Tuvo un jugador debutante, tumbó cuatro veces al campeón argentino y arrasó cuando nadie lo esperaba; aquella final de la “sentada” de protesta del público
Otra vez un Gonzalo Pieres, otra vez Palm Beach, otra vez marzo. Otra vez la cuestión de que otro Pieres, un adolescente, entraba a Ellerstina. Tres años atrás había terminado mal: Adolfo Cambiaso había dado un portazo para irse con Bartolomé Castagnola y Sebastián Merlos a abrir su propio equipo, La Dolfina. Estaba disconforme porque Gonzalito Pieres, el chico de 18 años que ingresaba, todavía estaba verde, según él. Y Gonzalo, el padre, insistía en que su chico ya debía protagonizar las grandes ligas. El tema derivó en la escisión más estruendosa de los últimos 40 años del polo. Quizás de su historia.
Ahora era el año 2003. Y Gonzalito, a sus 22, tenía que comunicar a sus compañeros que otro Pieres, Facundo, de 17, estaba como para debutar. Y que como querían armar un conjunto familiar con los primos Mac Donough (Matías y Pablo), pues era el fin con sus socios deportivos de dos temporadas: Eduardo (h.), Miguel y Javier Novillo Astrada. Pero no había resquemores esta vez. Se sabía que algún día Gonza querría compartir las canchas con Facu. Y que los tres Novillo Astrada en algún momento incorporarían al cuarto hermano, Ignacio. Más grandecito ya: 25 años. El quinto elemento, Alejandro, de 22, quedaría como suplente.
Todo bien en la bifurcación. Salvo por un factor: marzo es un mes un poco tardío como para organizar un equipo de alto handicap para Buenos Aires. Quedaban seis meses. Y los Novillo Astrada no tenían tanta estructura como para que cuatro hermanos abrevaran de una misma fuente equina. Dicho de otra forma: no tenían caballos suficientes para todos. Caballos buenos, como para presentarse contra La Dolfina, los dos Indios Chapaleufú, el propio Ellerstina. Campo minado en la Triple Corona que se avecinaba.
¿Cómo terminó la historia? Con los hermanos –salvo uno– festejando en una madrugada en la cancha 1 de Palermo, habiendo hecho cartón lleno en la temporada. Invictos. Asombrosos. Y con un casamiento inminente, postergado por sus propios éxitos. En medio, una historia tan inusual como apenas verosímil. Irrepetible, casi seguro: no hay forma de que pasen tantas cosas llamativas como coordinadas. Se alinearon los planetas. Y sus satélites. Y las estrellas, los asteroides, las supernovas y hasta los agujeros negros.
* * *
¿Cómo nació la historia? Mucho antes de la decisión de Gonzalito Pieres. Un origen puede ser aquel Abierto de Pilar que los cuatro hermanos encararon juntos, en 1997. Derrota en la final. Otro, más atrás, esa Copa República Argentina que los tres mayores y su papá, Eduardo, “Taio”, habían conquistado en 1990. Una victoria 100% Novillo Astrada. Y otro, mucho más atrás, el propio nacimiento del club La Aguada, en un campo de un bisabuelo de los chicos en Embalse Río Tercero, Córdoba, en 1936, el año más significativo para el polo argentino (medalla dorada olímpica en Berlín, triunfo por la Copa de las Américas y paso al liderazgo mundial).
Pero bien valen como disparador ese La Cañada que los tres hermanos más grandes habían formado entre 1996 y 2000 y el propio Ellerstina que habían integrado en 2001 y 2002. Una final del Abierto de Palermo, la perdida en 1999, y una de Tortugas, la nunca jugada en 2001 (lluvia y torneo sin definición), eran lo más cerca que Eduardo, Miguel y Javier habían estado de levantar una de las tres copas grandes. Para 2003, llevaban varias temporadas en equipos competitivos. No los favoritos, pero sí con chances. En un deporte que rinde culto a la lógica –suele ganar el de mayor handicap–, ellos necesitaban tumbar a los mejores para, por fin, lograr el Abierto de Tortugas, el de Hurlingham o el Argentino.
Estaba brava la cuestión en marzo, cuando la elección de Gonza Pieres forzó lo que en algún momento iba a darse, el cuarteto de hermanos. Ignacio nunca había jugado en ese nivel, más allá de un par de suplencias a Miguel en Tortugas 2002, y venía de recibirse de administrador de empresas. Hacía poco lo habían pasado de 6 a 7 goles de valorización, y sus dos carreras de profesional estaban en ciernes: la de empresario y la de polista. Prácticamente no tenía currículum en el exterior, cosa que sí sus hermanos. Eduardo y Javier habían conseguido el Abierto Británico (2002) y la Copa CV Whitney (2003), Miguel había ganado el Abierto de Estados Unidos (2002) y la Copa de Oro española (2003). A los Novillo Astrada de más edad ya les iba bien afuera. Lo que necesitaban era romper esa hoja en blanco de campeonatos de Triple Corona argentina. Ahora, con un debutante. Y estaba ese tema no menor de los caballos, que no alcanzaban. Pero...
Desde el exterior vino la mano necesaria. Camilo Bautista, empresario colombiano que era patrón de Eduardo y Javier, a los que contrataba para que jugaran por el club Las Monjitas, ofreció ayuda. Un regalo del cielo para una organización que necesitaba unos 40 equinos de buen nivel para pelear con Adolfo Cambiaso y compañía, con los Pieres/Mac Donough, con los Heguy. Dicen los polistas que el caballo es un 70% del juego. En el 30% restante, también, había que hacer algunos ajustes. Como todo grupo de hermanos, los Novillo Astrada eran un arma de doble filo: unidad y conocimiento mutuo vs. enojos entre sí. Calentones, no tenían problemas en reprocharse a los gritos. Y las recriminaciones en la cancha pueden conducir a desconcentración. También había una solución para eso. La había pensado la mamá.
“En marzo les dije: «Uy, ¿van a jugar juntos? Entonces yo les pido una cosa: un director técnico y una psicóloga deportóloga». Lo hice porque eran cuatro hermanos y por eso mismo podían pelearse un poco más”, cuenta Verónica Devoto. El entrenador elegido fue uno de los vencidos por los Novillo Astrada en aquella final de Copa República del ‘90, Norberto Fernández Moreno (fallecido a principios del mes pasado). Vecino –tenía su campo frente a La Aguada, en Open Door– y ex jugador de Abierto de Palermo, un hombre indicado para ordenarlos. Y la psicóloga deportiva era bastante conocida en aquellos tiempos. Unos meses antes había ayudado a las Leonas a conseguir por primera vez un mundial, Perth 2002.
“Cachito, este equipo se potencia ante la presión. Tenés un equipo de leonas. Recordalo”, le mencionó en su momento a Sergio Vigil, el gran arquitecto del fenómeno del seleccionado argentino femenino de hockey sobre césped. La profesional de la psiquis era Nelly Giscafré, la mujer que tuvo la llave para destrabar una parte de la historia. La creadora de la “Topadora Novillo”.
A los hijos de Taio se los conocía por la defensa y por la garra. Pechos fríos no eran, claramente, pero había un rival al que nunca lograban doblegar. Un rival excelente, pero contra el que no había forma: Adolfo Cambiaso. Como si le tuvieran un temor reverencial al crack. Hasta Giscafré, habían jugado ocho veces contra equipos de Adolfito. Siete derrotas, un triunfo. Y qué triunfo: 16-12 en Palermo. Claro que ese día no estuvo Dolfi enfrente (suspendido). Algo había que hacer con Cambiaso. Y con ese “invicto” de nunca haber logrado un torneo de Triple Corona. Giscafré metió mano.
Le habían contado que todo iba bien hasta el cuarto chukker, cuando la cosa se desbarrancaba por discusiones y enojos entre ellos. Al principio, los hermanos y la psicóloga se encontraban dos horas por semana. Los enojos pasaban de la cancha a la reunión, pero antes de terminar la sesión, los polistas se ponían de acuerdo. Hubo objetivos, compromiso. Y la comunicación sobre el césped pasó de reproches a aliento, respeto mutuo. “Creamos juntos un equipo y una cultura”, explica hoy, desde Italia, Giscafré. Pues muy bien: estaba solucionada la faltante de caballos, había director técnico y ya trabajaba la psicóloga deportiva. Quedaba un solo aspecto por resolver.
¿De qué iba a jugar cada uno? Hasta entonces, los tres hermanos se adaptaban al no Novillo Astrada del conjunto. Alfonso Pieres (1996) era segundo delantero, Ernesto Trotz era back, Alejandro Díaz Alberdi era 3... Pues Nacho era 1. De eso había actuado en aquel Abierto de Pilar ‘97 y también en el Abierto de Jockey de 2003, de nuevo entre hermanos. Eduardo era un 2 clásico, Javier podía ser 1 o 3, y Miguel era un 3 natural que podía correrse a 4. En una práctica anterior a la presentación en la serie Tortugas-Hurlingham-Palermo, el abuelo Julio, “Iaio”, sugirió un cambio: Javier-Eduardo-Miguel-Ignacio. Sabio el hombre que les había incentivado el gusto por el polo: ese orden saldría de memoria durante nueve años. Funcionó en el ensayo, todos estuvieron más cómodos y con esa modificación de último momento, a la cancha. Entonces sí, ya estaba todo: caballos, DT, asistente psicológica, puestos. Y el día llegó. El del estreno en la Triple Corona de 2003.
Abierto de Tortugas. Los tres Novillo Astrada que abrían su octava temporada juntos y el debutante absoluto como titular en ese nivel, con 25 años, un título de administrador de empresas y un año sabático frustrado por la convocatoria para formar La Aguada, su anhelo de hacía tiempo. Del otro lado del throw-in inicial, un nombre pesado del polo, pero más por pasado que por actualidad. Ese Coronel Suárez no fue un problema: 15-8. Más pesado sería lo siguiente, por nombre y por actualidad: Los Indios-Chapaleufú, el campeón de Palermo 2001.
Costó, pero salió adelante el cuarteto de hermanos, con un 11-10. Y en el último desafío aparecía el campeón de Palermo más reciente, el de 2002. La Dolfina. Cambiaso. El hombre invencible para los Novillo Astrada. Y en la final, la instancia infranqueable en el circuito para los hijos de Taio. Y de Verónica. Era el Día de la Madre, justo.
La Dolfina no era solamente Cambiaso, por supuesto. Había quienes llamaban a sus integrantes “los cuatro fantásticos”. Adolfito, Sebastián Merlos, Juan Ignacio Merlos y Bartolomé Castagnola. Justo en Tortugas no les había ido tan bien –Dolfi “dejaba pasar” el primer certamen–, pero habían arrasado en Hurlingham (tres conquistas) y eran los monarcas vigentes de Palermo (tres finales). Habían ganado cuatro torneos sobre ocho completados. Y ahí estaban los Novillo Astrada, con sus 34 goles de handicap –cuatro menos que los del oponente–, sus caballos prestados, su back nuevito y su vitrina ávida del primer trofeo. Estuvo pareja la cuestión: 10-10 al cabo del séptimo período. Con una facilidad para La Aguada: en medio del partido tuvo que salir Cambiaso, a quien reemplazó Lucas Monteverde. Y al chukker suplementario, entonces.
Miguel Novillo Astrada, su gol de oro, barrió de una buena vez con las carencias. Los hermanos derrotaron por fin al tótem de Cañuelas, y se sacaron una foto con uno de los tres trofeos mayores del polo argentino, es decir, del mundo. Y en esa foto, en andas, la mamá en su día, con la Copa Emilio de Anchorena. A veces, la primera vez es ideal. Se hace desear, pero cuando llega, sobrecumple. Y sin embargo, habría más. Mucho más.
También el Abierto de Hurligham fue de cuartos de final, semifinales y final. El Metejón no fue una gran exigencia: 12-5. La Dolfina debía serlo, claro. Y el club de origen inglés era su feudo: el cuarteto Cambiaso-Merlos-Castagnola se había consagrado en sus tres participaciones allí. Pero Adolfito seguía de baja, ahora suplido por Francisco Bensadón. Y los Novillo Astrada no dejaron pasar la oportunidad: 16-15, en otro período extra. Contra los grandes no les sobraba nada. Tampoco les faltaba. Y tenían que derribar a uno más para conseguir su segundo lauro jamás tocado: la Copa The Ayrshire.
Una vez más, Los Indios-Chapaleufú estaba en el camino. De los equipos de los Heguy era el que más le calzaba, el más ofensivo y el más vulnerable, aquél al que peor llevaban a los Novillo Astrada; el otro, Chapa II, más parecido a La Aguada, siempre les costó más. Y otra vez se dio un éxito por un gol, 10-9, aunque este caso sin alargue. Dos torneos, dos trofeos. Quién lo habría dicho.
“Nunca pensé que pudieran llegar a ganar siquiera Tortugas, sinceramente. Fue lindísimo. Como madre, viví una emoción cuando ganaron”, se sincera, sin vueltas, Verónica Devoto. Pero no había casualidades. Sus hijos estaban cada vez más unidos en la cancha, más fuertes. Y pensaban compromiso por compromiso, sin proyectar demasiado lejos. No obstante, a esa altura, con dos copas sobre dos disputadas, se empezaba a hablar de algo inusual en el circuito: la chance de que se diera una triplecoronación.
Rara porque los equipos no apuntaban realmente a eso. El Argentino Abierto era su objetivo central, muchísimo mayor que Tortugas y Hurlingham, a veces tomados –exageradamente– casi como meras preparaciones para afrontar Palermo. “Palermo es como el mundial, y Tortugas y Hurlingham son como la Copa América”, llegó a comparar Castagnola alguna vez. Incluso en otros años hubo hermanos –los Heguy hijos de Horacio– que se separaban en el primer certamen y se unían más adelante. Hoy ya no es posible porque la anotación para la Triple Corona toda es conjunta. Pero tal vez en buena parte por eso, en 32 temporadas, apenas había habido seis triplecoronaciones: Coronel Suárez en 1972, 1974, 1975 y 1977; Santa Ana en 1973, y Ellerstina en 1994. Ahora había un candidato que estaba a un campeonato de lograrlo. Pero qué campeonato...
"Conmigo en el equipo empezaron a ganar, pero a mí no me daba ni como para cargadas. Iba partido por partido y lo único que quería era que no me sacaran. Una vez que me daban la oportunidad, quería hacer lo mejor posible"
Ignacio Novillo Astrada, debutante en 2003
También los Novillo Astrada apuntaban casi exclusivamente a Libertador y Dorrego. Lo anterior había llegado de yapa; lo que ellos querían ardorosamente era festejar en el Campo Argentino de Polo. Pero habían utilizado una estrategia diferente en la administración de los caballos: mientras los otros ponían los mejores petisos recién a mediados de Hurlingham, para cuidarlos, ellos usaron todo lo mejor desde el principio. Revolucionario para el momento. Como otro rubro en el que estuvieron entre los precursores.
Fuera de la cancha, más allá de los animales, los hermanos eran de lo más organizados. Hacían algo que hoy es común en este deporte y muchos, pero que entonces no se veía en el polo: entradas en calor en los palenques, con entrenadores personales. Y habían dejado su estrategia de marketing en manos de una multinacional, IMG; como resultado, su camiseta –blanca con una franja central vertical bordó, que tendría varias versiones a lo largo de los años, incluidas las suplentes– estaba poblada por varias publicidades. Eso, más el director técnico y la psicóloga deportiva. “El profesionalismo que tuvo La Aguada en varios aspectos fue bastante innovador. La gente no lo sabe y a veces piensa que ganamos inesperadamente, pero veníamos preparándonos desde hacía mucho”, destaca Miguel. Pero innovadores eran no solamente los Novillo Astrada.
Gonzalo Tanoira, el presidente de la Asociación Argentina de Polo (AAP), había dispuesto un formato nuevo de Argentino Abierto. Seis conjuntos, dos zonas, una semifinal entre los ganadores de los grupos, un cuarto de final entre los segundos, otra semifinal entre el perdedor de la primera y el vencedor del cuarto de final, y el último partido. ¿Cuál era la intención de ese dibujo raro? Evitar que quienes definieran la zona B, en caso de que en la A hubiera quedado segundo el favorito del grupo, jugaran a perder en el choque entre sí para eludir al más poderoso en su semifinal. Las semis, hasta el año anterior, eran cruzadas (1ª del A contra 2º del B y 1º del B contra 2º del A), y cuando había una sorpresa en la primera zona, los protagonistas del desenlace de la segunda solían no dar todo de sí. Tanoira aprobó un buen sistema, pero en los años siguientes, aun con más equipos (ocho, y luego diez), la cuestión se simplificó: eliminaron las semifinales, y de los grupos se pasó directamente a la final. Así es ahora.
A La Aguada le tocaron dos conocidos en el triangular que fue la zona A: La Dolfina y El Metejón. A este último le ganó en su estreno, 12-9. Era un buen cuarteto el de Cañuelas (Tomás Fernández Llorente, Santiago Chavanne, Lucas Criado y Francisco de Narváez –h.–), pero también era cierto que a los Novillo Astrada casi nunca les sobraba mucho. Tampoco ocurrió en el encuentro siguiente, pero a quién le importaba...
La cuestión era ganarle al campeón, por la diferencia que fuera. Y La Dolfina estaba entero esta vez, ahora sí con Adolfo Cambiaso, y con sus estelares compañeros Sebastián y Juan Ignacio Merlos y Lolo Castagnola. Pues Javier, Eduardo, Miguel e Ignacio lo hicieron: quebraron la barrera Adolfito en la Catedral, con un 12-11 que además los hizo ganar el grupo. Es decir, los instaló en una semifinal, con la chance de que, si la perdían, pasarían a la otra semi. En tanto, para su vencido quedaba el problema del cuarto de final. Era un compromiso más rumbo al podio, con los riesgos que implicaba: el agotamiento y la posibilidad de bajas en la caballada e incluso en algún jugador, y, sobre todo, una nueva chance de eliminación. Perderlo era quedar fuera de Palermo.
A esa altura, los Novillo Astrada ya eran cosa muy seria. Vulnerar sus mimbres implicaba superar una madeja de marca escalonada dotada de garra, mucha garra. No por nada sus resultados eran medio escuetos en general. En parte, por otra innovación. “Hacíamos una defensa muy buena, como en rombo, desde las salidas. Les costaba mucho hacernos goles y atacarnos. Después, al año o dos, Cambiaso se dio cuenta. Como no teníamos tanto caballo, no podíamos hacer un juego tan vertiginoso, correr tanto. Pero estábamos bien plantados en la cancha. Hacíamos una marca zonal, íbamos corriendo a los hombres del centro a las tablas, los encerrábamos. Al primero que salía a la izquierda, lo agarraba el que estaba ahí. Muy coordinados, ordenados y concentrados. Si sale bien, es muy eficiente. Hoy se aplica mucho”, detalla Eduardo, el más ampuloso de los cuatro en defensa. Pero había otras virtudes en el conjunto. Algunas eran menos visibles, pero igual de importantes. O más.
Cuando llegaban los desenlaces de los partidos, los hermanos se volvían más fuertes. Ya eran un cuarteto de remontadas, de golpes anímicos cuando más dolían. Por dos factores. “Veníamos preparándonos desde hacía mucho, comprando y juntando caballos. Teníamos ochos caballos impresionantes para el séptimo y el octavo y dábamos vuelta los partidos en los últimos dos chukkers”, recuerda Miguel, un poco a contramano de lo que afirma el mayor. Cuándo no, opinando diferentemente los hermanos... La otra causa que los hacía imponentes en los finales era intangible.
De pelearse y desconcentrarse a partir del cuarto chukker, como su mamá había diagnosticado ante la psicóloga deportiva, pasaron a dominar en los cierres. Que La Aguada fuera perdiendo en el sexto período, el séptimo o el octavo no era indicio de nada. Más bien sí: de reversión del resultado. Antes temerosos de Cambiaso, antes discutidores entre sí, los cuatro pasaron a conformar la “Topadora Novillo”. De tal cosa los convenció Nelly Giscafré. La mujer creó ese concepto, ese apodo, y lo encarnó en las mentes de los cuatro. A fuego.
“Una topadora siempre va para adelante. Fue una metáfora de fuerza, de unidad que aplasta. Eso es lo que fueron en cada partido: un equipo muy sólido y muy unido. Cuando uno decaía, otro levantaba. Había mucha más pasión que presión. Todos eran una topadora hacia la meta grupal”, explica Giscafré en el 2023, recordando el 2003. También ella fue una topadora, en exigencia: “En las reuniones era requisito que estuvieran todos. Una vez uno de ellos se olvidó y se fue al campo. Vinieron tres en lugar de los cuatro. Como vinieron, se fueron. El lema era «todos o ninguno»”, grafica.
Y llegó entonces Los Indios-Chapaleufú en esa primera semifinal paradisíaca, la que entregaba, en caso de ganar, un pase a la final, y de lo contrario, una segunda chance en la otra semi. Era el Chapa campeón de dos años antes en Palermo, el de Bautista Heguy, Mariano Aguerre y Marcos y Horacio S. Heguy, que les había ganado la zona B a Ellerstina y Los Indios-Chapaleufú II. Alivio para los Novillo Astrada que no fuera Chapa II el rival: contra esos Heguy, los hijos de Alberto Pedro, que los espejaban bastante, habían perdido siete de sus nueve enfrentamientos en Triple Corona. Pero ese año no se los cruzaron nunca. Justo cuando, ausente Ignacio Heguy –fracturado en las piernas–, el equipo negro tuvo una temporada ídem. En contraste, los primos les caían de maravillas como adversarios a los Novillo Astrada.
Hasta entonces los hijos de Taio sumaban seis éxitos contra tres caídas frente a los de Horacio Antonio. Esa semifinal les mejoraría el historial a siete contra tres, porque La Aguada consiguió un 11-8 que catapultó al club a su primera definición del Argentino Abierto, y la segunda para Javier, Eduardo y Miguel (tras la de 1999 por La Cañada). Bautista y compañía habían promediado 14 goles ante Ellerstina y Chapa II en el grupo; pues la Topadora los limitó a 8 ese día. Topadora y muro. Y entonces, a comer pochoclo disfrutando desde fuera las luchas ajenas en el cuarto de final y en la otra semi.
Ellerstina, con los chicos Pieres y los Mac Donough, le hizo fuerza a La Dolfina, pero no la suficiente. El 11-9 en esa instancia nueva puso al campeón cara a cara con Los Indios-Chapaleufú, que estaba unos días más descansado. Los Heguy le asestaron al campeón el doble de los goles que habían logrado contra La Aguada, pero se quedaron cortos por dos, y el 18-16 mandó a la camiseta de Nueva Chicago a la final. Garantía de presencia de hinchas verdinegros en el desenlace Palermo por segundo año consecutivo. A todo esto, había un tema que estaba preocupando en la familia Novillo Astrada, y no era temor a lo que luego pasaría con los simpatizantes del Torito de Mataderos...
El clima, que estaba portándose bien durante el Abierto de Palermo, se salía de cauce, y empezaba a no estar claro que la final fuera a tener lugar el día establecido, el sábado 13 de diciembre, justo una semana antes de la boda de Ignacio. Encima, La Dolfina tuvo que jugar los últimos tres encuentros del torneo, así que no se podía achicar mucho los descansos entre fecha y fecha. Además, para el público y la difusión, siempre es mejor que el partido decisivo del campeonato sea en fin de semana. Y el casamiento de Nacho iba a ser el 20. Sábado, sí.
Sofía Lago era la novia. Inquieta, llamó a Verónica, la mamá del novio, el día 8 o el 9. Por lo menos la preocupación ya era compartida entre ambas. Que Aldo, el señor de la carpa de la fiesta, no podía cambiar de día si no se le avisaba con tiempo. Que la señora del catering dependía del señor del camión de frío. Que el disc-jockey. Que la barra... Al menos no había problemas con el lugar del festejo: sería en La Aguada. Pero al demonio con la especulación: el sacramento y la celebración se pasarían al martes 23. A tiempo, porque la final del Argentino Abierto fue reprogramada para... el sábado 20. Uff, qué puntería.
Mientras las inminentes nuera y suegra se organizaban para el día máximo en las vidas de Nacho y Sofi, los cuatro hermanos se organizaban para el día máximo de sus vidas polísticas. La final del mundo, contra el campeón del mundo. Tortugas y Hurlingham, sus copas América, reducían el favoritismo de La Dolfina, pero La Aguada todavía iba de punto con 34 goles frente a los 38 de los cuatro fantásticos, que bien podían ser 39 (Sebastián Merlos solía jugar 10). Era una batalla de cuatro gladiadores con cuatro luchadores que daban espectáculo. A sus 28 años, Cambiaso ya llevaba varias temporadas como el mejor de todos, equiparable en la historia solamente con el crack de Juan Carlos Harriott (h.). Sebi Merlos, de 31, entregaba defensa y ataque en dosis similares, altísimas ambas. Pite Merlos, de 35, aportaba ataque y cerebro, con lucimiento también. Y Lolo Castagnola, de 33, el menos dúctil pero ningún negado, era un vendaval de personalidad, en ascenso. Además, el cuadro ya estaba bien dotado de caballos en su cuarta temporada.
"El viejo estaba feliz, no cambiaba eso por nada. Yo acompañaba en los palenques, nomás, por si necesitaban. ¡Quería que ellos fueran mucho mejores que yo! Es lo mejor que puede pasarle a uno. Me arrepiento de no tener una foto con ellos como la de Horacio Heguy con los cuatro hijos"
Eduardo Novillo Astrada
Del otro lado, los petisos de La Aguada aguantaban el trajín de los tres certámenes. Y vaya cómo, invictos en nueve compromisos. Hasta tenían una ventaja: los de La Dolfina se presentarían por tercer partido seguido. Justo en un día de muy alta temperatura, aquel sábado 20 de diciembre. El calor no era un problema para los jugadores, en cambio, que andaban entre los 25 y los 31 años.
Javier, de 28, era un primer delantero un poco atípico. Grandote como para el puesto, era el mayor goleador del equipo, sí –más allá de ser el encargado de los penales al arco–, pero no vivía adelante, circulaba por todos lados, y de hecho se había desempeñado como número 3 en sus épocas de La Cañada y Ellerstina.
Eduardo, de 31, era el líder (no por nada sería presidente de la Asociación Argentina de Polo 14 años más tarde). Un número 2 naturalísimo, de pelea, de circulación; protestón muchas veces. Desprolijo para montar y el menos dotado para el taqueo, pero motor, corazón de La Aguada.
De 29 años, Miguel era el más distinto al primogénito: jinete elegante, estupendo técnicamente, tranquilo; más pensamiento y anticipación que dinámica y furia. La cabeza y la estética del equipo.
E Ignacio, el novato. A sus 25, maduro polísticamente a pesar de recorrer su primer Triple Corona. Sobrio, de buena pegada, con personalidad. Buen pase al ataque siendo back, como rememorando sus primeras etapas deportivas. Había dedicado su vida más a la academia que al deporte. Ya recibido, se encontró de golpe con la elite, a pesar de que la deseaba desde hacía rato, y mientras su novia y su madre preparaban el casamiento, él pensaba siempre en el siguiente partido. Hasta que un día le quedó uno solo por delante.
La batalla final entre el campeón y la formación que nunca había ganado un torneo de ese nivel y tenía un rookie. Calor, estadio lleno, el día anterior al verano. El primer chukker vio ganador a La Dolfina, 2-1. Y a los pocos minutos de juego, lo insólito, algo que tal vez nunca había ocurrido, y nunca volvió a ocurrir.
Las tribunas Dorrego, las “populares” de Palermo, estaban ya cubiertas. Y decenas de muchachos de Nueva Chicago estaban fuera, llegando tarde. No tuvieron mejor idea que ingresar cual barra brava de fútbol a la Dorrego del lado del tablero, la que ocupaban los simpatizantes de La Dolfina, más varios neutrales, por supuesto. El lugar ya estaba poblado. Y ellos se hicieron espacio a la fuerza, con sus banderas que tapaban la visión y sus cantos. Al público del polo, acostumbrado a otras formas, no le cayó bien la invasión. Y recurrió a otras formas para protestar. Una de moda en esos tiempos.
La “sentada”. En pleno desarrollo del partido, unos cuantos espectadores dejaron las gradas, se fueron a la cancha y se sentaron en el campo de juego. Literalmente. Un peligro, aunque afortunadamente la acción estaba lejos de ese lugar en ese momento. Advertida la anomalía, los referís detuvieron la final y comenzó una “negociación” con quienes habían pagado sus entradas y se habían visto desplazados de forma prepotente por los “neófitos”. No tan neófitos: muchos habían estado en la definición de Palermo 2002, la que La Dolfina le había ganado a Indios Chapaleufú II con un desenlace controvertido.
Tras una larga pausa, se restableció la calma, se reubicó a varias personas en las plateas de enfrente y recomenzó el juego. Los muchachos de la barra se quedaron, nomás, en esos tablones. Y entonces el foco volvió a estar en el polo. Pasaba lo esperado: en un desarrollo más bien parejo, La Dolfina era algo superior, pero le costaba quebrar a los Novillo Astrada. Hasta que a fines del sexto período tomó una ventaja sustanciosa: 9-6. Tres tantos en dos chukkers no son irreversibles, pero en un partido de bajo goleo, no eran poco. Y máxime si el que estaba arriba era el campeón y el conjunto de mayor handicap. Pero ¿convenía llegar ampliamente adelante al penúltimo parcial frente a los Novillo Astrada? Es decir, ¿contra la Topadora Novillo de los caballos que se lucían en el séptimo y el octavo? ¿O era preferible estar parejos a esa altura?
A los casi dos minutos, un ataque lento de La Aguada hacia Libertador, contra la tabla de la platea A, se resolvió con magia de Miguel Novillo Astrada, el pensador: el 3 salió de un embrollo en diagonal hacia el centro de la cancha, retrocediendo, y con un cogote largo y muy al sesgo puso una bola lenta rumbo al arco, que Cambiaso no llegó a despegar a tiempo. Diferencia de dos, 7-9.
Dos minutos más tarde, otro cogote largo y sutil de Miguel, pero hacia el tablero y en carrera plena. Esta vez, el que no llegó con el backhander casi sobre la línea fue Castagnola. Diferencia de uno. Que un minuto y medio después fue de cero: de nuevo atacó el número 3 en velocidad, la bocha le jugó una mala pasada y atrás estaba Javier para concluir la obra enfrente a la Dorrego llena de hinchas de La Aguada. Que saltaban, gritaban, revoleaban camisetas: al concluir ese séptimo chukker, el 9-9 era un volver a empezar, con siete minutos por delante.
Los hermanos eran no sólo una topadora: una topadora lanzada en velocidad, un tren. Otro gol, a comienzos del octavo tiempo: 10-9, primera vez al frente después de largo rato. Y otro, casi a los 3 minutos, con una buena jugada. Bocha suelta cerca del medio de la cancha, contra la tabla de Dorrego. Inteligente backhander de Miguel, pedido por Nacho, que corrió con ventaja. Sebastián Merlos terminó ganándole la posición, pero falló en un revés delante de sus mimbres, donde no se podía errar. El que no pifió fue Ignacio, lanzado, con otro revés. Diferencia de dos: 11 a 9. Quedaban cuatro minutos. Tiempo suficiente para La Dolfina.
Pero el defensor del cetro estaba noqueado a esa altura. Perdido en las posiciones en la cancha, jugando corto cuando el reloj apremiaba y sugería pegar y correr. La enésima traba de taco de un Novillo Astrada –Miguel a Cambiaso– derivó en un autoback de Ignacio, que aceleró. Los hermanos le gritaron que parara, que dejara correr el tiempo, y el back obedeció. Obedeció hasta que vio un hueco en el piquete equino que le hacía delante Castagnola: coló un tiro muy sesgado, casi a la altura de la línea de fondo, y festejó eufórico apuntando a los amigos de Javier que tenían una gran bandera de La Aguada en un balcón del edificio ubicado detrás del tablero. Diferencia de tres, a falta de un minuto y medio.
¡Parcial de 6 a 0 contra La Dolfina en un chukker y medio! De 1m57s del séptimo a 5m29s del octavo. La Topadora Novillo en su momento cumbre. El gol de Pite Merlos sobre la campana (¿sobre la campana?) fue anecdótico: el 12-10 definitivo era la culminación de una hazaña impensada. La Aguada campeón de Palermo. ¡La Aguada triplecoronado! Un logro de Suárez, de Santa Ana, de Ellerstina, y de esos cuatro hermanos. De nadie más en los 33 años de serie Tortugas-Hurlingham-Palermo hasta entonces. Historia.
Lógicamente, el festejo fue largo, larguísimo. Podio en la Catedral. Buenos Aires Design a la noche. Y vuelta a la escena de los hechos a la madrugada, para atender a los medios. Como cuando sale el sol y aparecen las pizzas en las fiestas de casamiento, quedaba esa yapa linda, ya más de alegría serena que de euforia. Estaban el fotógrafo y los cronistas de LA NACION y aparecieron los hermanos, unos cuantos amigos (entre ellos, el rugbier Manuel Contepomi, de Newman, como los polistas), algunos caballos, petiseros. La copa, también, estelar. Pero faltaba alguien. El mejor polista de la temporada.
“Sólo faltó Miguel, que no se repuso de los festejos”, aclaró LA NACION en su portada del 22 de diciembre de 2003, debajo de la foto tomada en la cancha 1, ante el sol naciente. “Fuimos a buscarlo a lo de mis viejos en el departamento del centro y no pudimos ni levantarlo. Estaba knock-out, offline”, rememora Nacho. “¿Cómo no me llamaron?”, les reprocharía el número 3, víctima de la fiesta en el auditorio de Recoleta. Pues la culpa no era de sus tres hermanos... Y quedaba una celebración grande pendiente.
Ignacio iba a casarse ese sábado 20 a las 18, pero fue el polo lo que lo mantuvo despierto más de 24 horas seguidas, hasta las 11.30 del domingo. Con ese desfasaje de sueño debía recorrer los dos días que faltaban hasta la boda reprogramada para el martes 23. Como nada podía ser normal en ese loco 2003 de los Novillo Astrada, un viento fortísimo dobló el domingo los caños de la carpa de fiesta que se había empezado a armar el sábado. Aldo, el encargado, y sus muchachos se quedarían trabajando cuanto fuera necesario, incluida la noche, para llegar a tiempo con la construcción. Taio y Verónica les llevaron abrigo y hasta milanesas a los operarios...
Agradecido, Aldo se quedó a dormir en su auto con su señora para estar al pie del cañón por si pasaba algo. No sólo la carpa estuvo lista; “fue una noche fantástica”, recuerda Verónica Devoto, que había alquilado cuatro jacquet para todos los hermanos varones del novio. Pero Eduardo, Miguel, Javier y Alejandro aparecieron vestidos de blanco con camisas bordós, los colores de La Aguada. El único de jacquet era el propio Nacho. “Fue un invento de ellos que me tomó muy de sorpresa. Pero yo estaba curada de espanto”, relata hoy la madre, que había hecho tantos preparativos. Y cuando se terminaba la fiesta, una última sorpresa.
"Lo festejamos, pero todavía no me daba cuenta. Son muy pocas cosas las que recuerdo. Muy puntuales. Es más: terminamos, mis hermanos lloraban y yo no entendía por qué. Y encima me casé, tuve cinco días de luna de miel y tenía que irme a Estados Unidos a jugar. Pero a medida que iba jugando los otros años, iba dándome cuenta de lo que había logrado. En ese momento no tenía ni idea."
Ignacio Novillo Astrada
Felipe y Manuel Contepomi, que eran Pumas pero aún no de Bronce (faltaban casi cuatro años para el primer Mundial de Francia), llevaron unas remeras blancas con el número 9. Un homenaje a su amigo Ignacio, que en el interregno entre la final y el casamiento había sido subido de 7 a 9 goles de handicap. Y con Miguel había pasado lo que era cantado: se convirtió en el primer 10 de la familia Novillo Astrada. La Aguada pasó a sumar 37. Pocos años más tarde Francisco Dorignac, presidente de la AAP, dispuso que todo conjunto que lograra la Triple Corona y mantuviera la formación en todos los partidos tendría automáticamente 40 goles. Los Novillo Astrada, de todos modos, no habrían cumplido por muy poco: en uno de los primeros encuentros del Argentino Abierto, Alejandro “Piqui” Díaz Alberdi reemplazó con el juego comenzado a Eduardo, al que se le había bajado la presión por un exceso de entrenamiento en la semana.
Ignacio, cambió de equipo, nomás, al de los casados. En polo, los cuatro hermanos se mantuvieron juntos hasta 2011; en 2012 se repartieron en dos alineaciones de La Aguada; en 2013 Javier no jugó por un tumor que lo afectaba desde 2009, y en mayo de 2014 falleció, a los 38 años. La Aguada consiguió dos conquistas más, Tortugas 2004 (el invicto total llegaría a ser de 14 actuaciones, hasta el certamen siguiente) y Hurlingham 2008, y sería trisubcampeón de la Triple Corona 2006 (cayó en las tres finales). Pero su año inolvidable, glorioso, histórico, hasta surrealista, fue 2003.
Estrenó alineación, decidida un poco de apuro.
Cambió los ocupantes de los puestos poco antes del estreno en el circuito.
Se integró con cuatro hermanos.
Jugó un debutante absoluto (Ignacio), que iba a tener un año sabático, y al que le hizo fortuitamente un lugar la decisión externa de alguien (Facundo Pieres) a quien hoy dirige (en La Natividad).
Ninguno de los cuatro polistas había ganado Tortugas, Hurlingham ni Palermo, y en esa temporada se alzaron con la Triple Corona entera.
Invictos, en diez partidos.
Apelaron a una psicóloga deportiva y otros profesionales fuera de la cancha.
Tenían pocos caballos de alta jerarquía para semejante exigencia.
Y los hicieron afrontar los tres torneos, a contramano de los manuales.
"Recuerdo el abrazo con mis hijos al llegar a los palenques a sus tres años. Y el abrazo de los cuatro hermanos con mi abuelo, que estaba llorando en la entrega de premios. Era el sueño de su vida. Nos llevaba a taquear, nos incentivó, compró La Aguada, nos metió el amor por los caballos"
Eduardo Novillo Astrada (h.)
Ganaron por un solo gol cinco de sus diez encuentros, y ocho por no más de tres.
Presenciaron una insólita sentada de protesta que les interrumpió el partido más importante de sus trayectorias.
Se impusieron ¡cuatro veces! a La Dolfina (una, sin Cambiaso enfrente).
En la final de Palermo lo barrieron con una corrida de 6-0 en un chukker y medio para convertir un 6-9 en un 12-9.
Jubilaron a ese equipazo de los cuatro fantásticos, llamado a arrasar en el deporte.
Dieron vuelta varios resultados en los cierres de los partidos, con su Topadora Novillo.
Y con su defensa hicieron escuela: convencieron a otros de acentuar esa parte del juego en el futuro.
Le dieron una de las grandes alegrías de su vida al abuelo Iaio, Julio, el precursor polístico del clan.
Con 34 goles, fueron el campeón argentino de menor handicap en 17 años, y uno de los cinco más modestos en 34 años.
Festejaron hasta la madrugada siguiente en Palermo, donde faltó uno de los campeones.
Y debieron postergar una fecha de casamiento por la final del Argentino, y a poco estuvieron de tener que demorarla otra vez, por viento...
"Con Eduardo me iba a ver el Abierto y decíamos «tenemos que ganar esto. Dentro de diez años tenemos que estar acá». Pasaron bastantes más. Javo y yo soñábamos con ese momento, y haberlo logrado de esa forma, los cuatro hermanos, con Alejandro de suplente... es una sensación espectacular cada vez que lo recuerdo"
Miguel Novillo Astrada
Un equipo tan disruptivo que rompió el sismógrafo del polo. Pasaron 20 años. La Aguada 2003 es irrepetible.
Compacto de La Aguada en la Triple Corona de 2003
La campaña de La Aguada en la Triple Corona 2003
La formación
- Javier Novillo Astrada, 9; Eduardo Novillo Astrada (h.), 9; Miguel Novillo Astrada, 9, e Ignacio Novillo Astrada, 7. Total: 34.
Tortugas (eliminación directa)
- 15-8 a Coronel Suárez (cuarto de final)
- 11-10 a Los Indios-Chapaleufú (semifinal)
- 10-9 a La Dolfina (final, chukker suplementario)
- goleadores: Javier, con 14 tantos (6 de penal); Eduardo, 11; Miguel, 9 (2), e Ignacio, 2
Hurlingham (eliminación directa)
- 12-5 a El Metejón (cuarto de final)
- 16-15 a La Dolfina (semifinal, chukker suplementario)
- 10-9 a Los Indios-Chapaleufú (final)
- goleadores: Javier, con 21 (9 de penal); Eduardo, 6; Miguel, 9 (1 de penal), e Ignacio, 2
Palermo
- 12-9 a El Metejón (zona A)
- 12-11 a La Dolfina (zona A)
- 11-8 a Los Indios-Chapaleufú (semifinal)
- 12-10 a La Dolfina (final)
- goleadores: Javier, con 24 (11 de penal y 1 de córner); Eduardo, 5; Miguel, 8; Ignacio 9 (1 de penal), y Alejandro Díaz Alberdi, 1
Los números en la temporada
- 10 triunfos, 0 derrotas
- cinco victorias por un tanto de diferencia; una por dos goles; dos por tres de margen, y dos por siete de distancia
- 2 chukkers suplementarios
- 121 goles propios y promedio de 12,1 por partido; 94 tantos ajenos y media de 9,4
- saldo de goles: +27, a razón de 2,7 por encuentro
- goleadores: Javier, con 59 (26 de penal y 1 de córner); Eduardo, 22; Miguel, 26 (3 de penal); Ignacio, 13 (1), y Díaz Alberdi, 1
"Mirándolo en perspectiva, es un logro enorme, gigantesco. Tienen que darse muchas cosas. Cuatro jugadores del nivel, de una misma familia, con un funcionamiento tan bueno. Difícil de explicar. Si la pienso digo «qué locura». No sé si se dará de nuevo en la historia"
Eduardo Novillo Astrada (h.)
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