Nada nos libra de la pesadilla de los celulares
La pesadilla móvil en la que todos los usuarios de celulares vivimos a diario –llamadas que no entran o no salen, mensajes que no llegan, falta de cobertura 3G o directamente ausencia de señal– no tiene una sola causa. Pero hay una que es clara para toda la industria de las telecomunicaciones desde hace tiempo: el espectro radioeléctrico asignado a la movilidad no alcanza para satisfacer la demanda de estos tiempos.
Con menos espectro –digamos, el espacio abierto por el que "viajan" las ondas radioeléctricas– que en 1999, cuando había unos 2 millones de líneas, hoy se conectan más de 50 millones de dispositivos. Pero, además, los celulares actuales –con más capacidades que algunas computadoras– tienen muchos más usos que los que se registraban hace más de diez años, cuando ni siquiera existían los SMS.
Ayer, al dejar "sin efecto" la subasta de espectro iniciada a mediados de 2011, el Gobierno decidió que la pesadilla móvil continuará algunos años más. Y eso no tiene que ver con lo oportuno o no de crear una operadora estatal de comunicaciones móviles. De hecho, muchos países de la región, como Brasil y Colombia, donde hay mercados competitivos, tienen compañías estatales de telecomunicaciones que pelean palmo a palmo por el mercado con operadores privados. Ése no es el problema.
La decisión oficial, que no incluyó ningún tipo de anuncio sobre planes de inversión, demorará algunos años más el desarrollo de la infraestructura de la movilidad, con el consiguiente impacto económico y social. Aunque Arsat –la flamante operadora móvil gubernamental– comenzara hoy a construir su red móvil, tardará meses hasta que pueda comenzar a prestar servicio en las zonas donde más fuerte es la pesadilla móvil. Algunas cooperativas podrán auxiliarla en localidades medianas, pero no en el área metropolitana de Buenos Aires y en las principales ciudades del interior.
Los privados, que ayer fueron acusados de monopólicos e insolventes, mantendrán actualizadas sus redes, pero sin espectro no podrán expandirlas. Y a los potenciales nuevos jugadores, como Nextel –que pretende competir con Movistar y Claro en toda América latina–, se les cerraron las puertas a un mercado que, comparado con otros países de la región, sufre una creciente concentración desde hace años. Fue el actual gobierno el que permitió el ingreso de Telefónica en el accionariado de Telecom Argentina y también el que mantiene prohibido el llamado cuádruple play. Si se liberaran esas fuerzas contenidas artificialmente por una regulación anticuada y se permitiera a las telefónicas y los cableoperadores competir en telefonía fija y móvil, TV paga y banda ancha, podríamos ver en este mercado lo que ya es una realidad en otros países: crece la competencia, aumenta la inversión, bajan los precios al consumidor y mejora la calidad de los servicios. Y si una hipotética empresa estatal de telecomunicaciones se ajustara a las reglas generales y decidiera competir, mejor para los usuarios.
Sin embargo, es probable que nada de eso ocurra en los próximos años. Habrá que seguir esperando para que las comunicaciones
3G funcionen y para que la Internet móvil se parezca a la fija con el 4G. Mientras, seguiremos escuchando a los funcionarios hablar del "éter".
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