
Diplomáticos, una carrera para tener siempre las valijas a mano
La especialización para formar parte de la Cancillería es para personas que están dispuestas al cambio permanente; otra ventaja es que varias carreras sirven para calificar
¿Dónde está escrito que ser diplomático significa llevar una rutina plácida, de banquete en banquete, con todos los conforts de una vida dedicada a la ostentación y los placeres refinados? En cualquier caso, la vocación por el decoro y el arreglo a las formas protocolares es parte de las reglas de juego que debe aprender el diplomático de alto rango para saber moverse en un entorno en el que mandan las buenas maneras, con el objetivo de cultivar relaciones fructíferas y permanentes con personalidades notables de la comunidad internacional.
Pero si los viajes, las reuniones palaciegas, cócteles y recepciones son todo lo que el imaginario social condensa en relación con la actividad, entonces poco y nada se sabe acerca del camino que debe emprender el agente diplomático que implica un trabajo de hormiga para la negociación y búsqueda de consensos.
Antes de recalar en una embajada, el sueño de cientos de jóvenes con vocación de servicio, hay una serie de etapas que superar. Las pruebas son tan exigentes que la mayoría debe dar un paso al costado, bajar la cabeza y dar media vuelta atrás. La buena noticia es que se puede llegar a través de una buena carrera. Cancillería es uno de los pocos –si no el único– bastión de la administración pública nacional con ingreso meritocrático a través de concursos públicos. El examen de ingreso del Instituto de Servicio Exterior de la Nación (ISEN) es el portal a través del cual se da comienzo a una carrera fascinante. La condición para emprender esta travesía es que el pasajero cuente en su equipaje con una carrera universitaria no menor a cuatro años y dominio certificado de idiomas.
Los estudiantes que logran atravesar el examen de ingreso se convierten oficialmente en aspirantes becarios del curso de formación del ISEN, que se dicta todas las mañanas durante dos años entre las 9 y las 13.15. Con un nivel de dedicación full time, y un estipendio mensual que alcanza el 65% del sueldo bruto del escalafón más bajo de la jerarquía diplomática, el alumno deberá salir airoso en materias como historia, derecho, política y economía internacional, ceremonial de Estado, protocolo, y practica diplomática y consular, entre otras.
Con el título de graduado ya estará en condiciones de asumir el primer reto diplomático como secretarios de embajada o cónsul de tercera clase. El destino que se le asigne al aspirante dependerá de su área de formación de grado, del orden de mérito y de las necesidades del "servicio". Para las convocatorias, los aspirantes pueden establecer un orden de prioridades entre distintos destinos, pero después es la Junta Calificadora la que decide la designación. "El régimen de asignación de funciones es muy similar al que establecen las Fuerzas Armadas. Se supone que si uno se mete en esta carrera, no puede negarse a ser trasladado a un destino, y si lo hace, perfectamente te pueden dejar cesante por incumplimiento de las obligaciones", advierte el embajador y profesor en el ISEN Miguel Velloso. A medida que el diplomático va cumpliendo con éxito sus misiones, va a subir pisos en la pirámide, que tiene siete rangos de carrera.
"Históricamente, el ingreso era de alrededor de diez o 12 personas por año. En los últimos años, este número ha aumentado a 55 en promedio", destaca Velloso, que además es miembro consultor del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI). La razón de este ensanchamiento de la pirámide en la base tiene que ver con que se llegó a un diagnóstico de que el sistema tenía "demasiados funcionarios de alta jerarquía y muy pocos secretarios", lo cual dejaba un bache importante para cubrir. "Ahora se procura ampliar toda la base de diplomáticos de baja categoría porque hace falta personal que haga más trabajo de campo, que salga de la embajada para obtener información", precisa el embajador.
Si en un primer momento, desde su creación en 1963, el Servicio demandaba mayormente abogados, y en una segunda etapa la "bolsa de trabajo" se amplió con la incorporación de profesionales de Ciencias Económicas, actualmente las puertas están abiertas también para egresados de múltiples campos de intervención, como médicos, informáticos, psicólogos, comunicadores sociales. "Hay muchos perfiles distintos porque es muy amplia la gama de actividades que se llevan a cabo y muy variada la agenda. Va desde temas medioambientales y fitosanitarios, de seguridad nuclear, promoción cultural, comercio bilateral, atención a la diáspora argentina, relación con organismos internacionales. Prácticamente no hay límites", aclara Velloso, que es director de Posgrados de la Escuela de Estudios Orientales de la USAL.
Ignacio Navarro es uno de los tantos jóvenes que aspiran a entrar en el singular mundo de las relaciones exteriores. Para eso, este comunicador social misionero de 35 años, con maestría en Estudios Internacionales, deberá sortear el examen de ingreso. Aunque es consciente de que todavía queda mucha tela para cortar, ya se ilusiona con la posibilidad de contribuir en proyectos de cooperación cultural y promoción de industrias culturales. "Me gustaría mucho fomentar la industria del cine, que es una actividad cara, con lo cual la cooperación siempre es deseable", destaca.
El sueldo en dólares es seguramente uno de los incentivos más potentes que tiene esta actividad. Si bien el piso de remuneración es alto en términos comparativos, Velloso aclara que no es tan "extraordinario" como se presume, y que el ingreso "no alcanza para hacer una diferencia" importante. El sueldo se calcula sobre la base de una categorización internacional de las Naciones Unidas que tiene en cuenta el costo de vida en cada uno de los países. "Para poner un ejemplo, en países como Brasil, Uruguay y Chile un consejero o secretario cobra alrededor de 5000 dólares, que no es ninguna fortuna si se considera que no incluye los gastos de representación."
Navarro anota como "la gran ventaja" de la actividad diplomática el hecho de que permite "alejar el fantasma de la rutina y la monotonía". En la misma sintonía, Velloso apunta que "un diplomático difícilmente va a entender a un banquero que va todos los días de su casa al banco o un abogado que va todos los días de su casa a Tribunales".
El agente se ve obligado a hacer las valijas permanentemente, a sufrir el desarraigo que implica separarse de familiares y de amigos, y tener que adaptarse a la idiosincrasia, las costumbres y el clima de un nuevo país. Y una vez logra tomarle el pulso a ese nuevo estilo de vida, suena la chicharra y a hacer las valijas de nuevo. En la ruta del diplomático, los placeres efímeros van y vienen, lo único que permanece es el pasaporte.
Una decisión compleja
Cuando el trabajo incluye a todo el grupo familiar, que debe trasladarse, si los integrantes de la familia no tienen una charla sincera sobre sus expectativas frente a una mudanza al extranjero puede haber serias dificultades. Los hijos de diplomáticos sufren el desarraigo y sus parejas, muchas veces, la imposibilidad de trabajar. Deben compartir un espíritu de cambio y casi de aventura permanente.