Nadie podía bajarlo a Omar Mariano del lomo de un potro. Desde que aprendió a pegarse como una estampilla sobre el animal, hasta que una imprevista reacción de un caballo ya domado le truncó la carrera, pasaron 26 años: fueron casi tres décadas en las que desplegó su habilidad dentro y fuera del país, y se convirtió en uno de los mejores jinetes que dio la Argentina .
Había nacido el 30 de marzo de 1959, en la localidad bonaerense de Verónica, capital del partido de Punta Indio. Allí, a 90 kilómetros de La Plata , se habían asentado sus padres: Juana Insausti y Julio Argentino Mariano.
Junto con sus tres hermanos (Julio, José Luis y Analía), se crió prácticamente en el campo, ya que sus padres trabajaban en una estancia en Alvarez Jonte, también partido de Punta Indio. A los 13 años ya estaba jineteando caballos, un arte que aprendió solo, mientras hacía otras tareas camperas en los establecimientos rurales de la zona.
Omar, en cierta forma, fue un pionero: fue uno de los primeros que entendió que esto de la jineteada es un deporte y que, además de la habilidad, había que cuidar el físico como si se tratara de un atleta. Esto también implicaba cuidarse con el alcohol y no parrandear en exceso. "Hay que llevar una vida ordenada y Omar lo hacía al pie de la letra", cuenta su hermano Julio.
Tal como explica Julio, ser jinete es un sacrificio, porque se tienen que mover a distintos puntos del país por sus propios medios, para buscar regularidad y mejores jineteadas, con premios más grandes. "Trabajan toda la semana y el fin de semana se suben al auto para poner en riesgo su vida arriba de un caballo", explica.
Pronto, la fama de Omar se empezó a expandir por toda la provincia, luego por todo el país y, finalmente, en el exterior. Ganó más de 400 premios en toda su carrera y, cuando había una monta especial suya, explotaban las jineteadas. Alrededor del campo se agolpaban 5000 personas llegadas de todas partes para verlo a él. En el campeonato de la provincia de Buenos Aires, que reúne la creme de la creme de los jinetes, él estaba siempre entre los mejores.
Dos premios lo hicieron más grande aún: ganó en Jesús María en 1986, en crines, y en el Prado de Montevideo, Uruguay, en 1988. Este último logro fue más espectacular aún, porque se convirtió en el único argentino en triunfar con bastos uruguayos. También llegó a coronarse en Brasil (Florianópolis y Osorio), un lugar donde los jurados son muy adversos y localistas.
En 1986, tal era su fama, que la Secretaría de Cultura de la Nación (a través de la Federación de Centros Tradicionalistas de la Provincia de Buenos Aires), lo envió junto con otros jinetes a acompañar a la selección argentina de fútbol, que terminaría coronándose en el Mundial de México. "Fuimos enviados por cultura, para jinetear allá y tirar un poco el lazo", recuerda Julio. "Hasta nos dimos el gusto de ver el partido contra Corea ", agrega.
Jorge Aristegui, otro de los que es considerado uno de los mejores jinetes del país (que aún sigue montando con más de 50 años), lo describe muy bien, ante la consulta de La Nacion: "Era muy buena persona, callado, servicial, muy educado. Como jinete, era parejo en las tres categorías (crines, grupa y bastos con encimera), aunque se destacaba como bastero".
En tanto, Esteban Sáenz Valiente, un aficionado a las jineteadas que lo vio en acción, comenta: "Omar Mariano era impresionante, porque parecía que iba pegado al lomo del caballo. Sin dudas se metió en el top five de los grandes jinetes de la Argentina, junto a grandes como Tucuta Schang, Jorge Aristegui y Rodolfo Barrios".
Otra de las cosas por la que se lo recuerda es por haber montado al Zorro, el caballo más macaco que se vio en los palenques locales. No le aguantaba nadie arriba del lomo y había incluso llegado a matar jinetes (uno de ellos fue el hermano de Jorge Aristegui, Carlos). Omar no lo hizo una sola vez, sino dos: en febrero de 1988 y en febrero de 1989. Aunque no lo venció, estuvo 9 segundos sobre su lomo.
Omar llegó a hacer dinero, donde solo lo hacen los grandes, pero no se volvió millonario. "Porque en las jineteadas no se ganan fortunas y en la mayoría de los casos los jinetes siguen trabajando toda su vida. Pero lo que sí ganó fue mucha admiración de toda la gente de campo", explica su hermano.
Antes de llegar a los 40 años, tenía fama, era el mejor en lo que hacía, hacía explotar las jineteadas y todo estaba dispuesto para que empezara a disfrutar de su gloria. Todo lo había logrado gracias a esa habilidad especial que desplegaba arriba de un caballo, esa capacidad casi innata de pegarse al lomo del animal. Pero, la mala suerte, el destino o como se le quiera llamar, truncó su carrera.
La tarde del 5 de abril de 1998 tendría una jineteada más. El caballo que le había tocado estaba a años luz de ser el Zorro. Se llamaba "Naipe". Omar lo encaró seguro y se quedó pegado al lomo como lo hacía siempre. Ya había tocado la campanilla cuando se arrimó el apadrinador. Y allí sucedió lo imprevisto. "Todavía no puedo entender por qué hizo eso ese caballo", refiere Julio.
Cuando Omar estaba casi subido al caballo del apadrinador, el "Naipe" hizo un movimiento extraño e incomprensible y, después, salió a la carrera con el pie de Omar enganchado de un estribo. Lo arrastró unos 30 metros y cuando lo soltó, el jinete ya no era el mismo. Nunca más fue el mismo. Jamás volvió a jinetear y luego de estar postrado cuatro años, murió, a los 38 años, el 29 de mayo de 2002.
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