River, otra vez Un título que le hace honor a su rica historia
Empató 2 a 2 ante San Lorenzo y dió la vuelta olímpica Nº 28 dentro de la Argentina, muy por encima del resto.
Pasó la semana de habladurías, sospechas y suspicacias, y River es un campeón fiel a sí mismo. Ni todo el alboroto que hubo en la víspera alteró la fisonomía e identidad de este equipo que entra en el 2000 como el símbolo del club más exitoso dentro de nuestras fronteras. En la tarde de su consagración, River se pareció mucho al conjunto que forjó toda la campaña precedente. Tanto en las virtudes como en los defectos. Un equipo que se encomienda más al valor y a la incidencia de un puñado de individualidades que a la mecánica de un funcionamiento. Y a partir de ese desequilibrio personal hasta puede prescindir de jugar bien para hacer la diferencia en el marcador. Basta una atajada de Bonano, la claridad conceptual de Astrada para convertirse en el mástil que ordena las velas, la felina velocidad de Aimar, lo mucho que puede complicar Saviola aunque aparezca poco... De gran parte de esto se nutrió este River campeón, muchas veces perezoso e inconstante para hacerse cargo de un partido, como en gran parte del primer tiempo y esa distensión mental en el final que propició el empate de San Lorenzo. Pero compensa e inclina la balanza con reacciones espamódicas que llevan una gran carga de oportunismo. Y el sello electrizante de sus mejores hombres, como ocurrió en el primer gol, con la corrida de Saviola que fue cortada con foul y el tiro libre de Aimar que devolvió el travesaño. Angel cruzó el cabezazo para que definiera Pereyra con otro golpe de cabeza. Quizá valga tomar al autor del tanto para marcar que el espíritu ganador de River está por encima de todo; hasta del jugador que era el peor del equipo, porque se lo veía muy perdido y sin presencia por la derecha.
De arranque, River fue un fugaz ventarrón fácil de atravesar las desacomodadas piezas locales. En tres minutos, Ramírez demostraba que la licencia de Campagnuolo no iba a ser una ausencia irreparable al tapar un remate de Saviola y otra entrada franca del pibe. Parecía que San Lorenzo asumía demasiados riesgos con una defensa de tres hombres floja en coordinación. Pero para su fortuna no la volvieron a poner a prueba porque el Ciclón tomó las riendas en el medio campo, con el despliegue de Michelini -un ejemplo de entrega en los 90 minutos- y la conducción de Romagnoli. Las espaldas de los zagueros centrales visitantes fue un espacio que Romeo no aprovechó bien en el primer tiempo; un poco por falta de decisión del delantero y otro tanto porque Bonano lo atoró en un par de ocasiones.
La certeza del título asegurado se robusteció en el comienzo del segundo tiempo. Aimar encaró con todo lo que dan sus recursos: sprint, pelota dominada y una confianza para dejar atrás dos marcas y encontrar freno sólo en el foul de Ortiz. Saviola ejecutó el penal con una tranquilidad que no es perturbada por su juventud, ni por tratarse de una final o por el tanto que le le sirvió para convertirse en el goleador del Apertura.
El partido entró en una zona oscura, por lo poco que ocurría dentro de la cancha -San Lorenzo parecía resignado; River, fríamente conforme- y por lo mucho y grave que llegaba desde las tribunas, con terribles bombas de estruendo y sus estampidos del miedo, que taparon los sonidos de los festejos. Como si estuviera aturdido, Angel pasó a jugar al lado de Placente, síntoma de un River que en forma conservadora sólo quería que pasara el tiempo. Los dos inesperados goles de Romeo le devolvieron el orgullo a la gente de San Lorenzo. No quedó tiempo para mayores sorpresas. River era el campeón cantado. Y en la Argentina nadie mejor que él conoce la letra y la entonación de un hit bailado por 28a. vez.
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