Pros y contras de los transgénicos
Las exportaciones de granos genéticamente modificados crecen, pese al rechazo de algunos países
El empleo de semillas transgénicas reporta para varios cultivos ventajas en lo que hace a los costos y volúmenes de producción, pero el rechazo que se observa respecto de estos productos entre algunos consumidores extranjeros también supone riesgos.
Los transgénicos resultan de agregar a ciertas plantas genes que les confieren resistencia a insectos, hongos y pestes virales, para evitar su muerte o el uso de pesticidas. Se usan especialmente en los cultivos de soja, pero también traen ventajas para el maíz y las hortalizas.
En los Estados Unidos su utilización es amplia y ha sido autorizada por el Gobierno. En razón de la posición geográfica de la Argentina, la biotecnología reporta aquí mayores beneficios que en países más fríos, como los Estados Unidos y Canadá, debido a que, entre nosotros, son mayores los perjuicios que causan las malezas y los insectos. En el caso de la soja, su uso reporta a los agricultores una baja de costo de un 15%, lo que explica por qué la proporción sembrada en la Argentina es superior a la de los Estados Unidos, llegando, en 1999, a un 75 por ciento.
Los consumidores ricos
Pero en algunos países, especialmente en Europa y Japón, hay temores de que las semillas genéticamente modificadas puedan afectar la salud de los consumidores, pese a que, hasta ahora, no exista evidencia alguna de que tal circunstancia se pueda dar.
Contribuye al escaso entusiasmo europeo por las semillas genéticamente modificadas el que pueda esperarse de ellas ahorros en los costos de hasta un 15%. Si se considera que la soja en la Unión Europea (UE) cuesta aproximadamente US$ 425 la tonelada, cuando producirla en América resulta menos de la mitad, se comprende que el ahorro por lograr incide poco frente a los beneficios que les reportan el proteccionismo y los subsidios.
Se dice equivocadamente que la UE seguirá importando soja porque la necesita. En realidad, lo hace porque se obligó a eso en 1962, durante una negociación en el GATT. Poco después, los fabricantes europeos de alimentos compensados para ganado descubrieron que, mezclando harina de soja con mandioca -esta última proveniente mayormente de Tailandia-, se lograba un forraje de bajo costo, sobre todo para vacunos.
Fue así que reemplazaron con esta mezcla los cereales de producción local, de muy alto precio en Europa, lo que dio como resultado que la Comisión de la UE se viera obligada a comprar a los agricultores locales más trigo y otros granos, y exportarlos con el concurso de altos subsidios, con pesada incidencia en el presupuesto.
En vistas de esta situación, los funcionarios de la Comisión realizaron incontables gestiones frente a los Estados Unidos tendientes a renegociar las concesiones otorgadas, cosa que nunca lograron. Es por eso que nada haría más felices a los comunitarios que tener una excusa válida para dejar de importar soja y sus derivados. Así, se da la circunstancia de que producir soja transgénica conviene a los agricultores de América, pero no interesa ni a los europeos ni a los japoneses.
La Argentina gana mercado
En Europa, la resistencia a consumir maíz transgénico aumenta al punto de que ya no se importa de los Estados Unidos, circunstancia que le está permitiendo a la Argentina reemplazarlo en este suministro.
En Japón, en tanto, se ha recomendado el etiquetado de los productos elaborados a partir de granos transgénicos, para que los consumidores puedan decidir.
Así como la actitud de los agricultores europeos y japoneses es distinta a la de los de América, también difiere la de los consumidores de esos países respecto del grueso de la humanidad.
En los países ricos, se apreciaron las ventajas que para la salud puede resultar de consumir alimentos obtenidos con procedimientos naturales (agricultura orgánica), pero parece ignorarse que, sin los adelantos técnicos -mecanización de tareas, fertilizantes y otros químicos y nuevas semillas-, no habría posibilidad de alimentar ni a un tercio de la actual población del planeta.
Es posible que en el largo plazo los transgénicos se impongan en todo el mundo, pero mientras esto suceda, quienes lo produzcan pueden perder mercados en los países más ricos. Esto es importante debido a que para el trienio 1995/1997, el 72% de las exportaciones argentinas de porotos de soja y el 49% de las de sus harinas tuvo por destino a la UE, mientras que, las de maíz, un 12% tuvo el mismo mercado (más Japón).
Como en la Argentina la opción por las semillas genéticamente modificadas de soja ya se hizo, la actitud más prudente parece ser esperar ver cómo se resuelve el conflicto entre los dos colosos: la UE y los Estados Unidos. En cuanto al maíz, corresponde sopesar con cuidado los beneficios que pueden resultar de adoptar los transgénicos, cosa que aún no ha sucedido, frente a la posible pérdida de mercados en Europa y Japón.
El autor es vicepresidente de la Cámara de Exportadores de la República Argentina (CERA).