Esta nota obtuvo el tercer premio en el concurso "Rincón Gaucho en la escuela", por la categoría nivel primario
Sin duda, un pueblo que está vinculado con las tradiciones del campo es Rincón de Las Perlas. Muchos de los antiguos pobladores provienen de parajes de la Línea Sur de la provincia de Río Negro, zona de estepa, de fuertes vientos y rudas nevadas, en la que se cría ganado ovino.
De Aguada Guzmán, de Lonco Vaca, de Naupa Huen o de zonas rurales de Chile provienen muchos de los abuelos y padres de nuestros vecinos. En esos lugares se encontraron restos de dinosaurios, de fósiles marinos y también de pinturas rupestres realizadas por los tehuelches. Dicen, también, que por esos pagos vive el Gualicho, un ser muy pícaro que hace bromas a los paisanos.
Al comienzo de la colonización de Rincón de Las Perlas, a fines de la década del cincuenta y hasta 2001, los pobladores vivían entre la meseta y el río Limay. La única forma de comunicarse con la ciudad era a través de una balsa que funcionaba hasta las once de la noche y que muchas veces estaba fuera de servicio por las crecidas del río. Por esa razón muchos llaman a este lugar Balsa Las Perlas o, simplemente, La Balsa.
Por aquellos años no era raro ver por las tardes a los guanacos y a los choiques o ñandúes petizos bajar para beber el agua fresca del río. Tampoco eran desconocidas las maras o liebres patagónicas, hoy en riesgo de desaparición. Así como también resultaba muy sabroso compartir en familia o con los vecinos un piche, o peludo, preparado al horno de barro o, simplemente, asado. Para las fiestas, jamás faltaba un chivito, un cordero o un potro al asador.
En esos tiempos, las arañas o los matuastos invocados por los padres lograban que los niños se portaran bien. Por las noches era el león (puma) el que conseguía que los niños no se alejaran de sus casas. También el tuetué, una lechuza con cabeza de brujo, hacía que nos durmiéramos sin chistar.
Algunos dicen que Rincón de Las Perlas se llama así porque un cacique, huyendo del ejército que exterminó a tehuelches y a los mapuches, arrojó perlas al río. Otros dicen, como la abuela Felipa, que en las noches claras las estrellas se reflejan en el Limay y que su brillo se parece al de las perlas.
Música que perdura
Ahora voy a contarles la historia del Maruchito o, mejor dicho, cómo el asesinato de un joven dio lugar a la leyenda.
El primer registro de actividad humana en el paraje es de 1906. En un libro que encontramos en la escuela descubrimos que en ese año, la Sociedad Benito Huerta y Compañía instaló una balsa sobre el río Limay para transportar mercaderías a la zona de la Línea Sur. Galletas, carne, membrillos, porotos, vino, yerba, sal, tabaco, azufre y alpargatas son algunos de los productos que allí se mencionan. Los asientos que se llevaban también incluyen materiales de construcción como grampas y clavos, además de estampillas y cartas para los pobladores de parajes alejados.
En épocas anteriores eran las tropas de carros y chatas, andando por viejas rastrilladas y abriendo huellas, las que realizaban la actividad comercial. Era habitual por esos años que en toda tropa hubiese un marucho, un peón, casi siempre menor de edad, que se encargaba del cuidado de las mulas y de otros trabajos complementarios, mientras se iba haciendo hombre y aprendía el manejo de los carros.
Cuentan los viejos pobladores que en cierta ocasión era de la partida un muchacho de catorce años llamado Pedro Farías. Cierto día, al llegar la tropa a Aguada Guzmán, el maruchito vio la guitarra de Onofre Parada, el capataz, apoyada sobre la rueda de un carro. Intentó tomarla, pero la severa mirada de su patrón lo detuvo.
Sin embargo, horas más tarde, el maruchito consiguió su propósito y cuando estaba disfrutando del sonido de los acordes junto al fogón, dos frías puñaladas desgarraron su vientre. Cuentan que cayó muerto abrazado a la guitarra y que fue enterrado en ese mismo lugar, al costado del camino. También dicen que Onofre Parada huyó hacia la meseta de Somuncurá y que el remordimiento terminó por trastornarlo.
Algunos pobladores de Rincón de Las Perlas cuentan que, cuando eran niños e iban al campo, recuerdan haberse encontrado con el maruchito, joven y vestido a la usanza de la época, en medio del camino. Estas apariciones eran muy celebradas porque dicen que el maruchito es milagrero. A tal punto creció su fama de protector y benefactor que los pobladores de la meseta construyeron un templo donde se encuentra su tumba y allí llevan sus ofrendas cada octubre, en una larga procesión por el desierto. También dicen que, si al pasar por allí uno no se detiene, seguramente el vehículo en el que se viaja sufrirá un desperfecto.
El poeta de Ingeniero Jacobacci, Elías Chucair, describe así el ruego de una madre para que interceda por su hijo que perdió el habla: "Sin medir distancias/ ni sacrificios/ hasta vos yo vine/ Santo Maruchito.// Sé que hacés favores/ y todos los pedidos/ que a vos te formulan/ se han visto cumplidos.// Te dejo una matra/ sobre tus huesitos/ para que el invierno/ no te llene de frío.// La tejí de noche/ muy de a poquito/ gastando mis ojos/ y gastando pabilos".
Los pobladores de Rincón de Las Perlas, a través de su Agrupación Gaucha llevaron, a modo de ofrenda, una carreta que se encuentra junto al santuario. Cuando voy con mi padre a Naupa Huen para la vacunación o la señalada de las ovejas, siempre me detengo en el santuario del Maruchito. Observo la carreta ofrendada por mis vecinos y pienso que, a pesar de los cambios que el tiempo trajo a Rincón de Las Perlas, si hay algo que no han perdido los paisanos es la preocupación por el otro y la solidaridad. Imagino a los pobladores que irán a ayudarnos al día siguiente y me ilusiono pensando en un chivito al asador, la guitarreada y el baile. También sé que dejaré una guitarra sobre una silla, por si aparece el Maruchito.
El autor es alumno de 6° grado en la Escuela Primaria Común N° 247 Las Perlas, de Rincón de Las Perlas, Río Negro