"Llegué a los Estados Unidos con US$2,5 en el bolsillo, pero con US$1 millón en esperanzas". Esto declaró alguna vez Carlo Ponzi, el hombre que se haría famoso en todo el mundo por dar su nombre a una forma de estafa conocida como "esquema piramidal" . Pero lejos de imaginar eso estaba este italiano, cuando a los 21 años, en 1903, partió de su Lugo natal rumbo a Nueva York, como tantos otros inmigrantes que buscaban mejor suerte en América.
Luego de pasar años en Nueva York y otras ciudades, recaló en Boston, que parecía "su lugar en la tierra". Siempre tuvo ínfulas de ganador, porque se creía destinado a algo importante. Pensaba que para que el éxito llegara había que vestirse como alguien que ya disfruta de ese éxito, aunque en la realidad no se tuviera un céntavo en el bolsillo. Es por eso que adornaba su corta estatura con buenos trajes, con los que se daba aires de estudiante adinerado.
Sin embargo, ese ardid en el vestuario no siempre le daba resultado. Tuvo que salir adelante como pudo en empleos que no le gustaban: camarero, lavaplatos, mozo de almacén e intérprete de italiano. Como lavar platos no era la mejor manera de financiar sus aspiraciones, no tardó en sentirse atraído por procedimientos más rápidos de hacer dinero. Dicho de otro modo: en unos pocos años acumuló un interesante historial delictivo. Lo suyo era la estafa; descubrió que poseía varias cualidades básicas de un "artista de la confianza". Esto es: carisma, "labia" y capacidad de convicción.
Pero algo cambiaría su vida. Resulta que, como muchos otros inmigrantes, Ponzi recibía cartas de sus familiares de Italia. En uno de esos intercambios epistolares advirtió que las estampillas o cupones postales eran caros en los Estados Unidos y baratos en Italia. De pronto, se dio cuenta de que podía comprar cupones según su precio en liras y venderlo a valor dólar. Así, podría obtener un beneficio de 230% de la inversión inicial.
Su ocurrencia resultaba tan prometedora que a finales de 1919 fundó una nueva empresa, Securities Exchange Company. Excitado por las posibilidades de su gran idea comenzó a buscar inversores, al principio entre sus propios familiares y amigos, para lo que él describía como "el Plan Ponzi". El beneficio parecía asegurado y, además, él se mostraba generoso con sus posibles inversores: prometía dividendos de un 50% de rentabilidad a quienes le prestasen dinero a 45 días, y 100% a quien se pusieran a 90 días. Sobre el papel, todos ganaban y nadie perdía.
Compró cupones europeos y los puso a la venta cuando llegaron a los Estados Unidos, la operación resultó todo lo rentable que había previsto y sus primeros inversores recuperaron su dinero con creces. Empezó a correr la voz y el rumor sobrepasó las fronteras de su entorno, su ciudad y su estado, hasta llegar a estados vecino. El que ponía su dinero en manos de Ponzi, lo multiplicaba por dos. El boca a boca provocó un aluvión de inversores.
Como consecuencia de la fiebre inversora, Ponzi comenzó a amasar una fortuna. En el transcurso de apenas ocho meses ya tenía en el banco diez millones de dólares de la época, que serían el equivalente a unos 100 millones de dólares actuales. Su gran sueño de hacerse rico se había cumplido y prácticamente terminó siendo dueño del Bank Boston.
Adoptó la imagen de un potentado: solía dejarse ver ataviado con los trajes más caros del mercado, sosteniéndose con bastones chapados en oro. Adquirió una suntuosa mansión de numerosas habitaciones. Su ambición no conocía límites, a tal punto que se empecinó en comprar una flota de barcos.
Pero… su estrella no duraría para siempre. Lo que estaba detrás de su negocio no era otra cosa que un esquema fraudulento piramidal, que consiste en pagar a los primeros inversores con dinero que van poniendo otros inversores nuevos, pero sin ningún sustento de fondo. Hay frondosa literatura escrita al respecto, pero lo concreto es que este sistema es insostenible porque se necesita cada vez captar más incautos que entreguen su dinero y, obviamente, llega un momento que eso se corta.
El ahora conocido como Esquema Ponzi es un sistema que no invierte en instrumentos financieros, sino que simplemente redistribuye el dinero de unos inversionistas hacia otros. Esto lo logra en la medida que la pirámide vaya creciendo, una vez que deja de entrar gente al "negocio", el estafador se ve impedido a cumplir su promesa y la pirámide se cae. Pero el final puede desencadenarse antes cuando se dan ciertos detonantes. Y en este caso, apareció uno…
Un comerciante le había vendido unos muebles, que Ponzi no le había pagado. Leyendo el diario, el vendedor se enteró de que su deudor era nada más y nada menos que el millonario de moda en la ciudad. Decidió presentarle una demanda judicial. Ponzi arregló el asunto, pero quedó manchado. Muchos empezaron a preguntarse si no resultaba demasiado extraño que una persona que menos de un año atrás no podía costearse un sillón viviera ahora en una mansión. Comenzaron a correr rumores. ¿Era el negocio tan seguro como parecía? Algunos inversores, preocupados comenzaron a indagar por qué hacía tanto dinero.
Ponzi entró en caída libre. Fue sentenciado a 5 años de prisión por estafa. Cumplió su condena, pero, al salir lo enjuiciió el estado de Massachusetts y lo condenó a 9 años. Logra salir bajo fianza hasta que se resuelva el litigio y se refugia en Florida. Como no había perdido las mañas, vuelve a instrumentar su estafa ahí; lo atrapan y es condenado a solo un año en suspenso.
Estaba libre, pero justo le sale en contra el veredicto en Massachusetts y, para colmo, el gobierno descubre que no se había nacionalizado estadounidense. Así dadas las cosas, tiene una orden de detención en Massachusetts, una orden de deportación en Washington y una futura orden de detención en Florida. Ante ese panorama, decide huir a Italia. Su esposa, que no quería dejar América, le pidió el divorcio.
Como no podía viajar legalmente, se rapó, se dejó el bigote y se subió a un barco mercante con identidad falsa. Pero la suerte ya no estaba de su lado: el barco hizo una breve escala imprevista en Lousiana y ahí lo reconoció la policía. Nuevamente, fue condenado a diez años de cárcel que cumplió religiosamente. Cuando salió, una multitud de estafados casi lo lincha en la calle.
Ahora sí, tres décadas después de haber emigrado de su Lugo natal, vuelve a Italia, donde intenta otra estafa sin éxito. No lo encarcelan, pero no le queda más remedio que conseguirse un trabajo honesto. Se enroló en una compañía aérea como agente comercial y fue destinado a Río de Janeiro, en Brasil.
Pero, como se dijo, la suerte hacía rato que lo había abandonado: justo estalló la Segunda Guerra Mundial (septiembre de 1939), Italia decidió combatir al lado de Alemania, y Brasil se posicionó con los aliados. Dadas estas circunstancias, las líneas aéreas italianas para las que trabajaba en tierras cariocas fueron intervenidas y desmanteladas. Finalmente, a los 66 años, la que le jugó una última mala pasada fue su salud: murió solo y sin un peso en un hospital de beneficencia.
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