La flotación administrada
El Gobierno ubicó la política monetaria en el polo opuesto de los acuerdos multilaterales que tendieron a lograr el equilibrio internacional de las cotizaciones
El sistema cambiario que comenzó a regir a partir de mediados de los 70 en los principales países del mundo fue el de flotación del tipo de cambio, que se distinguió por cuatro características fundamentales.
En primer lugar, con este sistema, los tipos de cambio se mueven libremente de acuerdo con la oferta y la demanda, lo que demuestra así la flexibilidad de las paridades cambiarias.
En segundo lugar, se llegó a la conclusión de que esos precios son consecuencia de las decisiones tomadas libremente por los operadores, según sus expectativas, y de las políticas, directas e indirectas, aplicadas por los países para influir en las tendencias de los mercados de divisas.
La tercera característica es la marcada volatilidad que habitualmente muestran los tipos de cambio, situación que tuvo especial significación durante los 80 y los 90, cuando sus fluctuaciones resultaron mayores a las diferenciales de las tasas de inflación entre los países.
Por último, la cuarta característica tiene que ver con la decisión de ciertos países de influir directamente en el nivel de los tipos de cambio, como objetivo de política, haciendo intervenir a los bancos centrales en los mercados para morigerar movimientos exagerados o cambiar tendencias que pudieran afectar normas monetarias internas. Y por ese motivo a la denominación de "sistema de flotación" se le agregó el adjetivo de "administrada".
Pero las intervenciones, si bien tenían fundamentos políticos y económicos, siempre y durante años se realizaron teniendo en cuenta criterios e intereses únicamente nacionales, situación que no favorecía los acuerdos de integración entre los países. Por eso fue que las grandes potencias llegaron a la conclusión de que la única manera de influir con éxito en la orientación de los mercados era discutir y consensuar líneas de acción conjuntas, que fueran contundentes y eficaces al coordinar las acciones con el propósito de lograr el equilibrio perdido.
Cotización estable
El 22 de febrero de 1987, los integrantes del G-5 más Canadá se reunieron en París para tratar de estabilizar las cotizaciones en el nivel que mostraban ese momento, considerado de equilibrio. Según el acuerdo suscripto entonces, los bancos centrales de los Estados Unidos, Alemania y Japón se comprometían a intervenir conjuntamente y en forma activa en los mercados de divisas para estabilizar el dólar en torno a un nivel de referencia.
Desde entonces, se realizaron varias intervenciones concertadas entre los principales bancos centrales del mundo para impedir movimientos no deseados de los tipos de cambio y lograr un nuevo equilibrio de las paridades. Pero siempre quedó la duda de si, realmente, los países respetaban el compromiso original y si cumplían el acuerdo de coordinar sus políticas para estabilizar los cambios. Tal vez lo hicieron difícil las diferencias notables que mostraron en su desarrollo cíclico las diferentes economías y la enorme complicación que significa compatibilizar los objetivos internos y externos.
Sin embargo, la intervención directa de los bancos centrales en los mercados de divisas fue perdiendo eficacia, debido a las dificultades provocadas por el enorme crecimiento de los volúmenes transados en los principales mercados cambiarios del mundo. Simultáneamente, comenzaron a aparecer renovadas críticas al sistema de intervenciones oficiales directas en los mercados. Algunos analistas y economistas sostenían que no tenían ningún efecto distinto del que podían originar las contrapartidas monetarias que originaban. De acuerdo con este criterio, la nueva modalidad que propiciaban se basaba en que las políticas monetarias eran las más efectivas para influir en el nivel de los tipos de cambio.
Los defensores de esta nueva modalidad, que finalmente se impuso, fundamentaban su posición en que la intervención con simultánea esterilización del dinero emitido ya no tenía efecto sustancial ni duradero sobre los tipos de cambio y que por eso había que cambiar.
Así, durante la segunda mitad de los 80, la teoría ganó terreno y los bancos centrales comenzaron a utilizar instrumentos indirectos con ese objetivo, y se eligió la fijación de las tasas de interés referenciales como la principal arma para lograrlo.
Disciplina y coordinación
Durante los 90 y a principios del siglo XXI se afianzó la idea de que los niveles de los tipos de cambio tenían un valor relativo y que su equilibrio dependía de la disciplina y la coordinación de las políticas macroeconómicas. Por eso se puso mayor énfasis en lograr que los países promovieran políticas monetarias y fiscales internas que fueran estables y equilibrantes.
Fue determinante, al respecto, el convencimiento de los integrantes del Grupo de los Siete (G-7) que la coordinación en materia monetaria, como en otros campos, era imprescindible, a pesar de que los acuerdos se hacían más difíciles por los cambios registrados en los sistemas monetarios nacionales e internacionales y, particularmente, por los avances de la innovación financiera, las desregulaciones y la liberalización de los mercados, junto con los importantes progresos tecnológicos en informática y comunicaciones.
Consecuentemente, en el nuevo milenio, el G-7 decidió desistir de las intervenciones de los bancos centrales en el mercado de cambios, pero dejaba en libertad a los países para decidir libremente sobre el tema. No obstante, hubo total acuerdo en cumplir estrictamente cuatro reglas consideradas fundamentales:
- No deberán adoptarse medidas económicas que afecten a otros sin previo acuerdo.
- No intervenir en los mercados cuando las tendencias sean correctas.
- Respetar pautas acordadas y mantener una estrecha relación multilateral.
- Procurar políticas monetarias estables y balanza de pagos equilibrada.
Cualquier similitud con el sistema cambiario vigente hoy en la Argentina es mera coincidencia.
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