
Un delivery para paladares argentinos
Picardías ofrece picadas a domicilio desde 2003; actualmente tiene dos locales y emplea a 14 personas
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La idea de ofrecer picadas a domicilio nació en 2002, cuando Juan Lazarte y Juan Vila Moret cursaban la materia Entrepreneurship en la Universidad de San Andrés.
"Teníamos que hacer un proyecto para la materia y pensamos en un delivery de picadas porque contábamos con todos los datos del negocio", recuerda Lazarte, de 27 años y oriundo de Tandil, tierra de quesos y embutidos.
Entrar en Picardías recuerda a un almacén de campo, por el olorcito a quesos y fiambres. Sólo que el local está en el medio de Buenos Aires y esa diferencia se nota. El negocio tiene la impronta de la decoración moderna y minimalista.
El proyecto quedó en los papeles hasta que, en febrero de 2003, los dos amigos se encontraron recién recibidos y con ganas de iniciar algún emprendimiento comercial.
"Habíamos vuelto de las vacaciones y teníamos bastante tiempo", dice Lazarte, y cuenta que decidieron hacer una prueba en marzo de ese año desde el departamento de un amigo. Allí preparaban picadas para los pocos que llamaban, amigos y familiares.
"Pensé: con esto no vamos a ningún lado", dice Lazarte, que recuerda que el experimento duró sólo quince días.
Pero los amigos insistieron, reunieron $ 75.000 entre sus conocidos y se lanzaron a buscar un local. "Yo no estaba muy convencido, pero empecé por el miedo a no hacerlo", cuenta Lazarte. Vila Moret agrega: "La idea estaba, el tema era salir primeros, antes que a alguien se le ocurriera hacer lo mismo".
La importancia del nombre
El nombre del local se le ocurrió a Lazarte. Le gustó Picardías porque es una palabra que denota algo gracioso, y que además se confunde con la palabra picadas.
"La idea de entrada era alejar la picada de algo chabacano y crear un poco lo que pasó con el mate, que se transformó en una moda", explican los emprendedores. "Quisimos reinventar la picada, como dice nuestro logo, y generar una marca que se transformara en un genérico", agregan.
La mayor dificultad que encontraron en el inicio del negocio fue la relación con los empleados.
"Pasamos de ser estudiantes a jefes, sin escalas", dicen los socios. "Eramos muy chicos, teníamos 21 y 24 años y algunos empleados eran mucho más grandes que nosotros", cuentan.
"Al principio nos costó imponer nuestra autoridad e incluso tuvimos problemas de robos con un encargado del local."
Ambos rescatan que tenían una sólida base técnica por su paso por la Universidad del Salvador, pero que les resultó complicado hacerse valer como jefes.
Tuvieron días de mucho caos, en los que los pedidos "nos desbordaban", en especial, durante los primeros meses.
Para la inauguración del primer local, el 11 de septiembre de 2003, habían armado algunas tablas ellos mismos, y mientras Vila Moret estaba en la cocina, Lazarte atendía el local con la ayuda de un mozo.
El local se llenó de gente y las picadas se terminaron enseguida; la inauguración ya estaba lanzada. "Lo peor fue al día siguiente", dice Lazarte. "Abrimos y nunca pensamos que íbamos a recibir tantas llamadas", comenta.
"No habíamos hecho publicidad y el primer día nos pidieron cuarenta tablas. Teníamos una sola persona para hacer los repartos porque pensábamos: ¿cómo alguien nos va a pedir algo, si no nos conocen?", agrega.
Vila Moret recuerda: "No entendíamos por qué sonaba tanto el teléfono". Tuvieron que recurrir a sus amigos para que los ayudaran con el delivery. "Venían vestidos de traje después del trabajo y repartían los pedidos. Les regalábamos botellas de vino a nuestros clientes por la demora en las entregas", dice Lazarte.
El lunes siguiente, a los tres días de haber abierto el local, tuvieron que cerrar porque ya no tenían más mercadería.
El arte de organizarse
Fue ahí cuando recibieron la invalorable ayuda de Fernando Crespo, el fundador de la cadena de empanadas El Noble Repulgue. Crespo les dio consejos y apoyo moral. "De entrada, él estaba convencido de que nos iba a ir bien -dice Lazarte-. Eso fue muy importante para nosotros."
El empresario les recomendó a una persona que había trabajado en una fiambrería. Esta persona los ayudó a organizar el trabajo dentro del local y los ayudó con el trato con los nuevos empleados de Picardías. Para noviembre ya estaban funcionando sobre ruedas.
"Hace dos años hicimos una alianza estratégica con el frigorífico Bocatti, que nos vende productos que no son de línea, por lo que tenemos menos desperdicio", cuenta uno de los socios. "Esa marca y la de los quesos, Tregar, nos respaldan y también están presentes con su logo en las tablas de nuestras picadas", agrega.
A fines de 2006, Picardías abrió su segundo local en La Imprenta, de Belgrano. "Fue un desafío conseguir un local porque los precios de los alquileres están por las nubes", explican los socios. En la actualidad, la firma cuenta con catorce empleados, entre personal para el reparto y encargados de local.
Ahora, están pensando en dar un paso más y hacer una expansión fuerte con la ayuda de un inversor estratégico. Buscan un compromiso de alguien que se pueda sumar al proyecto no sólo aportando capital, sino conocimiento en el área de los alimentos, como un frigorífico o una empresa de alimentos.
"La idea es crecer en forma agresiva, pero sin dejar de lado nuestra característica distintiva, la calidad", concluyen.
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