Fin de una historia muy british
Ultimo capítulo: con la venta de la famosa tienda de origen inglés se llega al final de un largo camino recorrido desde su apertura en 1914.
La larga agonía de la casa Harrods -como la de un elefante envejecido que se resiste a marchar al cementerio de sus pares- parece finalmente acercarse a su último capítulo: su proceso de venta.
Ahora, la actividad de la tienda -último baluarte de negocios de su tipo en la ciudad, que asistió ya a la declinación de clásicos como Gath & Chaves, A la Ciudad de México, La Imperial y La Piedad, entre muchas más- está reducida sólo a su frente de Florida al 800.
Sus ventanales sobre Córdoba y San Martín, extensión realizada en 1920, que prolongó el comercio hasta la calle Paraguay, después de atravesar la cortada Tres Sargentos, lucen ahora sucios y despoblados. Lo único que se exhibe allí es el signo impiadoso del golpe mortal que día tras día va deshaciendo al Buenos Aires antiguo.
Desde que en 1914 se convirtió, aquí, en la primera réplica sudamericana de la pionera londinense creada en 1849 por Henry Charles Harrod en el número 8 del Middle Queen´s Building, la tradicional tienda pasó por diversas etapas.
Significativa fue, entre ellas, la atravesada ocho años después de su instalación en el elegante "paseo" de Florida, destinada "a la clientela aristocrática del Norte", cuando a mediados del 22 debió fusionarse con Gath & Chaves, sucursal también de The South American Stores Gath & Chaves, de Londres, a instancias de decisiones tomadas por los accionistas en la capital inglesa.
Aunque allá se hablaba de "conveniencias técnicas", una nota publicada en el desaparecido Diario del Plata, ponía el acento en los contratiempos económicos de Harrods: "Al favor de las ganancias de los años 18 a 20, liquidando las llamadas mercaderías de guerra, los directores londinenses se envalentonaron e invirtieron imprudentemente en ampliaciones del local un capital i mprovisado , que hoy es muy difícil que empiece a producir, así, a la minuta, el apetecido dividendo".
En 1983, el grupo de la House of Fraser, a la sazón propietaria de Harrods (como del hotel Ritz de París) fue convencido finalmente por sus asesores de que las dificultades financieras de la tienda tenían sólo la solución de la venta. Debieron trasladar el proyecto al Parlamento, tanta era la "tradicionalidad" del complejo comercial en un país de por sí inclinado a estos fervores, y en el que, encima, era el lugar favorito de la reina Isabel II para sus compras navideñas.
En marzo de 1985, pasó a manos de la familia egipcia Al-Fayed (curiosa vuelta de tuerca: de Egipto precisamente Inglaterra se había "alzado" con no pocos tesoros faraónicos) por alrededor de 350 millones de dólares.
De modo que los porteños vieron poco a poco que se esfumaba el característico estilo british de Harrods, que solía ser obligado lugar para ir a tomar el té de las cinco, con el sonido de un supuesto Big Ben, o ámbito indiscutible para la celebración de la Semana Británica, con la banda de gaiteros de la St. Andrew´s Society of the River Plate.