
Bromas de mal gusto
Por Jorge B. Mosqueira Especial para La Nación
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Es normal cambiar de jefe y esto fue lo que le sucedió a Ricardo J. hace poco más de dos años. El primer día se realizaron las presentaciones convencionales al personal de la empresa y algunas charlas individuales con los supervisados inmediatos. En la entrevista que mantuvieron Ricardo y su nuevo gerente, éste lo puso en conocimiento de su condición de homosexual. Para Ricardo fue un gesto de sinceridad admirable, ya que demostraba que no temía a los prejuicios y que deseaba iniciar una relación de trabajo transparente, aun en aspectos referidos a la vida privada. De algún modo, esta entrevista configuró un estilo de cooperación que tendría lugar a partir de ese momento. Aunque Ricardo no compartiera la misma elección sexual de su jefe, jamás objetó, ante aquél o ante sus compañeros de trabajo, una conducta que quedaba fuera de las cuestiones del negocio que manejaban.
Unos meses más tarde de aquella entrevista inicial, Ricardo y su jefe lograron los primeros éxitos en el cumplimiento de sus objetivos, mejorando los rendimientos del sector. Casi a la par surgieron rumores que sindicaban a Ricardo como un sospechoso homosexual. Se agregaron después los chistes y los comentarios con doble sentido, en los que participaban tanto los hombres como las mujeres que componían el grupo de trabajo. La relación de Ricardo con sus compañeros se hizo cada vez más difícil, porque éstos no desperdiciaban oportunidad para referirse al extraño vínculo.
Ricardo no logra entender ni resolver su situación. Sus intentos de hablar con todos culminaron en nuevas insinuaciones de dudosa intención humorística. Maneja hipótesis de discriminación, perversión, o simple juego para pasar las largas horas de trabajo. Está pensando que, si pudiera, iría a otro lugar donde no sufriera el acoso cotidiano.
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La tregua es una antigua y famosa película dirigida por Sergio Renán, basada en la novela homónima de Mario Benedetti. En ella hay un personaje, interpretado por Walter Bidarte, que es maltratado cruelmente por sus compañeros de oficina. Es literalmente destruido por una broma -le hacen creer que ganó una lotería millonaria- urdida por los mismos razonables sujetos de camisa y corbata con los que compartía el lugar de trabajo.
Escrito en 1960 y filmado en 1974, es notable cómo el argumento conserva actualidad. En rigor, no todos los males son nuevos ni se solucionan por medio de las técnicas de moda. Tampoco la violencia llega siempre desde arriba hacia abajo, ni los señores y señoras respetables dejan de tentarse por la práctica de la crueldad. Por lo que se ve, hay mucha tela para cortar en esto de los recursos humanos y las organizaciones, ya que todos podemos tener alguna fracción de responsabilidad en la construcción de ámbitos laborales nocivos.
Es difícil ubicar qué esconden las bromas sufridas por Ricardo, más allá de los laberintos psicoanalíticos. Lo cierto es que una broma puede exceder el buen humor y hacer daño. La solución ya no depende, con exclusividad, del grado de tolerancia del que es objeto de burla, sino también del compañero burlador. Esto es, claro está, en el mundo de los adultos.
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