Deuda: un acuerdo voluntario y quitas razonables para volver a crecer
El flamante equipo económico enfrenta un desafío crucial que definirá la suerte de todo su programa. Una mala resolución del problema de la deuda puede condenar a la Argentina a la autarquía financiera y, dada la falta de condiciones externas favorables, al estancamiento con inflación por muchos años.
En nuestra visión, la reestructuración deberá ser voluntaria, acordada con el Fondo Monetario Internacional e incluir alguna extensión de plazos para el pago del capital, reducción de intereses y cierta voluntad de pago también en 2020. Esto resulta, a nuestro juicio, el paso básico y fundacional para el éxito económico de la nueva gestión. Sin una reestructuración consistente no volverá el financiamiento externo al país y muchos proyectos de inversión seguirán sin ver la luz. Veamos las razones.
Una salida que solo extienda los plazos para el capital no es consistente por la simple razón de que en 2020 habría que generar un excedente de dólares comerciales elevadísimo para equilibrar el rojo financiero. En igual sentido, el ajuste fiscal que se requeriría sería inconsistente con la realidad económica y social.
Por otro lado, la tentación de ir hacia quitas agresivas, inconsultas, es un extremo también inviable. Ante una reestructuración compulsiva, el riesgo país, que hoy supera cómodamente los 2000 puntos básicos, no bajaría y en consecuencia el financiamiento de las empresas seguiría complicado. La brecha cambiaria se dispararía y la inflación se acercaría peligrosamente a los tres dígitos anuales. Además, el estrés financiero derramaría sobre la economía real no solo través del canal de crédito, sino también sobre los depósitos en pesos y, por ende, sobre todo el sistema. Los argentinos sabemos que nada daña más al tejido económico y social que un default de la deuda.
Vencimientos concentrados
Entre marzo y mayo próximos vencen nada menos que US$30.000 millones entre capital e intereses. Esta fuerte concentración y los elevados costos de defaultear exigen que el camino del canje de deuda sea asumido en forma voluntaria y rápida por los acreedores.
Comparando otras experiencias internacionales y los parámetros macro que se esperan para 2020, se debe apuntar a una solución intermedia, con una quita de intereses de hasta 30% y extensión de plazos de pago para el capital. Un esquema de esta naturaleza sería aceptable para los inversores, pero exige reforzar el esfuerzo fiscal y sostener el superávit externo sin posibilidad de apreciar la moneda hasta que vuelvan a ingresar fondos del exterior a través de inversión extranjera o nuevos créditos.
La experiencia de economías que atravesaron desafíos aun menos exigentes que el argentino indica que ningún país logró encarar exitosamente el problema de la inflación sin crédito externo. Claramente, esta opción voluntaria demora la posibilidad de volver a crecer, pero es preferible a transitar un camino no amigable con los acreedores que nos condene nuevamente al aislamiento financiero internacional.
De acuerdo con las estimaciones de Analytica, un ajuste basado fundamentalmente en revertir las reformas del gobierno macrista que redujeron impuestos a las empresas y subir razonablemente los tributos a las familias de elevados ingresos posibilita disponer de casi 1% de superávit primario en 2020, adecuado para encarar las negociaciones.
Bajo las condiciones planteadas antes, el pago de intereses al sector privado se ubicaría entre 6000 y 8000 millones de dólares al año, sumado a una reprogramación con el FMI (en cuotas de entre 2000 y 4000 millones/año). Como resultado, una carga total de entre 2 y 2,5% del PBI, financiada por el superávit de la cuenta corriente y los controles de capitales.
Un canje voluntario que cuente con el visto bueno de los mercados y a la vez sea consistente con recuperar las condiciones del crecimiento haría que las tasas de financiamiento para las empresas vuelvan a parámetros lógicos. Esto es condición necesaria para que se destrabe el fondeo para infinidad de proyectos hoy paralizados, comenzando por los de Vaca Muerta. Son más de US$27.000 millones que pueden inyectarse en menos de 4 años si las condiciones son las adecuadas.
Otros proyectos de menor escala también se encuentran en stand by a la espera de que se normalicen los canales de crédito externo. Si el financiamiento corporativo se recupera, con superávit en la cuenta corriente y restricciones lógicas a la fuga de capitales, se normalizará a su vez el flujo de dólares a la economía argentina. Solo en este caso aumentará la demanda de pesos y reaparecerán las condiciones para que el salario real se recupere.
La afición por los atajos pertenece al gen argentino. Ejemplos de la historia abundan: el último fue la receta que nos llevaba a bajar la inflación a un dígito en tres años. 2019 termina con el doble de la que cerró 2015. No cometamos una vez más el error de creer en la magia o en los cantos de sirena con un modelo de reestructuración de la deuda que nos deje sin condiciones para volver a crecer a fines de 2020.
El autor es economista y CEO de la consultora Analytica
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