
Una profesión unida al comercio argentino
El Centro que los agrupa cumplirá 91 años en actividad
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"El Centro (de Despachantes) cumple 91 años el sábado 16 y yo cumplo 91 años el 23 de septiembre", afirma a LA NACION Parmenio de Leonardis, y se ríe... Se ríe con picardía. Vaya a saber qué recuerdos le vienen a la memoria a este despachante de aduana que sigue, desde su oficina de la calle Venezuela al 600, trabajando en los trámites de importación y exportación, en la contratación de fletes internacionales para el transporte de carga y en los almacenajes en zonas francas de una larga lista de empresas en la Argentina.
Parmenio empezó al poco tiempo de cumplir los 28 años, "cuando la Aduana estaba en Morón, al lado del cementerio", aclara. Trabajaba para un laboratorio encargado de la compaginación de películas; "los films llegaban de Perú y de Chile, eran procesados aquí y luego se distribuían por todos lados... Así conocí a Mirtha Legrand cuando era muy joven y venía con la hermana", cuenta.
Por ese entonces, su historia distaba mucho de las proyectadas por los largometrajes que distribuía. Hijo de Clotilde y Lorenzo, inmigrantes italianos llegados a nuestro país en 1906, debió hacerse cargo de sí mismo desde muy temprano.
"Luego empecé a trabajar para las grandes empresas, grandísimas, que estaban aquí... Fábricas de carburos, tejidos, de caños para la unión de ferrocarriles, de porcelana... Aquí estaba la tercera más grande del mundo, después se inauguró Ezeiza, el 19 de noviembre de 1949, y empecé con Aerolíneas Argentinas, Austral, Malaysia Airlines...", enumera. Y se entusiasma, alza la voz para contar que Buenos Aires era una aldea, que en la Aduana se trabajaba entre colegas, que se ayudaba, y baja el tono cuado recuerda las empresas que se perdieron en el camino de la historia, las que se vinieron abajo.
"¿Que cómo era el puerto en esa época? ¡Ja!, el puerto era una lucha... Había que caminarlo...", aclara.
Para él, la profesión de despachante de aduana es un trabajo de relación. "Cuando salís al ruedo necesitás buenas relaciones, si no ¿cómo conseguís un cliente?", pregunta, y al mismo tiempo reconoce que el despachante nunca fue reconocido como agente de comercio exterior.
También es rotundo a la hora de elaborar una respuesta cuando se le pregunta por la mala fama que suele cercar a la actividad. "Es que los que mandan no saben nada de aduana", afirma.
Parmenio, que le debe su nombre al padrino de nacimiento, Parmenio Piñeiro, el médico que lo atendió a su padre cuando sufría tuberculosis (hoy reconocido en el Hospital General de Agudos de la Capital Federal) no es de andar con vueltas. El mismo se reconoce rebelde.
En familia
Tal vez porque su sangre destila sacrificio y conoce la amargura y la soledad de los tiempos difíciles, se emociona cuando habla de sus hijos y sus nietos.
En su despacho, un hombre interrumpe la conversación para saludar a Parmenio, que viste impecable traje y una flor blanca en el ojal. Lo trata de usted y lo despide con un beso en la frente. "Es uno de los choferes de camión -advierte-, somos como una familia".
Aquí trabajan con él ocho hombres jóvenes, que se mueven como hormigas en la mañana del jueves. Parmenio, podría ser el abuelo. "Maneja todos los días... Va a Ezeiza, a Aeroparque, falta más el personal por enfermedad que él", aclara Raúl Mario Magne, director del estudio aduanero y mano derecha.
Con sus 91 años, se reconoce sorprendido por los cambios de este tiempo. "Aplaudo el progreso en la vida, la computadora por ejemplo, antes era todo a mano, había que patear ... Y la mujer, aplaudo el progreso de la mujer, antes no podía ingresar en el puerto".
Socio vitalicio del Centro Despachantes de Aduana, de la Cámara Argentina de Comercio, y "socio vitalicio de la vida", según sus propias palabras, Parmenio desempolva historias, viaja en el tiempo, se instala en alguna calle porteña, de tierra, y se le iluminan los ojos. Parece estar viendo el Río de la Plata.




