
Sin violencia ni rigidez, amansa al animal mediante la técnica de la doma baqueana
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AMEGHINO.- Al conquistador español le costó mucha sangre dominar al aborigen argentino. El caballo, introducido en América por los europeos, terminó siendo mucho más útil en manos de los indios. Durante los malones, los originarios habitantes de estas tierras saqueaban los asentamientos fronterizos y el botín preferido era, justamente, el caballo.
Una imagen podría ser la de un corral de piedras en la llanura pampeana aún sin árboles. El potro resoplando en el amanecer y el indio acercándose lentamente, intentando amigarse con este animal extraño. Con paciencia de puma, finalmente logra montarlo. Le enseña a doblar y frenar e incluso puede manejarlo con las piernas. El caballo y el indio hubiesen formado una dupla invencible de no haber sido por la aparición de las armas de fuego.
Martín Ochoteco, del pago de Ameghino, es domador de caballos. Cuando entra al corral con su metro ochenta, su pelo largo y su barba, los potros blanquean los ojos desconfiados. Martín camina despacio, cansinamente. Se acerca al potro, luego se aleja. Se deja olfatear. Le habla al oído. Es el primer día de la "doma baqueana" que él inventó. Una mezcla de distintas técnicas que seleccionó y adaptó con un solo objetivo: violencia cero.
Es condición fundamental que el potro no haya sido abordado de ninguna manera por alguien antes. Durante los 5 días que dura la doma, Martín no grita ni da un solo golpe. La paciencia es la gran virtud de este muchacho de 31 años que se gana la confianza de los potros con demostraciones de afecto y firmeza.
Al segundo día, el animal perdió todas las cosquillas y entiende algún tironeo de rienda para ir hacia los costados. Riendas, bozales, filetes, cinchas y sogas son confeccionadas por el jinete para que no lastimen al animal. "Acá, los domadores no le prestan la suficiente atención al caballo. Quizá por cuestiones laborales y de tiempo. Yo tuve la oportunidad, en un viaje a Suiza, de entender al potro de otra manera. Básicamente, hay que adaptarse a los tiempos del animal", dice, mientras con una soga de polipropileno improvisa un bozal.
El tercer día es el de la monta. Ochoteco prefiere hacerlo de noche. "El caballo está más tranquilo y por lo general no hay ruidos molestos alrededor."
Pero, esta vez, la noche no fue tan tranquila. La lluvia había obligado al domador a trasladarse a un galpón de piso de ladrillo. El ir y venir de tractores durante el día había dejado una capa de barro sobre la que el potro caminaba inseguro. Martín subió de un salto y, para sorpresa de unos pocos testigos, el potro reaccionó con toda tranquilidad. Y así siguió hasta que la luz de un flash fotográfico asustó al animal. Arqueó el lomo y cayó violentamente haciendo repiquetear los vasos en el piso de ladrillo. Tomó envión y esta vez se abalanzó hacia atrás. El barro hizo el resto. Jinete y caballo (unos 500 kilos entre los dos) fueron a dar al piso con una violencia que predecía lo peor. "El potro se asustó de algo porque si no es imposible que reaccione así."
Con bastante suerte, nada había pasado. Tras unas palmadas y palabras tranquilizadoras, Ochoteco estaba arriba del potro nuevamente. Aquella noche, la tercera, lo ensilló y dio unas vueltas con su recado.
Sistema flexible
El cuarto día transcurre en un corral en el que se realizan ejercicios de riendas. El potro notablemente más dócil, avanza, dobla y retrocede obedeciendo al domador. A la noche, el animal es soltado para que descanse y se alimente. "No puede haber un sistema rígido porque, al igual que las personas, los caballos son todos diferentes. Uno tiene que manejarse con cierta flexibilidad e ir adaptándose", explica Ochoteco, mientras se prepara para la etapa más delicada del proceso.
El quinto día se ocupa de la boca. "Es determinante. Yo diría que un caballo, exceptuando a los de carrera, es lo que es su boca." Martín no utiliza el bocado tradicional por considerarlo agresivo, usa un filete de cobre, ancho, con coscoja. "Creo que no son necesarios esos bocados de puente alto y patas largas que lastiman toda la boca. El efecto es contraproducente, porque el animal pierde sensibilidad y termina duro de boca."
Como todo depredador, el hombre tiene los ojos en el frente, como el puma o el perro. En cambio, el caballo es herbívoro y tiene los ojos a los costados. Por eso reacciona instintivamente con violencia: porque cree que va a ser comido. Al comprender este principio básico se entiende mejor la relación del potro con su domador baqueano.
Al atardecer, Martín se pierde en el campo abierto galopando tranquilo sobre el caballo, como si lo hubiera criado de potrillo.





