó Horacito: “En ese momento pensé que no merecíamos estar abajo por cinco goles. No estábamos jugando tan mal como decía el tablero”.
La espectacular definición
El fastidio por la derrota se palpaba en el palenque de Ellerstina. Sin embargo, ese estado de ánimo no impidió la reflexión de Adolfito: “Lo primero que quiero decir es que nos ganaron bien. Pero estos partidos se dan uno en cien”. A su lado, Gonzalo Pieres trataba de rescatar algo positivo de aquella jornada negativa: “Nos sirve porque seguro que nunca más nos vamos a confiar de esta manera. La verdad, pensamos que el partido estaba ganado. No recuerdo un caso en el que me haya pasado algo parecido a esto. Es una pena… Todo lo bueno que hicimos en el torneo lo arruinamos en un chukker. Más que para calentarse, es para deprimirse” Lolo Castagnola también habló claramente: “Del primero al sexto chukker jugamos muy bien. En el séptimo, ellos levantaron y nosotros fuimos un desastre”.
En Centauros, a metros de Ellerstina, Indios Chapaleufú vivió otro atardecer de gloria, impensado unos minutos antes. Los hermanos Horacito, Gonzalo, Marcos y Bautista inscribieron sus nombres en el torneo creado por ellos y sus colegas del alto handicap. Un torneo importante, que pretendía instalar una nueva metodología organizativa, donde el control, la programación y todos los detalles vinculados al armado de la competencia, dependían de los jugadores. La idea, que no gozó del aval de la Asociación Argentina de Polo, duró poco. En 1999 se realizó la segunda y última edición. Allí Ellerstina vengó la derrota, pero ante Indios Chapaleufú IV. Perdía 10-4 en el tercer chukker y acabó ganando por 18 a 15. Gonzalo Pieres, Adolfito Cambiaso, Lolo Castagnola y Gonzalito Pieres alzaron la copa ante la desazón de Marcos y Bautista Heguy, Alejandro Agote y Héctor Guerrero. A partir de 2000, todos los animadores del Abierto de los Jugadores volvieron a Tortugas y la Triple Corona recobró fuerza. Se convirtió en un objetivo en sí mismo.
La síntesis de la final 98
- Indios Chapaleufú (16): Gonzalo Heguy, 10; Bautista Heguy, 10; Horacio S. Heguy, 9, y Marcos Heguy, 10. Total, 39
- Ellerstina (15): Adolfo Cambiaso (h.), 10; Mariano Aguerre, 9; Gonzalo Pieres, 10, y Bartolomé Castganola, 9. Total, 38
- Progresión: Indios Chapaleufú: 3-3, 4-4, 4-8, 7-9, 9-12, 10-15, 15-15 y 16-15 (chukker suplementario).
- Los goles de Indios Chapaleufú: G. Heguy, 4; B. Heguy, 10 (8 penales) y M. Heguy, 2.
- De Ellerstina: A. Cambiaso, 7 (4 penales); M. Aguerre, 3; G. Pieres, 3 y B. Castagnola, 2.
- Jueces: Juan José Alberdi y Daniel Boudou.
- Árbitro: Guillermo Naish.
- Premios: La yegua Historia, de Marcos Heguy, se llevó la distinción al mejor ejemplar de la final.
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