
El error es información
Por Jorge B. Mosqueira
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Cada vez que se trata de graficar con cierto nivel de detalle las relaciones internas de las empresas, el dibujo termina siendo un garabato fenomenal. El éxito obtenido por algunos consultores mediante representaciones bidimensionales se debe a la subestimación consciente de los matices, de particularidades aparentemente accesorias. El riesgo que se corre al obviar estos detalles es el mismo que sufren los amantes cibernéticos antes de su primer encuentro real: se puede describir y mencionar que uno lleva un lunar en el rostro, sin especificar su tamaño y ubicación. Luego viene la sorpresa.
Las ansias de simplificación para obtener productos intelectuales masticables provocan descuidos, pero se encuentran, si se quiere, algunas perlas negras detrás del colorido telón. Una de ellas es cómo influyen las concepciones religiosas de la sociedad sobre la empresa. El tema es vasto, aunque se puede rescatar algún punto clave, como la valoración del pecado, la culpa y la expiación. En otras palabras, cuándo hay trasgresión a las normas, cuál es el vínculo íntimo con dicha trasgresión (dolor, miedo, etc.) y cómo se paga.
Si trasladáramos estas cuestiones a una empresa organizada, obtendríamos claridad, por lo menos, sobre la violación de las normas y su correspondiente pago, ya que estaría establecido "según políticas de la compañía". En una empresa menos puntillosa o más primitiva, la regla estaría dada por la costumbre, o la improvisación del jefe. Puesto el caso en sentido inverso, el Concilio de Trento del siglo XVI, convocado ante la aparición de la Reforma, viene a ser la reunión del Staff de Dirección de la Iglesia Católica que define las políticas y sus fundamentos. Entre otros, la realidad del libre albedrío y el significado de la redención de Cristo.
Cuando se viola una norma, cuando se cae en el error ( o en las manos de Satanás, que viene a ser lo mismo), ¿qué sucede? ¿Cuáles son las consecuencias? ¿Basta para librarse del pecado una confesión en secreto con el supervisor? ¿Debe hacerse pública o expiarla en la intimidad de la conciencia por medio de la realización de actos reparadores? Mezclado con estos dilemas teológicos y doctrinarios vale hacer referencia a un concepto que llegó de la mano del concepto de la calidad total: el error es información.
Esta idea es verdaderamente revolucionaria ante nuestra convicción habitual sobre pecado, culpa y expiación. Un error en el proceso, al convertirse en información, puede cambiar todo el sistema de trabajo. La concepción que venimos trayendo y a la que se suscriben varias empresas es exactamente al revés. El sistema no se altera; son los hombres los que deben adaptarse a él.
Por este y otros temas se justifica que se diga que somos testigos de una etapa de cambios profundos.





